martes, 18 de septiembre de 2012

¿Qué sucede después de la muerte?-6



Pienso que es imprescindible, en este momento, decir algo respecto al concepto de tiempo. El tiempo aparece ante nosotros, sin duda, como algo sumamente real. El tiempo dentro del cual queda enmarcada nuestra vida se nos presenta como algo férreo e inmodificable. Vivimos en el tiempo, tenemos que adaptarnos a él y no podemos saltárnoslo. Y sin embargo, el tiempo es algo mucho más irreal y quebradizo de lo que pudiera parecer en un primer momento. Pues el tiempo no es una cosa como las demás cosas de este mundo. El tiempo en sí mismo no es una realidad. El tiempo es una forma de captación de nuestra conciencia. Es un esquema en el que nos otros vivimos la duración de las cosas. Ya en la microfísica se le asesta un duro golpe a nuestro concepto del tiempo. Los fenómenos parapsicológicos muestran bien claramente la relatividad del tiempo. Más allá de nuestro mundo, ¿existe aún tiempo? Nosotros suponemos esto con frecuencia como algo evidente. El que distingue entre el juicio personal después de la muerte y el Juicio Ultimo al Fin del Mundo, presupone que existe tiempo en el más allá. Quien admite que la purificación del hombre después de la muerte exige un determinado tiempo, presupone que existe tiempo en el más allá. Quien admite que el alma humana está, en primer lugar, junto a Dios sin el cuerpo y que el cuerpo sólo se une a ella más adelante, presupone que existe el tiempo en el más allá. Sin embargo, en realidad, el tiempo, exactamente lo mismo que el espacio, es una función de nuestro mundo terreno.
                El espacio y el tiempo son formas de captación con las que nosotros experimentamos la existencia terrena. Tienen consistencia o caen con la experiencia de este mundo nuestro. En el mundo de Dios ya no existe nuestro espacio ni tampoco nuestro tiempo. Esto significa, por tanto, que el hombre, desde el momento en que muere y penetra en el mundo de Dios, no existe ya en el tiempo, sino más allá de todo tipo de tiempo terreno. Sólo tiene algo que ver con el tiempo terreno en cuanto que todos los momentos de su existencia están refundidos en su nueva existencia junto a Dios. Su nueva existencia junto a Dios es el compendio y el fruto de todo su tiempo terreno, ciertamente transfigurado y sublimado por Dios; pero su nueva existencia, en sí misma, ya no es una existencia en el tiempo. Si estas reflexiones son válidas, entonces no podemos decir que un hombre concreto esté junto a Dios antes que otro cualquiera. Eso supondría, sin duda, que en el más allá sigue existiendo el tiempo terreno; que allí transcurren los días, los meses y los años igual que en este mundo. Pero, más bien, tenemos que decir lo siguiente: Como junto a Dios ya no sigue existiendo ningún tipo de tiempo terreno, entonces todos los hombres, aunque hayan muerto en épocas e instantes diversos, encontrarán a Dios «al mismo tiempo», en el único y eterno «momento» de la eternidad. Como junto a Dios ya no existe ninguna clase de tiempo terreno, entonces ha pasado ya la historia en el momento en que yo muero, y mi encuentro con Dios coincide con el encuentro de toda la humanidad con El. Como junto a Dios ya no hay ninguna clase de tiempo terreno, entonces mi muerte es ya el Ultimo Día e igualmente ha llegado con mi muerte la resurrección de la carne. Es posible también formular todo esto del modo siguiente: al morir un hombre y dejar, por eso, el tiempo tras sí, llega a un «punto» en el que todo el resto de la historia llega con él «al mismo tiempo» a su fin Y todo esto, a pesar de que esta historia, «dentro» de la dimensión del tiempo terreno, haya dejado atrás tramos inmensos e inconmensurables.
                Ahora puede comprenderse por qué parto con tal confianza de que no sólo es mi alma la que encuentra a Dios, sino toda mi existencia y juntamente con ella toda la humanidad. Y ahora es posible comprender, también, por qué los novísimos, es decir, las realidades más transcendentales de este mundo, que se vislumbran tan lejanas en la teología dogmática tradicional que no parecen llamar especialmente la atención de nadie, adquieren una gran actualidad y una diáfana cercanía. El Fin del Mundo está llamando ya a mi puerta. El momento del Juicio no está lejano. Todos nosotros vivimos en los últimos tiempos; estamos ya próximos al fin. Y ahora la sexta afirmación: en la muerte se desvanece todo tiempo. Por eso, al traspasar la muerte, experimenta el hombre no sólo su propia plenitud, sino, al mismo tiempo, la plenitud y consumación del mundo.
GERHARD LOHFINK, “PASCUA Y EL HOMBRE NUEVO”