Cuando el Señor nos concede el regalo de un amigo
entonces los pasos inciertos de la vida se hacen más llevaderos y nuestra
existencia se ilumina con el don de la compañía íntima que satisface el
corazón. “Amigos verdaderos son los que
vienen a compartir nuestra felicidad cuando se les ruega, y nuestra desgracia
sin ser llamados”, afirmaba sabiamente Demetrio de Falerea. También el
libro del Eclesiástico tiene palabras preciosas para el amigo: "Un amigo
fiel es un talismán: el que teme a Dios lo alcanza" (Eclo 6,16); La
amistad es el mayor regalo que podemos recibir en nuestra existencia y el mayor
reclamo de la vida es buscar al amigo que sea capaz de iluminar con su sola
presencia los huecos de nuestro corazón, porque “un amigo no es aquel que te seca las lágrimas, sino aquel que evita
que las derrames” (Anónimo) El amigo es un compañero de viaje que contagia
con su presencia los caminos del peregrinar que llevamos y en los momentos de
dolor está sin preguntar, sin exigir, sin controlar, sin criticar, sin huir. El
amigo es la llama de nuestra hoguera que arde sin consumirse aún sin estar
cerca.