miércoles, 2 de marzo de 2016

Tengo fe en la fe



A algunos les resulta de lo más natural depositar su fe y confianza en Dios. Se las arreglan para descubrir el aspecto positivo de las circunstancias y personas difíciles. Siempre ven el vaso medio lleno de agua. Suelen decir cosas como: «Dios proveerá», «No te preocupes, todo saldrá bien». Cuando uno traba conocimiento con una persona así, podría suponer que lleva una vida color de rosa, que tiene muy pocos problemas y que todo le sale a pedir de boca.
No obstante, tal vez te sorprenda enterarte de que quienes despliegan ese tipo de personalidad ejemplar no necesariamente adquirieron tanta fe y llegaron a ser así de optimistas porque todo en su vida haya ido como una seda. Muchos se han vuelto así después de vivir experiencias muy difíciles, a veces incluso dolorosas, desgarradoras, en las que optaron por conservar la esperanza de que el Señor los sacaría a flote, aunque a veces ese rescate tomó un tiempo.
Algunos han librado batallas por su salud; otros han visto a sus hijos sufrir un enfermedad tenaz o han perdido a un ser querido. El caso es que esas personas tan llenas de fe se fortalecieron y se volvieron más valientes y compasivas a raíz de esas experiencias. Siento un profundo respeto por ellas. La palabra fe cobra vida y sentido en seres de ese talante. Me han enseñado que, por muy terrible que se torne la situación, el Señor se hará presente para ayudarme. Lo único que debo hacer es aferrarme a Él y a la fe que me ha dado Su Palabra, a fin de ahuyentar las dudas y el desaliento.
La Biblia dice que todas las cosas redundan en bien para los que aman a Dios1. Tardé años en percatarme de que ese versículo no dice: «Todas las cosas les salen bien», sino: «Todas las cosas los ayudan a bien». A mi entender significa que, aunque a todos nos pasan cosas malas, Dios las entrelaza en la historia de nuestra vida para que redunden en bien, ya sea ahora o en la eternidad. Cuando adopto ese enfoque me doy cuenta de que no tiene sentido que le agradezcamos a Dios todos los favores que nos concede y acto seguido le echemos la culpa de nuestros reveses. Ese versículo nos enseña que podemos confiar en Él aun en medio de las desgracias y tener la plena seguridad de que tornará nuestras dificultades en algo bueno, o de algún modo hará que nos beneficien.
En la Biblia abundan los ejemplos de ese principio, y creo que es porque Dios quería que lo captáramos bien.
Uno de mis favoritos es el caso del rey David. Imagínate por un momento que todas tus perspectivas profesionales estuvieran centradas en el pastoreo de ovejas. Según mis amplios conocimientos —y mi fértil imaginación—, el pastoreo consiste en observar a las ovejas pastar hora tras hora, enfrentarse a una que otra bestia feroz y tocar el arpa. De repente saltas a la fama: te ungen rey, matas a un gigante a la vista de dos ejércitos, el rey y tus hermanos mayores, y te vuelves íntimo amigo del príncipe heredero. Si en ese momento David hubiera dicho: «Sí, claro, Dios es genial», todo el mundo habría considerado que en su situación le resultaba muy fácil decir eso.
No obstante, la realidad lo golpeó más adelante cuando casi perdió el reino (varias veces), fue traicionado por su propio hijo y tuvo que acatar los castigos divinos por algunas decisiones bien malas que tomó. Después de todo eso, es evidente que cuando alababa a Dios lo hacía con pleno conocimiento de lo que es confiar en Él en medio de los altibajos de la vida.
Estaba leyendo el pasaje en que el rey David le dice a Dios: «Tú eres grande, y haces maravillas; ¡solo Tú eres Dios! Señor mi Dios, con todo el corazón te alabaré, y por siempre glorificaré Tu nombre. Porque grande es Tu amor por mí: me has librado de caer en el sepulcro»2. En ese salmo David vuelve a rogarle fervientemente a Dios que lo libre de sus enemigos, pero también indica que confía en la protección y los cuidados de Dios. Su fe no se ha visto afectada, sino que está más fuerte que nunca.
La Biblia compara la fe con el oro. Al igual que el metal precioso, la fe tiene gran valor. Una fe que se debilita cuando es sometida a prueba es como una moneda devaluada: no sirve de mucho. Pero al igual que el oro, la fe auténtica es muy estimable, poco común, costosa, y dura toda la vida.
Recuerdo vivencias y situaciones que no me resultaron fáciles de sobrellevar, o por las cuales definitivamente no me gustaría volver a pasar. Sin embargo, me doy cuenta de que si no hubiera atravesado esos momentos difíciles me habría perdido algunas de las extraordinarias enseñanzas que me dejaron. Ese conocimiento y esas experiencias han fortalecido mi fe. Ahora tengo la certeza de que, por muy intensas que sean las tormentas emocionales que me azoten, Jesús está detrás de los nubarrones, aguardando el momento de irrumpir con Su luz y darme justo lo que necesito para avanzar con gracia y fuerza, lista para encarar lo que me depare la vida.

1. V. Romanos 8:28
2. Salmo 86:10,12,13

Tina Kapp
Tina Kapp es bailarina, presentadora y escritora. Vive en Sudáfrica, donde dirige una empresa de entretenimiento que recauda fondos para obras de caridad e iniciativas misioneras.