La fe y la ciencia están intrínsecamente
relacionadas, hasta el punto de que en la base de toda búsqueda humana de
verdad, incluida la investigación científica, está la confianza. Los niños, en
la escuela, aprenden porque se fían del maestro. Y las ciencias progresan
porque los investigadores no parten de cero, sino que aceptan (creen) las
conclusiones a las que otros han llegado. Pero el motivo radical por el que la
fe está en la base de toda ciencia no es solo práctico, sino más profundo,
filosófico y teológico. El científico parte, explícita o implícitamente, de una
premisa de fe: confía en que el mundo natural es inteligible y en que merece la
pena buscar la verdad. La ciencia presupone que buscar la verdad merece la pena
y que la realidad es inteligible.