miércoles, 2 de marzo de 2016

El tercer día



Les dijeron que estaba vacío, que habían encontrado la entrada abierta y el sepulcro vacío. Habían trascendido otros detalles, pero eso fue suficiente para que los dos salieran disparados por las callejuelas de la soñolienta ciudad.
Partieron enseguida, apretando los talones, y recorrieron todo lo rápido que pudieron el largo y oscuro trayecto. Los primeros rayos de sol ya comenzaban a alumbrar el cielo.
Lo habían sepultado apenas tres días antes. «¿Qué más querrán hacer con Su cuerpo? —pensaban—. ¿No lo azotaron suficiente antes de matarlo?»
Todavía estaba fresco en la mente de Pedro el recuerdo de los soldados descargando sus látigos contra Él una y otra vez, mucho más de lo que es capaz de soportar un hombre. Y Él lo había permitido.
Jesús pudo haberlo detenido. ¿Por qué dejó que lo siguieran atormentando? Dijo que podría haber llamado a legiones de ángeles para que lo protegieran. ¿Por qué no lo hizo?
De golpe le vino algo a la memoria. Era un texto del profeta Isaías: «Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por Su llaga fuimos nosotros curados»1.
Entonces lo entendió: «Lo hizo por nosotros».
Ya se veía la entrada del sepulcro. Juan se le había adelantado y lo estaba examinando con la mirada sin atreverse a entrar.
Al acercarse, Pedro aminoró la marcha. El sol se asomaba por encima de un pequeño montículo que quedaba a su espalda. Amanecía.
Entró, y Juan lo siguió de cerca. La tumba estaba vacía. En el suelo habían quedado los lienzos que se habían empleado para cubrir el cuerpo, y el sudario con que habían envuelto la cabeza de Jesús estaba prolijamente doblado un poco más allá.
El cuerpo no estaba. Se lo habían llevado.
—¿Quién… qué…? —a Juan no le salían las palabras; finalmente acertó a decir—: ¿A dónde se lo llevaron?
No hubo respuesta; solo silencio. El ambiente era electrizante. Algo se les escapaba. Algo importante.
Permanecieron unos minutos inmóviles, aguardando. De pronto se les hizo la luz, y brilló en su corazón con una intensidad parecida a la de aquel amanecer. Jesús les había hablado de eso. En su momento ellos no lo habían entendido, pero a esas alturas estaba clarísimo.
«El Hijo del hombre […] será entregado a los gentiles […]; mas al tercer día resucitará»2.
* * *
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente.  Jesús en Juan 11:25,26

No está aquí, pues ha resucitado.  Mateo 28:6

Los cuatro evangelios narran la resurrección de Jesús. Este artículo es una adaptación de esos relatos.

1. Isaías 53,5
2. Lucas 18,31–33