A algunos les resulta de lo más natural depositar
su fe y confianza en Dios. Se las arreglan para descubrir el aspecto positivo
de las circunstancias y personas difíciles. Siempre ven el vaso medio lleno de
agua. Suelen decir cosas como: «Dios proveerá», «No te preocupes, todo saldrá
bien». Cuando uno traba conocimiento con una persona así, podría suponer que
lleva una vida color de rosa, que tiene muy pocos problemas y que todo le sale
a pedir de boca.
No obstante, tal vez te sorprenda enterarte de que
quienes despliegan ese tipo de personalidad ejemplar no necesariamente adquirieron
tanta fe y llegaron a ser así de optimistas porque todo en su vida haya ido
como una seda. Muchos se han vuelto así después de vivir experiencias muy
difíciles, a veces incluso dolorosas, desgarradoras, en las que optaron por
conservar la esperanza de que el Señor los sacaría a flote, aunque a veces ese
rescate tomó un tiempo.
Algunos han librado batallas por su salud; otros
han visto a sus hijos sufrir un enfermedad tenaz o han perdido a un ser
querido. El caso es que esas personas tan llenas de fe se fortalecieron y se
volvieron más valientes y compasivas a raíz de esas experiencias. Siento un
profundo respeto por ellas. La palabra fe cobra vida y sentido en seres
de ese talante. Me han enseñado que, por muy terrible que se torne la
situación, el Señor se hará presente para ayudarme. Lo único que debo hacer es
aferrarme a Él y a la fe que me ha dado Su Palabra, a fin de ahuyentar las
dudas y el desaliento.
La Biblia dice que todas las cosas redundan en bien
para los que aman a Dios1. Tardé años en percatarme de que ese
versículo no dice: «Todas las cosas les salen bien», sino: «Todas las cosas los
ayudan a bien». A mi entender significa que, aunque a todos nos pasan cosas
malas, Dios las entrelaza en la historia de nuestra vida para que redunden en bien,
ya sea ahora o en la eternidad. Cuando adopto ese enfoque me doy cuenta de que
no tiene sentido que le agradezcamos a Dios todos los favores que nos concede y
acto seguido le echemos la culpa de nuestros reveses. Ese versículo nos enseña
que podemos confiar en Él aun en medio de las desgracias y tener la plena
seguridad de que tornará nuestras dificultades en algo bueno, o de algún modo
hará que nos beneficien.
En la Biblia abundan los ejemplos de ese principio,
y creo que es porque Dios quería que lo captáramos bien.
Uno de mis favoritos es el caso del rey David.
Imagínate por un momento que todas tus perspectivas profesionales estuvieran
centradas en el pastoreo de ovejas. Según mis amplios conocimientos —y mi
fértil imaginación—, el pastoreo consiste en observar a las ovejas pastar hora
tras hora, enfrentarse a una que otra bestia feroz y tocar el arpa. De repente
saltas a la fama: te ungen rey, matas a un gigante a la vista de dos ejércitos,
el rey y tus hermanos mayores, y te vuelves íntimo amigo del príncipe heredero.
Si en ese momento David hubiera dicho: «Sí, claro, Dios es genial», todo el
mundo habría considerado que en su situación le resultaba muy fácil decir eso.
No obstante, la realidad lo golpeó más adelante
cuando casi perdió el reino (varias veces), fue traicionado por su propio hijo
y tuvo que acatar los castigos divinos por algunas decisiones bien malas que
tomó. Después de todo eso, es evidente que cuando alababa a Dios lo
hacía con pleno conocimiento de lo que es confiar en Él en medio de los
altibajos de la vida.
Estaba leyendo el pasaje en que el rey David le
dice a Dios: «Tú eres grande, y haces maravillas; ¡solo Tú eres Dios! Señor mi
Dios, con todo el corazón te alabaré, y por siempre glorificaré Tu nombre.
Porque grande es Tu amor por mí: me has librado de caer en el sepulcro»2.
En ese salmo David vuelve a rogarle fervientemente a Dios que lo libre de sus
enemigos, pero también indica que confía en la protección y los cuidados de
Dios. Su fe no se ha visto afectada, sino que está más fuerte que nunca.
La Biblia compara la fe con el oro. Al igual que el
metal precioso, la fe tiene gran valor. Una fe que se debilita cuando es
sometida a prueba es como una moneda devaluada: no sirve de mucho. Pero al igual
que el oro, la fe auténtica es muy estimable, poco común, costosa, y dura toda
la vida.
Recuerdo vivencias y situaciones que no me
resultaron fáciles de sobrellevar, o por las cuales definitivamente no me
gustaría volver a pasar. Sin embargo, me doy cuenta de que si no hubiera
atravesado esos momentos difíciles me habría perdido algunas de las
extraordinarias enseñanzas que me dejaron. Ese conocimiento y esas experiencias
han fortalecido mi fe. Ahora tengo la certeza de que, por muy intensas que sean
las tormentas emocionales que me azoten, Jesús está detrás de los nubarrones,
aguardando el momento de irrumpir con Su luz y darme justo lo que necesito para
avanzar con gracia y fuerza, lista para encarar lo que me depare la vida.
1. V. Romanos 8:28
2. Salmo 86:10,12,13
Tina Kapp
Tina Kapp es bailarina, presentadora y escritora.
Vive en Sudáfrica, donde dirige una empresa de entretenimiento que recauda
fondos para obras de caridad e iniciativas misioneras.