miércoles, 3 de julio de 2013

La muerte de Jesús



A Jesús lo mataron los romanos a instancias de los jefes de su propio pueblo. En el estipes de la cruz un letrero decía, en burla, El rey de los judíos. Se trató, en este caso, de la aplicación de la pena capital de parte de los romanos, la única autoridad que poseía el ius gladii. Fariseos, escribas, saduceos hicieron ver a los romanos que las expectativas mesiánicas que Jesús despertaba eran peligrosas para la estabilidad social y política de Palestina. No tuvieron que invocar como causa lo que realmente les resultaba insoportable: la desautorización que Jesús hacía de la religiosidad de la época, y de ellos en particular, pues interpretaba la Ley y se comportaba respecto del Templo con una libertad inaudita. Jesús, en sus actuaciones, subordinó la Ley y el Templo a la obediencia a Dios, la cual en todos los casos y siempre ha debido consistir en la liberación de personas concretas.
Este fue, en su núcleo, el contenido del reino que Jesús quiso inaugurar como voluntad del Dios que él consideró su Padre. A este Padre no se le encontraría mejor en lugares y tiempos "sagrados" que en los valles, las montañas y entre las olas del mar de Galilea, de mañana o por la tarde. Jesús, en vez de erigirse en el guardián de la diferencia entre lo sagrado y lo profano, la saltó, la ridiculizó a veces y, con su muerte en cruz, la aniquiló para siempre.
Costadoat, J.