«Respóndeme
pronto, oh Señor, porque desmaya mi espíritu. […] Busco la ayuda del Señor.
Espero confiadamente que Dios me salve, y con seguridad mi Dios me oirá».
Salmo 143,7; Miqueas 7,7
Cuando ya has sufrido todo un rosario de reveses o
contrariedades, una aparente nimiedad puede llevarte más allá de lo que eres
capaz de soportar. La tensión se ha ido acumulando gradualmente y sientes que
estás a punto de derrumbarte, que no aguantas más.
Pero sí aguantas, o aguantaste; de otro modo no
estarías leyendo esto ahora. Puede ser muy reconfortante recordar esos momentos
en que sobreviviste a lo que parecían circunstancias espantosas. Leer la Biblia
también puede ser muy alentador, ya que describe la vida de personas que se salvaron
contra todo pronóstico:
«¡Socórreme!»,
clamó una madre desesperada por la salud de su hija, a quien Jesús entonces
sanó1.
«Sálvanos, oh
Dios, salvación nuestra», clamó el pueblo2, y Dios lo hizo en
numerosas ocasiones.
«Sáname, oh
Señor», rogó el profeta Jeremías3, que a pesar de sus muchas
tribulaciones —estuvo en la cárcel y aún peor— disfrutó de una vida larga y
productiva.
«¡Ten
misericordia de mí!», clamó un ciego a Jesús cuando lo oyó pasar. Minutos
más tarde recuperó la vista4.
«¡Sálvame!»,
fue el clamor angustioso de Simón Pedro cuando comenzó a hundirse entre las
olas embravecidas. Jesús extendió la mano y lo salvó5. Pedro afirmó
más tarde: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo»6.
Sabía de lo que hablaba. Se había salvado en más de un sentido.
Un común denominador en todos estos ejemplos es que
cada persona, a su manera, le pidió a Dios que la socorriera.
«Invócame en
el día de la angustia», dice Dios. Y añade esta promesa: «Te libraré»7.
Tal vez la mejor forma de sobrevivir a una
situación límite —o para el caso, a cualquier situación penosa— es pedir
auxilio. Verás que no tarda en llegar.
1. Mateo 15:22–28
2. 1 Crónicas 16:35
3. Jeremías 17:14
4. Marcos 10:47–52
5. Mateo 14:30–32
6. Hechos 2:21
7. Salmo 50:15
Abi May