lunes, 17 de junio de 2013

El milagro, un signo



Si lo esencial del milagro es que constituya un «signo», se comprende fácilmente que el propio hecho, su cara visible, puede variar de una época a otra. Lo importante es que -hable» en la época en que surge. Hay ciertos hechos que pueden muy bien ser extraordinarios en una época y no ser llamativos en otra. Cuando los primeros hombres desembarcaron en la luna, todos nos quedamos la noche entera ante la televisión y comprendimos que estaba pasando algo que modificaba nuestra visión del universo. A medida que se iba renovando ese hecho, aquel acontecimiento era distinto, uno más entre otros, y pasó a ocupar la última página de los periódicos. Algunos de los milagros del evangelio, realizados en nuestra época, quizás no nos plantearían ninguna cuestión, ya que podría explicarlos la ciencia. Es posible que algún milagro con· creta, científicamente comprobado en Lourdes en la actualidad, no sea ya «milagro» dentro de cincuenta años. Y esto no tiene por qué preocuparnos. Si el milagro fuera una «prueba», sería poco honrado, de parte de Dios, aprovecharse de nuestra ignorancia para inducirnos a creer, lo mismo que si un misionero quisiera «probar» a Dios a unas poblaciones ignorantes de nuestra civilización mostrándoles una televisión o un magnetofón. Si el milagro es un «signo», una cuestión que pone en camino, no tiene tanta importancia el que se le pueda explicar algún día, ya que no se cree por causa de él, sino por causa de la verdad del mensaje. Un día me contó un sacerdote su vocación: entró en el seminario menor porque estaba allí su hermano; el hermano se marchó, y él se quedó. Pero si se quedó y llegó a ser sacerdote, no fue porque su hermano había ido al seminario, sino porque descubrió personalmente la llamada de Jesucristo. El hermano no fue para él más que el «signo», el más adaptado sin duda a su conciencia de niño, que le obligó a plantearse la cuestión. Pero a esa cuestión él respondió por otros motivos... Si un incrédulo es testigo de un «milagro» en Lourdes, si reflexiona y se convierte, no se convertirá apoyándose en ese milagro como si fuera una "prueba», sino descubriendo personalmente a Jesucristo. Y si cincuenta años más tarde se entera de que aquel «milagro» resulta entonces explicable, eso no cambiará nada en su fe, porque Jesucristo realmente no ha cambiado."
El antiguo catecismo nos decía que Jesús probó su divinidad haciendo milagros. Esto no es históricamente exacto y resulta muy peligroso afirmarlo así, ya que es querer basar nuestra fe en lo que nos parece poco sólido, con razón o sin ella. Nuestra fe no reposa en los milagros, sino que es adhesión a Jesús resucitado. El centro de nuestra fe, aquello en lo que reposa, es la resurrección de Cristo. Veste acontecimiento no es un milagro; es un misterio percibido en la fe? De este acontecimiento es de donde, según creo, habría que partir para una catequesis sobre los milagros. Si yo creo que Dios ha intervenido en la vida de ese hombre, Jesús, la mañana de pascua, no tengo ninguna razón para rechazar a priori que pudo también intervenir en su vida, por medio de milagros. Finalmente, es a la luz de este misterio como pueden resultar «signos»,... milagros», ciertos hechos extraordinarios. Se puede decir incluso que a la luz de la resurrección todo se convierte en signo para el creyente... “Un nacimiento es un milagro...“, decía un muchacho de diez años, coincidiendo sin saberlo con el patriarca Atenágoras: "Para el que sabe mirar, toda es milagro... La resurrección es el comienzo de la transfiguración de la tierra”.
Charpentier, E.