Pienso que es
imprescindible, en este momento, decir algo respecto al concepto de
tiempo. El tiempo aparece ante nosotros, sin duda, como algo sumamente
real. El tiempo dentro del cual queda enmarcada nuestra vida se nos
presenta como algo férreo e inmodificable. Vivimos en el tiempo, tenemos
que adaptarnos a él y no podemos saltárnoslo. Y sin embargo, el tiempo es
algo mucho más irreal y quebradizo de lo que pudiera parecer en un primer
momento. Pues el tiempo no es una cosa como las demás cosas de este mundo.
El tiempo en sí mismo no es una realidad. El tiempo es una forma
de captación de nuestra conciencia. Es un esquema en el que nos
otros vivimos la duración de las cosas. Ya en la microfísica se le asesta
un duro golpe a nuestro concepto del tiempo. Los
fenómenos parapsicológicos muestran bien claramente la relatividad del
tiempo. Más allá de nuestro mundo, ¿existe aún tiempo? Nosotros
suponemos esto con frecuencia como algo evidente. El que distingue entre
el juicio personal después de la muerte y el Juicio Ultimo al Fin
del Mundo, presupone que existe tiempo en el más allá. Quien admite
que la purificación del hombre después de la muerte exige un
determinado tiempo, presupone que existe tiempo en el más allá. Quien admite
que el alma humana está, en primer lugar, junto a Dios sin el cuerpo y
que el cuerpo sólo se une a ella más adelante, presupone que existe
el tiempo en el más allá. Sin embargo, en realidad, el
tiempo, exactamente lo mismo que el espacio, es una función de
nuestro mundo terreno.
El
espacio y el tiempo son formas de captación con las que nosotros
experimentamos la existencia terrena. Tienen consistencia o caen con la
experiencia de este mundo nuestro. En el mundo de Dios ya no existe
nuestro espacio ni tampoco nuestro tiempo. Esto significa, por tanto, que
el hombre, desde el momento en que muere y penetra en el mundo de Dios, no
existe ya en el tiempo, sino más allá de todo tipo de tiempo terreno. Sólo
tiene algo que ver con el tiempo terreno en cuanto que todos los momentos
de su existencia están refundidos en su nueva existencia junto a Dios. Su
nueva existencia junto a Dios es el compendio y el fruto de todo su
tiempo terreno, ciertamente transfigurado y sublimado por Dios; pero
su nueva existencia, en sí misma, ya no es una existencia en el tiempo. Si
estas reflexiones son válidas, entonces no podemos decir que un hombre
concreto esté junto a Dios antes que otro cualquiera. Eso supondría, sin
duda, que en el más allá sigue existiendo el tiempo terreno; que allí
transcurren los días, los meses y los años igual que en este mundo. Pero,
más bien, tenemos que decir lo siguiente: Como junto a Dios ya no sigue
existiendo ningún tipo de tiempo terreno, entonces todos los hombres,
aunque hayan muerto en épocas e instantes diversos, encontrarán a Dios «al
mismo tiempo», en el único y eterno «momento» de la eternidad. Como junto
a Dios ya no existe ninguna clase de tiempo terreno, entonces ha pasado ya
la historia en el momento en que yo muero, y mi encuentro con Dios
coincide con el encuentro de toda la humanidad con El. Como junto a Dios
ya no hay ninguna clase de tiempo terreno, entonces mi muerte es ya
el Ultimo Día e igualmente ha llegado con mi muerte la resurrección
de la carne. Es posible también formular todo esto del modo siguiente: al morir
un hombre y dejar, por eso, el tiempo tras sí, llega a un «punto» en el
que todo el resto de la historia llega con él «al mismo tiempo» a su fin Y
todo esto, a pesar de que esta historia, «dentro» de la dimensión del
tiempo terreno, haya dejado atrás tramos inmensos e inconmensurables.
Ahora
puede comprenderse por qué parto con tal confianza de que no sólo es mi
alma la que encuentra a Dios, sino toda mi existencia y juntamente con
ella toda la humanidad. Y ahora es posible comprender, también, por qué
los novísimos, es decir, las realidades más transcendentales de este
mundo, que se vislumbran tan lejanas en la teología dogmática tradicional
que no parecen llamar especialmente la atención de nadie, adquieren una
gran actualidad y una diáfana cercanía. El Fin del Mundo está llamando ya
a mi puerta. El momento del Juicio no está lejano. Todos nosotros vivimos
en los últimos tiempos; estamos ya próximos al fin. Y ahora la
sexta afirmación: en la muerte se desvanece todo tiempo. Por eso, al
traspasar la muerte, experimenta el hombre no sólo su propia plenitud,
sino, al mismo tiempo, la plenitud y consumación del mundo.
GERHARD LOHFINK, “PASCUA Y EL
HOMBRE NUEVO”