Queremos acercarnos hoy a la figura
de una mujer bíblica introducidos por esta escena en la que un grupo de
mujeres, con Judit a la cabeza, va entonando un salmo de alabanza para festejar
su victoria sobre el enemigo, como ya hiciera María cantando y danzando tras el
paso del mar Rojo (Ex 15,20-21). La trama comienza con la presentación de
Nabucodonosor, "rey de los asirios en Nínive" (ya sabemos, por la
historia, que Nabucodonosor fue rey de Babilonia ...), que decide hacerle la
guerra al rey de Media e invita a participar en ella a los pueblos del
contorno. Estos no acuden a su convocatoria, de modo que Nabucodonosor realiza
la guerra solo, vence a su enemigo (1,13-16) y decide llevar a cabo una campaña
militar absolutamente destructiva contra sus vecinos, en venganza por
desatender su llamada. Desde el primer momento, el narrador nos deja claro el
orgullo y prepotencia del rey Asirio. Orgullo compartido por su general,
Holofernes, quien, valiéndose de un ejército "tan numeroso como la langosta
y como la arena de la tierra" (2,20), pasa "devastando",
"arrasando", "incendiando" y "exterminando"
(2,23-28), hasta lograr la rendición y vasallaje de todos sus vecinos.
Todos, menos uno: el pequeño e
insignificante pueblo de Israel, adorador del "Dios del cielo".
Enfurecido e indignado por la resistencia de ese ridículo enemigo, Holofernes
rodea Betulia y planea vencerles sin entablar batalla, tan solo asediando la
ciudad y cerrando el paso a las fuentes de agua. El salmo canta el plan
terrible del enemigo: estrellar contra el suelo a los niños de pecho, violar a
las mujeres o tomarlas como esclavas sexuales, asesinar a los jóvenes,
incendiar las cosechas... Destruirlo todo y a todos de raíz. Nada distinto de
lo que se sigue haciendo hoy en las docenas de conflictos bélicos de todo el
mundo. Pero no sabía Holofernes que el Dios quebrantador de guerras saldría a
rescatar a sus pequeños.
Después de treinta y cuatro días
cercados por el ejército asirio, el pueblo, desfallecido de hambre y sed,
"clamó a grandes voces" y reclamó a los dirigentes de la ciudad la
rendición. "Seremos sus esclavos pero salvaremos la vida... ", dicen
los hombres de Vetulia (7,27). La situación nos recuerda la de los israelitas
que claman en el desierto y piden retornar a las hoyas de Egipto ... Entonces
los ancianos decidieron esperar cinco días más para ver si, en ese plazo, Dios
hacía algo. Y es en este momento, en el que el pueblo clama desde el fondo de
su desesperación, cuando surge y se eleva la figura de una mujer, Judit, una
joven viuda, rica, hermosa y temerosa de Dios, dispuesta a "hacer algo que
se transmitirá de generación en generación" (8,32). El capítulo 8 nos
describe a Judit y su situación vital: viuda desde hacía tres años, permanecía
en su casa desde la muerte de su marido, ceñida de sayal y vestida de viuda, y
llevando una vida austera de ayunos y oración. Con todo, no resulta una figura
sombría. En las fiestas de Israel, Judit sabe participar del regocijo de los
suyos (8,6).
Un dato llama la atención en la
presentación de la protagonista Judit: ella se había hecho construir un ático
en la terraza de su casa. Desde allí podía contemplar el cielo y las estrellas,
pero también podía contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de
sus gentes. En su sabiduría, Judit creó un espacio de libertad donde mantener
un contacto íntimo con Dios. Y desde esta atalaya, desde este pequeño espacio
liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente y
sacarla de su desesperación y derrota. En esos momentos de oración, recibió la
inspiración para determinar la estrategia a seguir y la increíble fuerza para
entrar en la boca del lobo y meterse en la misma tienda del general Holocenas y
cortar su cabeza.
Al final de la historia, Judit,
"la judía", consigue liberar a su pueblo de aquel Hitler cruel que
amenazaba con el genocidio de su pueblo. Judit no se limitó a orar en su
oratorio sino que arriesgó su vida en el intento, superando todos sus
miedos". Judit no es la única mujer que, en la Biblia, pospone la
salvaguarda de su propia vida por el bien de su pueblo. Ester también se expuso
ante el voluble y caprichoso rey Asuero. Tampoco es el único personaje que
lucha desde la desproporción de la fuerza, desde una evidente debilidad frente
a un enemigo imponente: el niño David luchó contra Goliat, Yael acabó con
Sísara, Gedeón luchó contra miles él solo acompañado por su escudero... En
Judit volvió a hacerse realidad la Palabra de Dios que nos promete que, en
nuestra debilidad, triunfa su fuerza (cf. 2 Co. 12,9-10)
Esta es, en resumen, la historia de
Judit, mujer llena de sabiduría, inteligencia y bondad (8,29), mujer que creyó
en el poder de Dios para salvar a su pueblo a su modo y en su tiempo, y
colaboró con Él incluso poniendo en peligro su vida. De ella tenemos mucho que
aprender. Por ejemplo, su capacidad de estar continuamente conectada con Dios,
con "la mente de Dios" (cf. 8,12-17), con su modo de actuar y sus
designios, lo que la hacía más sagaz que los ancianos y más sensible a la
desdicha de su prójimo. Judit fue puente, mediadora y madre de Israel. Su
fuerza le venía de Dios. No permaneció instalada en la seguridad de su
estatus. Bajó de su seguridad, entró en el peligro de la mano de su Dios, destruyó
al opresor, consoló a su pueblo... "y ya nadie atemorizó a los israelitas
mientras vivió Judit ni en mucho tiempo después de su muerte" (16,25).
López,
C en: “Revista Cooperador Paulino”, nº 162, 2012