lunes, 29 de julio de 2013

LOS NIÑOS ANTE LA MUERTE

* Es importante explicar en forma clara a nuestros hijos lo sucedido, No es bueno decir que la persona fallecida se ha ido de viaje, ni decir que se ha dormido. Ambas afirmaciones crean en los niños la idea de que esa persona retornará de su viaje o despertará de su sueño. Se sabe además de algunos niños que temen dormirse porque han identificado el sueño con la muerte. No se debe temer al uso de palabras como "muerte" o "muerto" que, en los niños mayores, darán una idea clara de lo que ha sucedido.
* No es bueno abundar en detalles sobre cómo se produjo la muerte del ser querido, la explicación debe ser breve y clara.
* Se debe estar atento y escudriñar los sentimientos de los niños ya que, los más pequeños, suelen tener la sensación de ser culpables de la muerte del ser querido. Se le debe explicar en forma clara que lo que ellos hayan dicho o pensado no ha provocado la muerte del ser querido.
* Los niños, según sus edades, entienden la muerte de diversas maneras. Por lo general los chicos no entienden el significado de la muerte hasta los tres años. Entre los tres y los cinco años suelen considerar a la muerte como un estado reversible y temporal. Después de los cinco años entienden que la muerte es un estado definitivo, pero hasta los diez años no creen que pueda pasarles a ellos. Luego de los diez años suelen entender que la muerte es un estado definitivo y que necesariamente todos llegamos a ella. Claro que esto no es matemático y muchos de los niños que ya han pasado por la triste experiencia que significa perder a un ser querido, suelen ser muy adelantados en la comprensión de este fenómeno.
* Creo que no debe impedirse que participen del velatorio y sepelio, aunque tampoco se los debe obligar a participar de ello. En el caso de que ellos quieran hacerlo, se les debe explicar con anterioridad lo que van a ver en ese momento. Al permitirles participar de estos eventos les damos la posibilidad de experimentar la sensación de una despedida definitiva. Nuestros hijos participaron del velatorio de su abuelo, rezaron junto a su madre, y sirvieron de consolación a su madre que también pudo ayudarles a ellos a entender tal situación.
* No debemos temer llorar ante nuestros hijos, ellos comprenderán y nos acompañaran en el dolor, pero creo que debemos evitar las situaciones de gritos escandalosos y signos de desesperación, pueden dejar en ellos una imagen sumamente negativa y desesperanzada.
* Si los niños sienten deseos de expresar su dolor, no debemos impedirlo. Quizás lo mejor es ayudarles a que lo hagan comunicándoles que nosotros también compartimos esa pena. Cuando el dolor no se exterioriza puede manifestarse de maneras no conscientes (pesadillas, dificultades en la escuela, etc.)
* Los niños se sienten mas consolados con un abrazo que con palabras sentidas.
* Si se tiene fe y se cree en la vida eterna, la cuestión será más sencilla, menos penosa. Porque esa separación definitiva, se transforma en la esperanza de reunirnos con al persona amada al final de nuestros días en presencia del Padre Eterno. 
Eduardo Cattaneo

martes, 9 de julio de 2013

Creer en la resurrección de Jesucristo



Es seguro que la muerte de Jesús sumió a los discípulos en un descorazonamiento total. También es cierto que, poco después, esos mismos discípulos proclaman segura, por no decir triunfalmente, la resurrección de Jesús. La cuestión está, por tanto, en averiguar la razón de este cambio. Pero es seguro también que si se ha producido es porque han creído en la resurrección. El problema reside, pues, en averiguar lo que ha llevado a los discípulos a creer lo que han creído poder y deber anunciar. Ellos, al menos, lo atribuyen a los sucesos que hoy llamamos apariciones. Sobre ellas fundaron su paso a la fe. La cuestión se centra en saber qué pasó en las apariciones. A partir de los textos que las refieren, y que son los únicos datos que poseemos, se presentan como experiencias visuales, auditivas, táctiles incluso, pero tan ricas y complejas que desbordan el marco de la pura sensibilidad. Presentan los siguientes caracteres: fueron experiencias inesperadas en las que los testigos se sienten desconcertantemente movidos "desde fuera". Su desarrollo obedece al esquema: ver/no-ver; tocar/no-tocar; reconocer/noreconocer y, en conclusión, aparecer/desaparecer.
DORÉ, J.

lunes, 8 de julio de 2013

¿Quién fue y quién es Jesús?



