Tomás de
Kempis en su Imitación de Cristo: «No eres más porque te alaben, ni eres
menos porque te desprecien. Lo que eres a los ojos de Dios, eso eres».
domingo, 30 de septiembre de 2012
sábado, 29 de septiembre de 2012
Científicos del pasado creen en Dios: Copérnico
COPERNICO (Polonia, 1473-1543) (Astrónomo)
Probó la esfericidad de la tierra, expuso sus movimientos y la rotación de todo el sistema solar. Defendió el Heliocentrismo.
"Si existe una ciencia que eleve el alma del hombre y la remonte a lo alto en medio de las pequeñeces de la tierra, es la Astronomía..., pues no se puede contemplar el orden magnífico que gobierna el universo sin mirar ante sí y en todas las cosas al Creador mismo, fuente de todo bien".
Probó la esfericidad de la tierra, expuso sus movimientos y la rotación de todo el sistema solar. Defendió el Heliocentrismo.
"Si existe una ciencia que eleve el alma del hombre y la remonte a lo alto en medio de las pequeñeces de la tierra, es la Astronomía..., pues no se puede contemplar el orden magnífico que gobierna el universo sin mirar ante sí y en todas las cosas al Creador mismo, fuente de todo bien".
viernes, 28 de septiembre de 2012
jueves, 27 de septiembre de 2012
miércoles, 26 de septiembre de 2012
miércoles, 19 de septiembre de 2012
martes, 18 de septiembre de 2012
No significa
- Que la gente vaya a Misa no significa que amen al prójimo.
- Que la gente tenga carreras y estudios no significa que tengan cultura y menos, sabiduría.
- Que la gente tenga “puestos importantes” no significa que sean importantes.
- Que la gente opine, no significa que tengan pensamientos propios.
- Que la gente juzgue, no significa que tengan criterio.
- Que una mujer para (del verbo parir) no significa que tenga amor de madre.
- Que un hombre tenga un hijo no significa que sea padre.
- Que pertenezcas a una familia no significa que sean tu familia.
- Que haya gente socialmente bien considerada, no significa que sean personas a considerar.
Recuerda que no recuerdo
Trata de
imaginarte la escena: un parque. En un banco sentados, un hombre mayor y a su
lado su hijo adulto leyendo el periódico. En la cercanía, revolotea y trina un
pajarillo que se posa cerca de donde están ellos. El padre, con gesto inmutable
y la mirada perdida en el vacío, pregunta: “¿qué
es eso?” El hijo se detiene en la lectura y con gesto serio responde: “Un gorrión”. El gorrión vuelve a trinar
varias veces y el padre vuelve a preguntar: “¿qué
es eso?” El hijo vuelve a dejar la lectura le responde: “Te lo dije antes papá. Es un gorrión”.
El gorrión sigue revoloteando y trinando por los alrededores y el padre vuelve
a preguntar: “¿qué es eso?” El hijo
ya molesto deja el periódico a un lado y en tono irritadoo responde: “es un gorrión papá. Un go-rri-ón”. El
gorrión sigue trinando y el padre en el mismo tono cándido de las veces
anteriores, vuelve a preguntar: “¿qué es
eso?” El hijo, irritado le grita “¿Por
qué estás haciendo esto? Ya te lo dije un montón de veces. Es un gorrión. ¿Es
que no lo puedes entender?” El padre, muy sereno, se levanta y pasea
meditando por las inmediaciones del parque. Al cabo de un rato vuelve y se
sienta de nuevo al lado de su hijo. En las manos trae un viejo cuadernillo. Lo
abre, se lo entrega a su hijo, le señala imperativamente una página con el dedo
y le dice: “en voz alta” `pidiéndole
que leyera lo que estaba anotado en el viejo cuaderno. El hijo atendiendo a la
petición del padre, lee: “hoy, mi hijo
menor, que hace unos días cumplió tres años, estaba sentado conmigo en el
parque, cuando un gorrión se posó enfrente nuestro. Mi hijo me preguntó 21
veces que ¿Qué era eso? Y yo respondí las 21 veces que eso era un gorrión. Lo
abracé cada vez que me hizo la misma pregunta. Una y otra vez, sin enojarme,
sintiendo un gran cariño y ternura por mi pequeño hijo inocente.” Llegado a
este punto, el hijo cierra el viejo cuaderno, se queda pensativo en silencio,
mira a su padre, lo abraza, le besa y se funde con él en ese abrazo de amor
eterno, que solo se puede dar entre padre e hijo.
