viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Qué sucede después de la muerte?-4



El cuerpo y el alma no son dos partes del hombre, sino dos modos diversos de una realidad única e indivisible que es el hombre. El hombre es alma y cuerpo. Pero es ambas cosas en una unidad indisoluble. Por eso la muerte afecta, también, a todo el hombre. Quien sostenga que la muerte sólo afecta al cuerpo, no toma en serio la realidad de la muerte. Parece entonces como si el alma, en la muerte, liberada del cuerpo como de una cárcel, se dirigiese al encuentro con Dios. No; la muerte alcanza a todo el hombre, a toda su existencia. Nosotros tenemos que morir, nosotros y todo lo que es nuestro.
                Quien se represente las cosas de otra manera, tiene que preguntarse si hace realmente justicia a la pavorosa importancia y seriedad de la muerte. Sí; tiene que preguntarse si no considera al cuerpo como algo superfluo, quizá, incluso, como algo negativo. Pues si el alma halla su plena y perfecta felicidad en la contemplación intuitiva de Dios, prescindiendo del cuerpo, entonces la resurrección de la carne es algo sencillamente superfluo. ¿No se habrá deslizado en esta concepción del hombre un oculto desprecio y desestima del cuerpo?
                También es válida entonces esta otra formulación: si se afirma que el hombre constituye una unidad, que es todo el hombre el que debe experimentar la muerte, entonces será más fácil y más inequívoco mantener que, en la muerte, es también todo el hombre, en cuerpo y alma, el que llega a Dios. Pues cuando morimos no nos sumergimos en la nada, sino en la vida eterna junto a Dios. La muerte nos afecta como totalidad, pero nos sitúa también en lo que será nuestro permanente estado definitivo, frente a Dios. Nosotros y todo lo que es nuestro tiene que morir. Eso es cierto. Pero también esto otro es  igualmente cierto: nosotros llegaremos a Dios, nosotros y todo lo nuestro. Si afirmáramos solamente que nuestra alma llega a Dios en Ia muerte y entendiéramos el alma como una realidad distinta de nuestro cuerpo, entonces no podríamos mantener la afirmación de que somos nosotros, con todo lo que constituye nuestro ser humano, los que llegamos a Dios. Pues el hombre no es sólo un alma abstracta. El hombre es también cuerpo; más aún, el hombre es todo un mundo. Al hombre le pertenecen sus alegrías y sus sufrimientos, sus gozos y sus tristezas, sus acciones buenas y malas, todas las obras que ha llevado a cabo en su vida, todas las cosas que ha creado, todas las ideas y proyectos para los que ha vivido, todos los
momentos que ha soportado, todas las lágrimas que ha derramado, todas las sonrisas que han alegrado y vivificado su rostro, su larga y personal historia que ha recorrido: todo esto es el hombre. Y todo esto no lo es sólo en cuanto alma; esto lo es también, y precisamente, en cuanto cuerpo. Si no llegara todo el hombre con alma y cuerpo a Dios, no podría tampoco presentar toda la historia de su vida ante El.
                En cada hombre palpitan las vivencias y experiencias de su pasado. Sumidas en lo profundo del inconsciente descansan la experiencia de nuestro primer amor, la experiencia de nuestro primer dolor, la vivencia de nuestra primera nieve. Y porque cada uno tiene sus experiencias totalmente propias, que sólo puede tener él y que sólo a él le pertenecen, por eso es cada hombre un misterio infinitamente valioso e incomprensible y exactamente por eso es la muerte algo terrible. Cuando un hombre muere, mueren con él, al mismo tiempo, su primer beso y su primera nieve, todo su amor y todo su sufrimiento, su alegría y su dolor. Cuando muere un hombre, desaparece un mundo plenamente personal, un mundo original y único, distinto a todos los demás que le habían precedido y que le seguirán.
                Yo opino que esta perplejidad ante el mundo misterioso e incambiable que es propio de cada hombre, es un presupuesto incondicionalmente necesario para poder comprender, de alguna manera, lo que se quiere decir cuando hablamos de la resurrección de los muertos desde una perspectiva de fe. Pues la resurrección significa que es todo el hombre el que llega a Dios; todo el hombre con todas sus experiencias y con todo su pasado, con su primer beso y con su primera nieve, con todas las palabras que ha pronunciado y con todos los hechos que ha realizado. Pues bien: todo esto es infinitamente más que un alma abstracta y, por eso, no es imaginable que sea sólo el alma la que llegue a Dios en el momento de la muerte. Por tanto me gustaría añadir esta cuarta afirmación: en el momento de la muerte se presenta ante Dios todo el hombre en «cuerpo y alma»; es decir, con toda su vida, con todo su mundo personal y con toda la historia incambiable de su vida.
GERHARD LOHFINK, “PASCUA Y EL HOMBRE NUEVO”