El
título de "Hijo de Dios" tiene en la Biblia muchos sentidos. Es de
suma importancia la siguiente distinción:
1. El
título "Hijo de Dios" le sobreviene al rey desde el día de su
entronización por razón de su cargo. Así, en Sal 2,7, citado con frecuencia en
el NT. En este sentido, Jesús de Nazaret, como rey mesiánico entronizado en
Pascua, podía ser designado "Hijo de Dios", tal como la formulación
de Rm 1,4 permite todavía reconocer.
2.
Pero "Hijo de Dios" se usa también en el NT muchas veces como designación
para expresar el singular origen de Dios como Padre que posee Jesús. Y esto
claramente en Jn, pero también en Mt (16,16), en Mc (15,39) y en las cartas
paulinas, (Ga 4,4; Rm 8,32). Pero "Hijo de Dios" como designación de
origen no tiene nunca en la Biblia el sentido de una procedencia física de
Dios, a la manera como, en los antiguos mitos, Hércules pasa como hijo natural
de Zeus. Cuando Jesús en la predicación de la primitiva Iglesia, es designado,
pues, como "Hijo de Dios", para expresar así su origen divino, este
título se usa siempre en sentido análogo, o sea dé forma figurada o metafórica,
que intenta expresar, con términos de nuestra experiencia, el origen de Jesús,
nunca adecuadamente formulable con palabras humanas. Esto, desgraciadamente, no
siempre se observa lo bastante en la enseñanza y en la predicación, y gran
parte del rechazo actual de estas afirmaciones bíblicas se dirigen, en última
instancia, contra una falsa interpretación mítica del mensaje bíblico. Si los
cristianos desde el comienzo han anunciado como misterio central de la fe la filiación
divina, auténtica aunque siempre entendida analógicamente, ésta posee para la fe
cristiana una significación central y profunda. Si Jesús fue "realmente...
Hijo de Dios" (Mc 15,39), en el Gólgota no murió un hombre cualquiera,
aunque grande y, si se quiere, el representante ideal de la humanidad, sino
aquel que de una forma del todo singular era uno con Dios (Jn 1,1.18) y en el
cual Dios mismo ha tomado y toma parte en las miserias de la humanidad. Gracias
a Jesús como Hijo y juntamente "imagen del Dios invisible" (Col
1,15), experimentamos por fin quién es Dios y cuánto le importamos a Dios los
hombres, a pesar de nuestros pecados y de mal uso que hacemos de nuestra
libertad.
Kremer,
J.