Cuando Dios ordenó a Noé la construcción del arca
le dio unas proporciones un tanto extrañas para ser una nave: “longitud del
arca, trescientos codos; su anchura, cincuenta codos; y su altura, treinta
codos. Haces una cubierta y a un codo la rematarás por encima, pones la puerta
del arca en su costado, y haces un primer piso, un segundo y un tercero “ (Gn
6, 15-16).
Según estas medidas el arca no es una barca. Tiene
la forma de una caja compacta que, una vez calafateada, hace imposible que
el agua del diluvio penetre en su interior. Es demasiado pequeña para contener
siete parejas de cada especie animal. Cuando el autor habla del arca no habla simbólicamente de una
nave: ¿a qué se refiere?
Israel se contaminó por el pecado que azota al
mundo: la idolatría y la injusticia. Como consecuencia el pueblo fue deportado
y el Templo de Jerusalén destruido. Durante la cautividad de Babilonia (587-538
a.C.), algún autor, escribió la metáfora del diluvio para devolver a Israel la
esperanza perdida. El diluvio representa, entre otros temas, las fuerzas
del mal que han destruido Israel. Pero Dios es bueno y otorgará a su pueblo una
mediación para que pueda navegar entre
las turbulentas aguas del mundo sin sucumbir. La mediación propuesta por Dios
consiste en el Templo de Jerusalén.
En la narración del diluvio, el arca es el símbolo
del nuevo Templo de Jerusalén. Así Israel, una vez liberado de su exilio,
podrá resistir las adversidades del mundo porque se refugiará en el Templo del
Señor prefigurado en el arca de Noé. Allí, en el Templo de Jerusalén,
encontrará la Ley del Señor y adquirirá la certeza de que el Señor, como un
buen timonel, dirige su camino hasta el advenimiento definitivo del Reino de
Dios.
Francesc Ramis Darder