lunes, 17 de septiembre de 2012

¿Qué sucede después de la muerte?-5



Ahora tenemos que dar un paso más. Es uno de los conocimientos básicos de la antropología actual que el hombre no puede realizarse a sí mismo sin el encuentro con los demás hombres. Existencia significa vivir en contacto con los demás. Existir significa recoger experiencias en contacto con los demás. Sólo el que de niño ha experimentado la bondad de sus padres puede ser más tarde, él mismo, bondadoso y bueno. Sólo aquel que ha sido amado profundamente es capaz de amar, él mismo, más adelante. Sólo el que ha conocido y admitido a otros hombres en su rica y multiforme diversidad puede conocerse a sI mismo. El hombre se realiza realmente como hombre en relación con los demás, en una vivencia común del mundo.
                He dicho anteriormente que cada hombre posee su mundo propio y personal y que lleva consigo ese mundo a Dios. Y ahora tengo que añadir: A este mundo propio y personal pertenecen también los demás hombres con los que cada uno ha convivido durante su vida. A este mundo pertenecen el padre y la madre, la hermana y el hermano, la esposa y el esposo, los hijos, los parientes, los amigos, aquellos por quienes se asumió una responsabilidad y otros muchos hombres más. Todos ellos han dejado su impronta en nosotros; todos ellos pertenecen a la historia de nuestra vida. Nuestra realización humana no es ni siquiera pensable sin los múltiples vínculos que nos ligan a los hombres que viven en nuestro entorno. Si es verdad que nosotros nos presentamos ante Dios con todo nuestro mundo, es verdad también que nos presentamos ante El con todos estos hombres. Y si pensamos ahora que los hombres con quienes estamos vinculados nosotros están ellos, a su vez, vinculados con otros muchos más y así sucesivamente, entonces comprenderemos que no sólo se puede hablar del encuentro de cada hombre con Dios, sino que se tiene que hablar también y al mismo tiempo del encuentro de todos los hombres con Dios; sí, del encuentro de toda la historia con Dios. Por eso formulo esta quinta afirmación:
                El resto del mundo y toda la historia están indisolublemente vinculados con nuestro propio mundo personal. Por eso, en el momento de la muerte, se presenta juntamente con nosotros, ante Dios, todo el resto de la historia. También la Iglesia ha creído siempre que toda la historia se presentará ante Dios; que Dios aparecerá ante todos los hombres y ante la historia toda; que El juzgará a todos los hombres y a toda la historia; y finalmente, que no participaremos de la vida de Dios como individuos particulares, sino en la comunidad de los santos. La teología dogmática tradicional desplazó naturalmente este encuentro de toda la humanidad con Dios a un determinado momento, en el Fin del Mundo. Desde el momento en que se admite en serio que es el hombre entero el que comparece ante Dios en el momento de la muerte, y se acepta, al mismo tiempo, que a cada hombre particular le pertenece su cuerpo y toda una parte del mundo, y que ese mundo lo constituyen otros muchos hombres, desde ese mismo instante hay que admitir necesariamente que yo y cada uno de los hombres tendremos que presentarnos ante Dios, en el momento de la muerte, con todos los hombres que tienen vinculación conmigo y con mi propio mundo; es decir, que tendremos que comparecer cada uno de nosotros ante Dios con todo el resto de la humanidad. Pero ¿cómo va a ser eso posible? ¿No es todo esto absurdo? Yo vivo, pero muchos de mis amigos han muerto ya. ¿Cómo van a presentarse ellos al mismo tiempo que yo ante Dios? Y otra dificultad: yo muero, pero otros siguen viviendo. Y también: yo y los hombres con los que he convivido hemos muerto; pero la historia sigue su curso milenio tras milenio. ¿Cómo puede afirmarse que toda la historia, que todos los hombres, comparecerán juntamente conmigo ante la presencia de Dios en el momento de mi muerte?
GERHARD LOHFINK, “PASCUA Y EL HOMBRE NUEVO”