Ten presente
que la mirada perdida de un enfermo de Alzheimer, encierra un mensaje que te
dice: Olvida mis olvidos; recuerda que no recuerdo, pero abrázame, porque el
fondo de mi corazón te sonríe y te sonríe porque te quiero.
¿Qué sucede después de la muerte?- 7 y última
Y llego a un último punto que,
entendido correctamente, es el más importante. Hasta ahora he estado
hablando sólo de Dios y del hombre, pero no había introducido a Cristo en
la reflexión. Esto significa, por tanto, que todavía no había abordado la dimensión auténticamente
cristiana de Ia muerte y la eternidad. Ha llegado ahora el momento más
propicio para hacerlo con toda claridad. Cuando el Nuevo Testamento habla de la
vida eterna, es decir, de aquello que acontece en la muerte y al Fin del
Mundo, no habla jamás sólo de Dios, sino siempre conjuntamente de
Jesucristo. Y lo mismo hace toda la tradición cristiana. Todo lo que he
dicho hasta ahora del encuentro definitivo del hombre con Dios se explica
en el Nuevo Testamento, de la misma manera, como encuentro con
Cristo.
Nuestra
muerte es el gran y definitivo encuentro con Cristo; El aparecerá ante
nosotros; El es nuestro juez y salvador; El transformará nuestro pobre
cuerpo asemejándolo a la figura de su cuerpo resucitado; El juzgará al
mundo y otorgará la vida eterna: todo esto lo afirma de Jesucristo el
Nuevo Testamento. Esta presencia conjunta de Dios y de Jesucristo en los acontecimientos
finales no es mera yuxtaposición de dos presencias. Si somos exactos,
tenemos que decir: nosotros encontraremos a Dios en Jesucristo. En El
resplandecerá Dios ante nosotros. En su presencia contemplaremos nosotros
la presencia de Dios. En el encuentro con El experimentaremos el Juicio de
Dios. En El nos concederá Dios su misericordia. En El encontraremos la
vida eterna de Dios.
En
una palabra: nuestro definitivo encuentro con Dios acontece en Jesucristo. Si
queremos profundizar en las afirmaciones mantenidas por el Nuevo
Testamento y la Tradición, cabe preguntarse por qué es esto así; por qué
encontraremos definitivamente a Dios en Jesucristo. Y la respuesta no
puede ser más que ésta: porque así ha sido también en la historia. Dios
nos ha hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras; pero su última,
definitiva e insuperable palabra nos la ha dicho en Jesucristo. En El,
Dios se ha convertido en la definitiva revelación y en la definitiva
presencia en este mundo. En El se ha vinculado Dios definitivamente a este
mundo. En El se ha revelado el sí amoroso de Dios al mundo y al hombre de
un modo definitivo y para siempre. Quien desde ahora desee saber quién es
Dios, tiene que contemplar a Jesús. El que le ve a El, ve también al
Padre. Jesús es el lugar en el que la acción liberadora y redentora de
Dios para con el mundo ha alcanzado su máxima profundidad. Ahora bien, si
Jesús es el lugar en el que se ha instituido de ese modo la manifestación
y la acción definitiva de Dios en nuestra historia y si la historia
terrena no tiene sencillamente una proIongación en el más allá, sino que
encuentra allí su definitivo estado permanente en el que queda inmerso
todo lo que ha sido esencial alguna vez en la historia terrena, entonces
será también Jesucristo, más allá de toda la historia, el auténtico lugar
de nuestro encuentro con Dios. El será, ya para toda la eternidad, lo que
ha sido ya aquí en la tierra: Aquel en quien Dios nos comunica la
palabra eterna de su amor.
Permítaseme
acabar en este momento, porque hemos llegado al misterio más profundo y
más hermoso de nuestra fe: Dios nos ha aceptado a los hombres tan profundamente,
y nos ama tan entrañablemente, que solo nos quiere encontrar, por toda
la eternidad, en el hombre Jesús; sí: encontraremos, para siempre y eternamente,
a Dios mismo en el corazón de un Hombre y allí nos veremos envueltos en el
amor infinito de Dios.
GERHARD LOHFINK, “PASCUA Y EL
HOMBRE NUEVO”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)