La fe cristiana es una adhesión firme y convencida
al Señor Jesús. Pero al mismo tiempo es comprensiva con aquellos que no han
tenido la suerte y la alegría de conocer al Señor. Se trata, pues, de una
actitud que, por una parte, da una gran seguridad al creyente y, por otra se
muestra respetuosa con aquellos que no comparten el convencimiento del
creyente. Porque se trata de un acto libre que adhiere a realidades no
evidentes.
La fe es libre por su propia naturaleza. No puede
imponerse, porque la imposición destruye la fe. En esto la fe se asemeja al
amor. No hay amor a la fuerza. Por otra parte, la fe se refiere a lo que no se
ve. Cristo resucitado “ya no está ahí”, no es posible señalarlo como se señalan
las realidades y personas de este mundo. Se le puede encontrar, pero siempre a
través de mediaciones, de sacramentos. Las mediaciones pueden interpretarse de
muchas maneras. Para encontrar a Cristo resucitado en los sacramentos hay que
realizar un acto de confianza y trascender el signo sacramental. No todos están
ni dispuestos ni capacitados para hacerlo. Incluso cuando Jesús estaba sobre la
tierra y anunciaba el Reino de Dios, tampoco era evidente que Dios actuase por
medio de él. La gente veía a un hombre, y su actuación podía entenderse de
muchas maneras: mientras unos descubrían en él a un profeta enviado por Dios,
otros decían que quién actuaba por medio de él era ni más ni menos que Satanás.
La presencia de Dios en Jesús nunca es una evidencia. Sólo desde la fe y la
confianza podemos ir más allá de la humanidad de Jesús para alcanzar, en esa
humanidad, a la divinidad.
Que la fe se refiera a lo no evidente y, por tanto,
que no pueda imponerse, no significa que no sea segura. El ciego que va bien
acompañado no ve, pero camina seguro; confía en no tropezar por el camino y en
alcanzar su meta. Eso es lo que le ocurre al creyente: muchas veces avanza por
senderos poco claros, pero se sabe guiado por la Palabra de Dios acogida en la
fe, y así camina con firmeza “como si viera al Invisible” (Heb 11,27).
Precisamente porque está seguro de su fe el
creyente se muestra tranquilo cuando tiene que exponerla y defenderla. No se
irrita ante aquellos que la cuestionan, sea porque no la conocen, sea porque la
desprecian. A ninguna persona sensata se le ocurre irritarse ante uno que niega
que dos y dos son cuatro. Porque la seguridad de una convicción no depende de
la intransigencia con que se defiende. En suma, la firmeza, la seguridad, la
fuerza, la convicción de la fe, no se manifiesta a base de actitudes
intransigentes o intolerantes. Precisamente estas actitudes lo que suelen
manifestar es debilidad y miedo. La fuerza de la fe la hace libre, comprensiva,
acogedora, porque su clima natural es el amor.
Martín
Gelabert Ballester