viernes, 13 de julio de 2012

Personajes de la Biblia: Judit


          Queremos acercarnos hoy a la figura de una mujer bíbli­ca introducidos por esta escena en la que un grupo de mujeres, con Judit a la cabeza, va entonando un salmo de alabanza para festejar su victoria sobre el enemigo, como ya hiciera María cantando y danzando tras el paso del mar Rojo (Ex 15,20-21). La trama comienza con la presentación de Nabucodonosor, "rey de los asirios en Nínive" (ya sabemos, por la historia, que Nabucodonosor fue rey de Babilonia ...), que de­cide hacerle la guerra al rey de Media e invita a participar en ella a los pueblos del contorno. Estos no acuden a su convocatoria, de modo que Nabucodonosor realiza la guerra solo, vence a su enemigo (1,13-16) y decide llevar a cabo una campaña militar absolutamente destructiva contra sus vecinos, en venganza por desatender su llamada. Desde el primer momento, el narrador nos deja claro el orgullo y prepotencia del rey Asirio. Orgullo compartido por su general, Holofernes, quien, valiéndose de un ejército "tan numeroso como la langosta y como la arena de la tierra" (2,20), pasa "devastando", "arrasando", "incendiando" y "exterminando" (2,23-28), hasta lograr la rendición y vasallaje de todos sus vecinos.
            Todos, menos uno: el pequeño e insignificante pueblo de Israel, adorador del "Dios del cielo". Enfurecido e indignado por la resistencia de ese ridículo enemigo, Holofernes rodea Betulia y planea vencerles sin entablar batalla, tan solo asediando la ciudad y cerrando el paso a las fuentes de agua. El salmo can­ta el plan terrible del enemigo: estrellar contra el suelo a los niños de pecho, violar a las mujeres o tomarlas como esclavas sexuales, asesinar a los jóvenes, incendiar las cosechas... Destruirlo todo y a todos de raíz. Nada distinto de lo que se sigue haciendo hoy en las docenas de conflictos bélicos de todo el mundo. Pero no sabía Holofernes que el Dios quebrantador de guerras saldría a rescatar a sus pequeños.
            Después de treinta y cuatro días cercados por el ejército asirio, el pueblo, desfallecido de hambre y sed, "clamó a grandes vo­ces" y reclamó a los dirigentes de la ciudad la rendición. "Seremos sus esclavos pero salvaremos la vida... ", dicen los hombres de Vetulia (7,27). La situación nos recuerda la de los israelitas que claman en el desierto y piden retornar a las hoyas de Egipto ... Entonces los ancianos decidieron esperar cinco días más para ver si, en ese plazo, Dios hacía algo. Y es en este momento, en el que el pueblo clama desde el fondo de su desesperación, cuando surge y se eleva la figura de una mu­jer, Judit, una joven viuda, rica, hermosa y temerosa de Dios, dispuesta a "hacer algo que se transmitirá de generación en ge­neración" (8,32). El capítulo 8 nos describe a Judit y su situación vi­tal: viuda desde hacía tres años, permanecía en su casa desde la muerte de su marido, ceñida de sayal y vestida de viuda, y llevan­do una vida austera de ayunos y oración. Con todo, no resulta una figura sombría. En las fiestas de Israel, Judit sabe participar del regocijo de los suyos (8,6).
            Un dato llama la atención en la presentación de la protagonista Judit: ella se había hecho cons­truir un ático en la terraza de su casa. Desde allí podía contemplar el cielo y las estrellas, pero también po­día contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de sus gentes. En su sabiduría, Judit creó un espacio de libertad donde mantener un contacto íntimo con Dios. Y desde esta atalaya, desde este pequeño espacio liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente y sacarla de su desesperación y derrota. En esos momentos de oración, recibió la inspiración para determinar la estrategia a seguir y la increíble fuerza para entrar en la boca del lobo y meterse en la misma tienda del general Holocenas y cortar su cabeza.
            Al final de la historia, Judit, "la ju­día", consigue liberar a su pueblo de aquel Hitler cruel que amena­zaba con el genocidio de su pue­blo. Judit no se limitó a orar en su oratorio sino que arriesgó su vida en el intento, superando todos sus miedos". Judit no es la única mujer que, en la Biblia, pospone la salvaguarda de su propia vida por el bien de su pueblo. Ester también se ex­puso ante el voluble y caprichoso rey Asuero. Tampoco es el úni­co personaje que lucha desde la desproporción de la fuerza, desde una evidente debilidad frente a un enemigo imponente: el niño David luchó contra Goliat, Yael acabó con Sísara, Gedeón luchó contra miles él solo acompañado por su escudero... En Judit volvió a ha­cerse realidad la Palabra de Dios que nos promete que, en nuestra debilidad, triunfa su fuerza (cf. 2 Co. 12,9-10)
            Esta es, en resumen, la historia de Judit, mujer llena de sabidu­ría, inteligencia y bondad (8,29), mujer que creyó en el poder de Dios para salvar a su pueblo a su modo y en su tiempo, y colaboró con Él incluso poniendo en peligro su vida. De ella tenemos mucho que aprender. Por ejemplo, su capacidad de estar continuamente conectada con Dios, con "la men­te de Dios" (cf. 8,12-17), con su modo de actuar y sus designios, lo que la hacía más sagaz que los ancianos y más sensible a la desdicha de su prójimo. Judit fue puente, mediadora y madre de Israel. Su fuerza le venía de Dios. No permaneció instalada en la se­guridad de su estatus. Bajó de su seguridad, entró en el peligro de la mano de su Dios, destruyó al opresor, consoló a su pueblo... "y ya nadie atemorizó a los israelitas mientras vivió Judit ni en mucho tiempo después de su muerte" (16,25). 
 López, C en: “Revista Cooperador Paulino”, nº 162, 2012