Trata de
imaginarte la escena: un parque. En un banco sentados, un hombre mayor y a su
lado su hijo adulto leyendo el periódico. En la cercanía, revolotea y trina un
pajarillo que se posa cerca de donde están ellos. El padre, con gesto inmutable
y la mirada perdida en el vacío, pregunta: “¿qué
es eso?” El hijo se detiene en la lectura y con gesto serio responde: “Un gorrión”. El gorrión vuelve a trinar
varias veces y el padre vuelve a preguntar: “¿qué
es eso?” El hijo vuelve a dejar la lectura le responde: “Te lo dije antes papá. Es un gorrión”.
El gorrión sigue revoloteando y trinando por los alrededores y el padre vuelve
a preguntar: “¿qué es eso?” El hijo
ya molesto deja el periódico a un lado y en tono irritadoo responde: “es un gorrión papá. Un go-rri-ón”. El
gorrión sigue trinando y el padre en el mismo tono cándido de las veces
anteriores, vuelve a preguntar: “¿qué es
eso?” El hijo, irritado le grita “¿Por
qué estás haciendo esto? Ya te lo dije un montón de veces. Es un gorrión. ¿Es
que no lo puedes entender?” El padre, muy sereno, se levanta y pasea
meditando por las inmediaciones del parque. Al cabo de un rato vuelve y se
sienta de nuevo al lado de su hijo. En las manos trae un viejo cuadernillo. Lo
abre, se lo entrega a su hijo, le señala imperativamente una página con el dedo
y le dice: “en voz alta” `pidiéndole
que leyera lo que estaba anotado en el viejo cuaderno. El hijo atendiendo a la
petición del padre, lee: “hoy, mi hijo
menor, que hace unos días cumplió tres años, estaba sentado conmigo en el
parque, cuando un gorrión se posó enfrente nuestro. Mi hijo me preguntó 21
veces que ¿Qué era eso? Y yo respondí las 21 veces que eso era un gorrión. Lo
abracé cada vez que me hizo la misma pregunta. Una y otra vez, sin enojarme,
sintiendo un gran cariño y ternura por mi pequeño hijo inocente.” Llegado a
este punto, el hijo cierra el viejo cuaderno, se queda pensativo en silencio,
mira a su padre, lo abraza, le besa y se funde con él en ese abrazo de amor
eterno, que solo se puede dar entre padre e hijo.
Ten presente
que la mirada perdida de un enfermo de Alzheimer, encierra un mensaje que te
dice: Olvida mis olvidos; recuerda que no recuerdo, pero abrázame, porque el
fondo de mi corazón te sonríe y te sonríe porque te quiero.