Fijémonos en un texto concreto: “Los Diez Leprosos” (Lc 17,
11-19). Jesús se encuentra con diez hombres leprosos y les dice “id a
presentaros a los sacerdotes”. Mientras iban de camino quedaron
“purificados” de la lepra; uno de ellos, notando que estaba “curado”, se volvió
alabando a Dios a grandes voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús,
dándole gracias.
Los israelitas llamaban lepra a las enfermedades que producían manchas
en la piel (Lv 13). Los sacerdotes determinaban quien era leproso observando si
había manchas sobre la piel, por eso
Jesús los manda al sacerdote para que verifique la curación. La lepra se
consideraba un castigo divino (Nm 12, 9, 16). Los leprosos eran expulsados de
los pueblos (Lv 13, 45 ss) y vivían miserablemente en descampado, su única
esperanza radicaba en llegada del Mesías que acabaría con la cruel enfermedad
(Lc 7, 22).
“Mientras iban de camino quedaron purificados de la lepra, uno de
ellos notando que estaba curado...”. Nueve han sido “purificados” pero sólo
uno “curado”. La “purificación” representa un cambio externo; el leproso tenía
manchas en la piel y ahora no. Los nueve “purificados” han visto en Jesús a
alguien especial capaz de conferirles un cambio exterior. En cambio la
“curación” denota una transformación interior que se manifiesta externamente.
Las manchas han desaparecido, como en los otros nueve, pero a través de la
desaparición de las manchas el leproso curado no ha visto en Jesús solamente a
un personaje prodigioso, sino que ha percibido la misma presencia de Dios: ese
es el auténtico milagro.
El verdadero milagro no consiste en el cese de la enfermedad, sino en
descubrir a través de la desaparición de la dolencia la presencia de Dios que
“cura”. Para el AT Dios es el único capaz de curar profundamente “Yo soy
Yahvé el que te cura” (Ex 15, 26). El leproso curado se prosterna.
Prosternarse, echarse en tierra ante alguien, implica reconocer la
manifestación de la divinidad. Para este leproso ha acontecido un milagro, a
través de la eliminación de la lepra ha captado en Jesús la presencia del Dios
que cura la enfermedad y la angustia de ser humano.
Francesc Ramis Darder