miércoles, 28 de febrero de 2018

LOS TRES MIEDOS DEL NIÑO ENFERMO



El ser humano cuando sufre tiene miedo a tres cosas: al dolor, a estar solo y a sentirse una carga", comenta Blanca López-Ibor.
El miedo al dolor se explica por la experiencia previa del dolor que ha tenido el niño. "No te preocupes que no duele', se le dice; pero cuando le pinchan, le duele. Conviene hablar en positivo y decirle más bien: 'No te preocupes que lo haré muy rápido e intentaré no hacerte daño', advierte la doctora. Ese primer miedo puede curarlo el médico explicando al niño lo que le van a hacer según su nivel de comprensión.
Para aliviar el miedo a estar solo, el niño cuenta con la presencia permanente de sus padres, hermanos, familiares y amigos mientras está enfermo en el hospital.
Y por último, está el miedo a sentirse una carga. "El ser humano, cuando está enfermo, es una carga para los demás; y serio le puede llevar a plantearse el sentido de su vida. Ese miedo solo se cura al saberse y sentirse querido", asegura López-Ibor, En resumen, "el médico puede curar el miedo al dolor; la compañía de los padres el miedo a estar solo; y el miedo a sentirse una carga solo lo cura el amor de sus familiares y amigos".

Resentimiento, venganza, rencor



El pasaje de San Lucas en el que se relata el episodio en el que Jesús envió a varios mensajeros para ir a una población samaritana con el fin de prepararles alojamiento. Aún así, los samaritanos no le quisieron recibir porque Jesús se dirigía a Jerusalén. Esta actitud no gustó nada a Santiago y a Juan, los amigos de Jesús, y le preguntaron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Jesús, volviéndose hacia ellos, les reprendió y les dijo: «No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos» Y se fueron a otro pueblo.
Jesús nos muestra que el resentimiento, la venganza o el rencor no son la actitud correcta. Él no se detiene en pensar la de veces que se ha sentido ofendido, o en lo ingratas que son las personas a veces, que no le acogieron cuando Él solo les quería hacer el bien; no pierde el tiempo en pensar cómo debería pagarles, o vengarse, por tamaño desplante. Actúa así porque no esperaba que le devolvieran bien por bien, es decir, no se creó falsas expectativas. Como no esperaba nada, la falta de hospitalidad de los samaritanos no le afectó, sino que se concentró simplemente en otra opción. Jesús no permitió que lo sucedido le quitase la paz.

sábado, 10 de febrero de 2018

Morir es llegar a casa



La muerte es llegar a casa para disfrutar del banquete de la felicidad sin fin. La vida no es un breve destello entre dos nadas. Morir no es perderse en el vacío, lejos del Creador. Morir es entrar de lleno en el corazón de Dios y disfrutar de la plenitud de su amor. Allí morirá definitivamente la muerte.

Ayudar a morir

Nadie nos ha preparado a familiares o amigos para coger la mano del enfermo y recorrer juntos el último tramo de su vida. Queremos acertar, pero no sabemos muy bien qué hacer. Lo primero es centrar nuestra atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarle de cerca con cariño y ternura grande. Acompañarlo quiere decir escuchar su pena y su impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su desconcierto y sus miedos. Hemos de vitar siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora postrera, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios…Cuando el final se acerca, las palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y confiada a Dios que pueda repetir en su corazón”.
José Antonio Pagola

Morir

En realidad, sólo los que no han vivido en serio, los que malgastaron su vida en caprichos y frivolidades, los que sembraron dolor y muerte a su alrededor, los que
asfixiaron la vida y no les importaron los demás, tienen miedo a morir. Los que aceptaron su vida y se atrevieron a vivirla en serio, los que la vivieron como don que se
entrega, aceptan su muerte y la esperan de un modo sereno y libre, como el debido descanso después de una jornada trabajosa y fecunda. Porque la vida mereció la pena, también vale la pena morir. No sólo no temen a la muerte, sino que son incluso capaces de amarla y, como Francisco de Asís, que vivió enamorado de la vida y de todos los seres, alabar a Dios por la “hermana muerte”. Así como la jornada cumplida debidamente, enteramente, da alegría al sueño, una vida bien empleada da alegría a la muerte.

Vivir el presente



En verdad, la vida no es más que una suma de instantes y cada instante perdido es irrecuperable. La decisión de vivir intensamente el presente en ninguna forma significa que debemos vivir sin planes y proyectos, disfrutando irresponsablemente el momento. Significa todo lo contrario: que debemos vivir con intensidad y responsabilidad el presente, haciendo de él una semilla de plenitud y vida, pues el futuro sólo es una sucesión continua de presentes. Sueña, aprende y trabaja como si fueras a vivir para siempre y vive como si fueras a morir hoy. La vida futura será lo que cada uno decida que sea. Debes empezar a construir hoy el futuro que sueñas. Mañana recogerás lo que siembres hoy. Si siembras rabia, violencia, egoísmo, superficialidad…, cosecharás todo eso en el futuro. Pero si siembras paz, alegría y amor, tu vida se irá llenando de dicha y plenitud. Por ello, sin nunca perder el horizonte ni claudicar de tus metas y sueños, vive intensamente cada minuto de hoy pues no regresará. No lo malgastes: hoy es la última oportunidad que tienes para vivir intensamente y empezar a construir un mundo mejor. Sólo quien trabaja por construir un futuro mejor, puede vivir intensamente el presente. Sólo quien conoce el destino camina con firmeza y esperanza a pesar de los obstáculos y problemas.

Agradecimiento



Reconoce agradecido lo inmensamente rico que eres.  
"Había un joven que continuamente se quejaba de lo muy pobre que era y le reclamaba a Dios por qué no había sido generoso con él y no le había dado riquezas como a otro. Un anciano, molesto por su continuo lloriqueo, le dijo un día: -Deja ya de lamentarte y reconoce de una vez lo muy rico que eres. El joven miró al anciano con rabia y le dijo: -No diga estupideces. ¿Rico yo? No tengo coche, vivo en una casa muy humilde, vea mi ropa gastada y vieja. El anciano le agarró por un brazo y le dijo: -¿Te dejarías cortar los brazos por diez millones? -¡Por supuesto que no! – respondió el joven-. ¿Para qué quiero diez millones si no voy a poder comer solo, trabajar, jugar pelota, abrazar a mi novia? -¿Y te dejarías cortar las piernas por cincuenta millones? -No, no, ni hablar... ¿Para qué quiero cincuenta millones si no voy a poder caminar, bailar, pasear, salir de excursión? -¿Y dejarías que te sacaran los ojos por cien millones? -¡Ni loco! ¿Para qué quiero cien millones si no voy a poder ver el amanecer, ni el rostro de mi madre, mi novia y mis amigos, ni las flores, las montañas, las estrellas y los ríos, ni la televisión o las películas, si no voy a poder ver nada? -Entonces, reconoce de una vez lo muy rico que eres y deja ya de quejarte."