“Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha, y lo salva de sus
angustias”. ¿Hasta qué punto estas palabras del salmo 33 son algo más que
un deseo? ¿De verdad escucha Dios nuestras plegarias? Y, sobre todo, ¿qué
experiencia tiene el ser humano de ser escuchado por Dios? Porque la evidencia
es que, ante la plegaria humana, no hay más que silencio. ¿Será el silencio la
respuesta de Dios a todas nuestras oraciones? ¿En qué consiste la experiencia
de que nuestra oración es escuchada? Una forma de experimentar que nuestra
oración es escuchada sería ver realizado aquello que pedimos. Pero, en la
mayoría de los casos, por no decir en todos, parece que los acontecimientos
discurren del mismo modo con oración o sin ella.
¿Y si la experiencia de la
escucha no consistiera en que acontece un cambio en los acontecimientos, sino
un cambio en el orante? El solo hecho de poner nuestras necesidades en manos de
Dios, el solo hecho de decirle a Dios lo mucho que lo necesitamos, es ya un
modo de situarnos de otra manera ante la vida y sus circunstancias. Al orar con
fe nos situamos delante de Dios y, al hacerlo, confiamos en que la muerte no
tiene la última palabra. Porque, en realidad, lo que le pedimos a Dios a través
de lo concreto y de lo urgente de una determinada situación, es la salvación.
Es posible que la salvación esperada no se haga presente del modo cómo lo hemos
pedido. Pero eso no quita que, al pedir, confiemos en el Dios de la salvación,
un Dios que sólo quiere lo bueno para el ser humano. Y, por tanto, el pedir, si
se hace con fe, siempre lleva implícito un “hágase tu voluntad”. No se trata de
una fórmula de resignación, sino de la confianza en que la voluntad de Dios es
lo mejor que le puede ocurrir a nuestra vida, aunque a veces no comprendamos
las extrañas maneras humanas en que esta voluntad se manifiesta.
Como muy bien ha escrito Juan
Martín Velasco, “la oración de la fe
transforma el horizonte de la experiencia en que se situaba la situación de
necesidad; ésta se resitúa en un conjunto enteramente nuevo, incluso cuando la
necesidad en sí misma se mantiene. Y su inclusión en el nuevo horizonte de la
esperanza, el consuelo, la confianza y la alegría, la cambia por completo,
incluso si se mantienen sus condiciones objetivas. De ahí que pueda decirse que
no hay ninguna oración que no sea oída”.
Martín Gelabert Ballester, OP