jueves, 26 de diciembre de 2019

VIVIR LA NAVIDAD - 6 de 6 - EL MISTERIO DE BELÉN

La Navidad sólo se celebra de verdad cuando somos capaces de adorar el misterio de Belén.

Los “símbolos” de la Navidad
Durante las fiestas navideñas se ha hecho ya tradicional la colocación del Belén en los templos, hogares, plazas, escaparates. Su origen o, al menos, su desarrollo se remonta a San Francisco de Asís y a los franciscanos que lo extienden por toda Europa. En el siglo XVII lo encontramos allá en Nápoles, España, Portugal, Francia, Alemania del Sur. 

Alrededor del Belén surge todo un mundo de villancicos, nanas, bailes, cuentos de Navidad, recorridos por las calles... En cada pueblo se entremezclan luego otros elementos autóctonos como nuestro “Olentzaro”, personaje de origen difícil de precisar, a que la tradición cristiana ha convertido en embajador del nacimiento de Jesús.

Más recientemente han llegado también hasta nosotros dos elementos importados de otros países: el cirio y el árbol. Es probable que su origen se remonta a las fiestas paganas en las que se rendía culto a los emperadores el día en que se conmemorada su nacimiento. La luz era entendida como símbolo de la vida y el ramo verde era utilizado como símbolo de eternidad.

Ambos elementos han sido luego empleados con simbolismo hondamente cristiano. El cirio que se enciende la Nochebuena simboliza el nacimiento del Señor que viene a iluminar este mundo envuelto en tinieblas (Jn 1,9; Is 9,2-7; Is 60,1-6). El árbol, por su parte, recuerda el árbol del paraíso perdido por el pecado del primer Adán y del que somos salvados por el nacimiento del segundo Adán. Cristo es Árbol de vida para la humanidad.  

En concreto, el árbol iluminado y lleno de regalos, simboliza a Cristo, verdadero Árbol de vida, que nos trae la luz capaz de orientar nuestras vidas y el regalo de nuestra salvación.
Pero, con frecuencia, todo este simbolismo ha quedado banalizado y trivializado al perder su vigor original. Las calles se llenan de árboles y luces sin que apenas nadie lea su hondo significado. Muchas veces todo queda en mero adorno decorativo que oculta el misterio de Belén.


Ante misterio de Belén. 
Sin embargo, el centro de todas las fiestas navideñas está en ese portal de Belén al que hemos de saber acercarnos.  

No está equivocado afirmar que la Navidad es la fiesta de los niños y de aquellos que saben vivir con corazón de niño. Solo ellos pueden disfrutar como nadie del regalo de un Dios niño.

A los adultos se nos hace más difícil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Lo que nos impide gozar como los niños no es la edad, sino nuestro corazón envejecido, autosuficiente, lleno de egoísmos e intereses; nuestra vida agitada, dispersa, polarizada por la búsqueda obsesiva de eficacia, rendimiento, seguridad y bienestar a cualquier precio.

El teólogo A. Delp veía en el “endurecimiento interior” el mayor peligro para el hombre moderno: “La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y el endurecimiento de la existencia.”

El niño es un hombre que todavía no ha endurecido su existencia, no ha cerrado todavía las puertas de su ser a lo bueno, lo hermoso, lo admirable. Sabe admirar, acoger y disfrutar. Su vida es acogida y crecimiento. 

A. Saint-Exupery dice en el prólogo de su delicioso “Principito”, que “todas las personas mayores han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan.” La Navidad nos invita a despertar lo que queda de nosotros de ese niño que fuimos, capaces de mirar, escucharle a coger con sorpresa y gozo el regalo de la vida.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestro desencanto y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de “adultos”, siempre hay en nuestro corazón un rincón secreto en el que todavía no hemos dejado de ser niños.

Atrevámonos a acercarnos con corazón sencillo al portal de Belén. Dios está ahí. No es un ser peligroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano, indefenso y entrañable desde la ternura y transparencia de un niño.

Este es el mensaje de la Navidad: hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia.

Paul Claudel, describiendo su conversión, nos recuerda cómo sintió un día de Navidad en la catedral de Notre Dame de París “el sentimiento desgarrador de la inocencia, revelación inefable de la eterna infancia de Dios”. Sorprendido ante “la eterna infancia de Dios” y sollozando, comenzó a salir de su “estado habitual de asfixia y desesperanza”. 

La celebración sencilla pero honda de la Navidad puede despertar en nosotros la fe. Una fe que no esteriliza, sino que rejuvenece, que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no separa, sino que une; que no recela, sino confía; que no entristece sino que ilumina; que no teme sino que ama.

Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.

Jose Antonio Pagola