Son muchos los siglos que lleva
Occidente celebrando la Navidad el 25 de Diciembre. El testimonio más antiguo
es un calendario del año 336 en el que se recogen las fiestas que celebraban
los cristianos en Roma. En cuanto a las razones para celebrarla el 25, hay que
decir que no sabemos el motivo que llevó a la Iglesia a hacerlo ese día. Son
muchas las hipótesis que se han formulado, pero ninguna ha podido ser
confirmada. Entre ellas, se ha señalado la necesidad de oponer el culto a Cristo
al culto al sol que, por influencia de Mitra, gozaba de tanta popularidad en el
paganismo. Pero esto es una hipótesis no se ha podido demostrar con documentos.
El hecho cierto es que la fiesta del nacimiento de Cristo se viene celebrando
el 25 de Diciembre desde los primeros siglos.
Pero
–¡lo que son las cosas!–, algunos se han propuesto acabar con el contenido de
estas fiestas. En el dislate al que estamos asistiendo en cuestión de
costumbres y tradiciones, este sería uno más, si no fuera por la maniobra de
manipulación lingüística que supone. La estrategia es evidente: si no se puede
acabar con la fiesta, se le cambia de nombre o se mantiene el nombre pero se le
cambia el contenido o las dos cosas. Como, evidentemente, resulta imposible
quitar las fiestas de Navidad –imaginen las consecuencias de una medida así en
el campo académico o económico, por ejemplo–, se les llama fiestas de invierno,
y a los belenes, paisajes de invierno y se eliminan de la calle todos los
símbolos religiosos.
Es
evidente que cada uno puede celebrar lo que le dé la gana según sus ideas,
opciones o preferencias. Pero no podemos cambiar la naturaleza de las cosas. La
Navidad es una fiesta cristiana –como el ramadán es una práctica religiosa
islámica y a nadie se le ocurre decir que no es ayuno sino una dieta de
adelgazamiento–. Se tenga fe o no se tenga fe, el fundamento y la razón de
estas fiestas es el nacimiento de Cristo.
Por
tanto, se les puede llamar fiestas de invierno, pero son fiestas de invierno
para celebrar el nacimiento del iniciador del cristianismo. Podemos hacer
regalos y decir que es para celebrar la lluvia, por ejemplo, pero regalar en
estas fechas es una evocación de los regalos que los magos hicieron a Jesús. Y
así podríamos seguir.
También
debemos tener claro que la elección de la fecha viene de los primeros siglos,
si bien parece que es algo aleatorio. Esto significa que celebramos el “hecho”
del nacimiento de Cristo con el sentido que a ello le damos los cristianos,
pero no el “día” en que tuvo lugar porque no tenemos ese dato. Lo cual no quita
legitimidad a la celebración. No saber la fecha del nacimiento de una persona
no significa que no haya nacido ni que no podamos celebrarlo. Si desconocemos
el dato exacto, podemos elegir el día que nos parezca más oportuno. Eso fue lo
que hicieron con todo derecho los cristianos desde los primeros siglos. Atacar
la Navidad, como algunos han hecho, porque ignoramos el dato concreto del día
en que Jesucristo nació, no deja de ser otra burda manipulación.
Finalmente,
también tenemos que dejar claro que el respeto mutuo que, en una sociedad
democrática, todos merecemos –hombres y mujeres, creyentes y no creyentes,
judíos, cristianos y musulmanes, budistas, hinduistas o sintoístas...– implica
también el respeto a las creencias religiosas, lo que significa que puedo
profesar la religión que quiera o no profesar ninguna. Atacar a las personas,
sus manifestaciones y sus símbolos, simplemente porque no los comparto es
adentrarse en un sendero peligroso que lleva, a la larga, al totalitarismo,
porque, cuando se considera legítimo atacar un derecho, se termina negándolo y,
negado un derecho, se pueden negar todos los demás.
Paco Echevarría