1. Los círculos oficiales judíos de Jerusalén
-¡no todo el pueblo judío!- vieron en Jesús a un agitador, a un falso Mesías e
incluso a un blasfemo. Según los evangelistas exigieron su muerte y calificaron
su resurrección de engaño de los discípulos. En el decurso de la historia la
mayor parte de judíos aceptaron esta versión. Les confirmó en ella, desgraciadamente,
la conducta antievangélica de los cristianos. Desde la Ilustración muchos
científicos y escritores, educados dentro del cristianismo, dan una respuesta parecida.
Cuestionan la pretensión de Jesús y achacan a los discípulos y a toda la cristiandad
un engaño.
2. Ya desde el tiempo de los
Apóstoles se levantan voces que, si respecto a Jesús resultan fundamentalmente
positivas, ponen en cuestión afirmaciones esenciales de la predicación
apostólica. Ya Pablo se les enfrentó, cuando quiso dejar bien claro que él predicaba
a un Mesías crucificado; "escándalo para los judíos y locura para los paganos"
(1Co 1,23). Fascinados por la cultura greco-helenística, pretendían, por lo visto,
como más tarde los gnósticos, dibujarles a sus partidarios una imagen de Jesús compatible
con sus concepciones filosóficas: Semejante es el caso de Arrio, quien, con su
teoría, colocaba la divinidad de Jesús en un. segundo rango. En esta línea van también
muchas teorías en los dos últimos siglos, mientras ha estado en boga el debate sobre
Jesús y el protestantismo liberal. Lo mismo vale para las declaraciones de
muchos literatos, filósofos y últimamente bastantes autores judíos. Todos esos
pensadores poseen en común que tienen en gran aprecio a Jesús, como hombre y
corno judío, y que no aceptan el anuncio de su resurrección y de su divinidad,
porque no responde a su concepción del mundo y de Dios. Prescindiendo de unas
pocas excepciones, a sus explicaciones les falta una valoración crítica de los
Evangelios. En este tipo de respuesta, divergente en muchas particularidades,
se incluyen los nuevos bestseller sobre Jesús. Sus autores pretenden haber
descubierto la verdadera imagen de Jesús, que la predicación de la Iglesia
habría tergiversado. Consideran como informes protocolares (rigurosamente
"históricos") textos bíblicos seleccionados sin crítica alguna y los
amañan con sus propias ideas, para presentar a Jesús como el ideal de hombre
para nuestros días.
3. Muchos teólogos últimamente
dan otra respuesta. Por un lado, consideran la predicación bíblica sobre la
resurrección de Jesús como un puro medio interpretativo para poner de relieve
el valor significativo de su persona y de su enseñanza. Conciben los títulos de Mesías, Kyrios e
Hijo de Dios como formas de expresión condicionadas por la época y no se
atreven a hablar de una preexistencia de Cristo. Pero, por otra parte, afirman
decididamente que en Jesús nos sale al encuentro Dios en medio de este mundo. Se
sienten interpelados por Jesús a una vida de fe y amor. Esas nuevas
interpretaciones del anuncio bíblico de Jesús producen a menudo la impresión de
que reducen el mensaje de Jesús a una exigencia ética ("el asunto de
Jesús"). Y más en concreto, es difícil no descartar de un plumazo ese tipo
de respuesta interpretándolo como una reducción de la fe cristiana. En todo
caso sus representantes deberían preguntarse si es verdad que se ajustan a los
datos de toda la Biblia y de la tradición de la Iglesia o, por el contrario anuncian
"a otro Jesús" (2Co 11,4).
4. A la pregunta de "¿quién era Jesús"?
las grandes Iglesias cristianas responden con la profesión de fe. Los teólogos que
la guían, como los documentos del vaticano II de principio a fin, reconocen que
el lenguaje de la Biblia y de la Iglesia requiere hoy de traducción. Pero
subrayan que Jesús no fue sólo el hombre decisivo y que nos señaló el único camino para una vida llena.
Ellos confiesan que Jesús, como "verdadero" Hijo de Dios que es, con su muerte y
resurrección nos ha salvado de una situación sin salida y que a Él le invocamos
como al Señor "verdaderamente" resucitado y viviente. En la práctica
o en el rechazo de la plegaria a Jesús está la piedra de toque de si una nueva exposición
de los Evangelios hace justicia o no a las afirmaciones de toda la Biblia.
La pregunta "¿quién era
Jesús?" se convierte, pues, en esta otra: ¿quién es Jesús?". Y es el
mismo Jesús el que, desde los Evangelios, nos hace la pregunta: "Y
vosotros ¿quién decís que soy yo?" (Me 8,29). El que quiera contestar con
los Apóstoles y con las Iglesias cristianas no ha de olvidar nunca que
"nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es impulsado por el Espíritu
Santo" (1 Co 12,3). Esto no sólo es una vacuna contra cualquier tipo de prepotencia o
arrogancia, sino exige una gran dosis de tolerancia respecto a los que piensan
distinto de nosotros, junto con una esperanza firme de que un día Jesucristo ha
de colmar también sus anhelos. La predicación de la Iglesia conserva una
palabra del Señor que nos puede hacer meditar: "No basta con decir `¡Señor, Señor!', para entrar en el Reino de
Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre" (Mt 7,21).
Lo que importa no es sólo la fe - la ortodoxia-, sino la acción –la ortopraxis-.
Kremer, J.