Un rey no creía en la bondad de Dios. Tenía un
siervo que en todas las situaciones le decía: “Mi rey, no desanime porque todo lo que Dios hace es perfecto, ¡Él no
se equivoca!”
Un día ellos salieron para cazar y una fiera atacó
al rey. Su siervo consiguió matar al animal, mas no pudo evitar que el rey
perdiese un dedo de la mano.
Furioso y sin mostrar gratitud por haber sido
salvado, el Rey dijo: “¿Dios es bueno? Si
Él fuese bueno yo no habría sido atacado y perdido mi dedo.”
El siervo le respondió: “Mi Rey, a pesar de todas esas
cosas, sólo puedo decirle que Dios es bueno y Él sabe el porqué de todas las
cosas. Lo que Dios hace es perfecto. ¡Él nunca se equivoca!”
Indignado con la respuesta, el rey mandó que
encarcelaran a su siervo. Tiempos después, salió para otra cacería y fue
capturado por salvajes que hacían sacrificios humanos.
En el altar, listos para sacrificar al rey, los salvajes
percibieron que la víctima no tenía uno de los dedos y lo soltaron: él no era
perfecto para ser ofrecido a los dioses.
Al volver para el palacio, mandó a soltar a su
siervo y lo recibió muy afectuosamente. Le dijo:
“¡Dios fue
realmente bueno conmigo! Escapé de ser sacrificado por los salvajes, justamente
por no tener un dedo! Pero tengo una duda: Si Dios es tan bueno, ¿por qué
permitió que tú, que tanto lo defiendes, fueras a la cárcel?”
“Mi rey, si
yo hubiese ido con usted en esa cacería, habría sido sacrificado en su lugar,
pues no me falta ningún dedo. Por eso, recuerde: todo lo que Dios hace es
perfecto: ¡Él nunca se equivoca!”
Muchas veces nos quejamos de la vida y de las desgracias
que nos suceden. Pero lo cierto es que, lo que aparentemente es una desgracia,
se puede convertir en una ocasión. Y, todavía más cierto es que, pase lo que
pase, Dios no nos deja nunca de su mano.
¡Señor mío y Dios mío, Padre bueno que velas por mí
día y noche!: dame una fe grande para confiar en Ti cuando me sienta sólo y sin
fuerzas!