Hemos de recuperar también el
hondo sentido que se encierra en otra costumbre muy arraigada en estas fiestas
navideñas.
El
intercambio de regalos
Es una costumbre
tradicional en la Navidad el intercambio de regalos, realizado de maneras muy
diversas. Papá Noel o Santa Claus en los países nórdicos, la legendaria Befana
en Italia, la Babushka en Rusia, son personajes entrañables de estos días
navideños. Entre nosotros, los regalos son atribuidos a los Reyes Magos, al
mismo Niño Jesús o al Olentzaro.
Este elemento ha adquirido una
importancia extraordinaria en la sociedad actual. Intercambio de obsequios,
aguinaldos, pagas extraordinarias, cestas de Navidad, rifas, premio especial de
Lotería… Todo ha sido convenientemente utilizado por la sociedad de consumo
para impulsarnos a comprar y consumir.
Sin embargo, todos sabemos que los
regalos de Navidad muchas veces no son verdaderos regalos. Son objetos que se
entregan por interés, regalos que se hacen con cálculos interesados. Hasta el
regalo que se hace a los hijos nace con frecuencia de una actitud de
ostentación, envidia y deseo de sobresalir por encima de los demás. Por otra
parte, es más fácil dar un regalo a los hijos de vez en cuando, que ofrecerles
cercanía, escucha sincera y el amor sacrificado de cada día.
Estamos creando entre todos una
sociedad interesada y egoísta y se nos está olvidando lo que es el verdadero
regalo gratuito. Corremos el riesgo de convertirlo todo en cumplimiento,
interés y cálculo egoísta.
La
verdadera solidaridad de la Navidad
Sin embargo, el intercambio de
regalos por estas fechas navideñas tiene un origen cristiano auténtico. De la
misma manera que los Magos llevan sus regalos al Niño nacido en Belén, también
los creyentes manifiestan su agradecimiento a Dios, haciendo algún regalo a los
niños, los pobres, los necesitados o los seres queridos.
Pero hay algo más profundo en el
origen de la Navidad. El gran regalo que nos recuerdan estas fiestas es el que
nos ha hecho el mismo Dios dándonos a su propio Hijo. El gran regalo para
los hombres es Jesucristo. En él «se nos ha manifestado la bondad de
Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3,4).
Desde ahí aprendemos los creyentes a
regalar. No es posible creer en un Dios que ha querido compartir nuestros
problemas y sufrimientos y organizar luego nuestra vida de manera
individualista y egoísta, ajenos totalmente a las necesidades de los demás.
La solidaridad de Dios con
los hombres es el cimiento más profundo que podemos concebir para la
solidaridad y fraternidad entre los seres humanos. Un creyente no puede
celebrar estas fiestas satisfecho, ni comer o cenar tranquilo, olvidando a
todos esos hombres y mujeres para los que la Navidad no será motivo de fiesta
sino algo que les recordará todavía con más crudeza su soledad, su vejez, su
impotencia y sus angustias.
Las luces y estrellas de nuestra
Navidad no hacen sino mostrar con más claridad la contradicción en que vivimos
tantos hombres y mujeres, encerrados en nuestro propio egoísmo, demasiado
alejados de un Dios Padre de todos y demasiado extraños a los que no viven para
nuestros propios intereses.
La Navidad puede ayudarnos a
descubrir mejor el carácter interesado de nuestras ocupaciones y nuestras
relaciones, y puede ser una llamada a vivir de manera más generosa y gratuita,
colaborando en crear una sociedad más fraterna y solidaria.
Jose
Antonio Pagola