Cuatro tipos de respuesta a la pregunta ¿quién fue y quien es Jesús?
1.  Los círculos oficiales judíos de Jerusalén -¡no todo el pueblo judío!- vieron en Jesús a un agitador, a un falso Mesías e incluso a un blasfemo. Según los evangelistas exigieron su muerte y calificaron su resurrección de engaño de los discípulos. En el decurso de la historia la mayor parte de judíos aceptaron esta versión. Les confirmó en ella, desgraciadamente, la conducta antievangélica de los cristianos. Desde la Ilustración muchos científicos y escritores, educados dentro del cristianismo, dan una respuesta parecida. Cuestionan la pretensión de Jesús y achacan a los discípulos y a toda la cristiandad un engaño.
2. Ya desde el tiempo de los Apóstoles se levantan voces que, si respecto a Jesús resultan fundamentalmente positivas, ponen en cuestión afirmaciones esenciales de la predicación apostólica. Ya Pablo se les enfrentó, cuando quiso dejar bien claro que él predicaba a un Mesías crucificado; "escándalo para los judíos y locura para los paganos" (1Co 1,23). Fascinados por la cultura greco-helenística, pretendían, por lo visto, como más tarde los gnósticos, dibujarles a sus partidarios una imagen de Jesús compatible con sus concepciones filosóficas: Semejante es el caso de Arrio, quien, con su teoría, colocaba la divinidad de Jesús en un. segundo rango. En esta línea van también muchas teorías en los dos últimos siglos, mientras ha estado en boga el debate sobre Jesús y el protestantismo liberal. Lo mismo vale para las declaraciones de muchos literatos, filósofos y últimamente bastantes autores judíos. Todos esos pensadores poseen en común que tienen en gran aprecio a Jesús, como hombre y corno judío, y que no aceptan el anuncio de su resurrección y de su divinidad, porque no responde a su concepción del mundo y de Dios. Prescindiendo de unas pocas excepciones, a sus explicaciones les falta una valoración crítica de los Evangelios. En este tipo de respuesta, divergente en muchas particularidades, se incluyen los nuevos bestseller sobre Jesús. Sus autores pretenden haber descubierto la verdadera imagen de Jesús, que la predicación de la Iglesia habría tergiversado. Consideran como informes protocolares (rigurosamente "históricos") textos bíblicos seleccionados sin crítica alguna y los amañan con sus propias ideas, para presentar a Jesús como el ideal de hombre para nuestros días.
3. Muchos teólogos últimamente dan otra respuesta. Por un lado, consideran la predicación bíblica sobre la resurrección de Jesús como un puro medio interpretativo para poner de relieve el valor significativo de su persona y de su enseñanza. Conciben los títulos de Mesías, Kyrios e Hijo de Dios como formas de expresión condicionadas por la época y no se atreven a hablar de una preexistencia de Cristo. Pero, por otra parte, afirman decididamente que en Jesús nos sale al encuentro Dios en medio de este mundo. Se sienten interpelados por Jesús a una vida de fe y amor. Esas nuevas interpretaciones del anuncio bíblico de Jesús producen a menudo la impresión de que reducen el mensaje de Jesús a una exigencia ética ("el asunto de Jesús"). Y más en concreto, es difícil no descartar de un plumazo ese tipo de respuesta interpretándolo como una reducción de la fe cristiana. En todo caso sus representantes deberían preguntarse si es verdad que se ajustan a los datos de toda la Biblia y de la tradición de la Iglesia o, por el contrario anuncian "a otro Jesús" (2Co 11,4).
4.  A la pregunta de "¿quién era Jesús"? las grandes Iglesias cristianas responden con la profesión de fe. Los teólogos que la guían, como los documentos del vaticano II de principio a fin, reconocen que el lenguaje de la Biblia y de la Iglesia requiere hoy de traducción. Pero subrayan que Jesús no fue sólo el hombre decisivo y que nos señaló el único camino para una vida llena. Ellos confiesan que Jesús, como "verdadero" Hijo de Dios que es, con su muerte y resurrección nos ha salvado de una situación sin salida y que a Él le invocamos como al Señor "verdaderamente" resucitado y viviente. En la práctica o en el rechazo de la plegaria a Jesús está la piedra de toque de si una nueva exposición de los Evangelios hace justicia o no a las afirmaciones de toda la Biblia.
La pregunta "¿quién era Jesús?" se convierte, pues, en esta otra: ¿quién es Jesús?". Y es el mismo Jesús el que, desde los Evangelios, nos hace la pregunta: "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?" (Me 8,29). El que quiera contestar con los Apóstoles y con las Iglesias cristianas no ha de olvidar nunca que "nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es impulsado por el Espíritu Santo" (1 Co 12,3). Esto no sólo es una vacuna contra cualquier tipo de prepotencia o arrogancia, sino exige una gran dosis de tolerancia respecto a los que piensan distinto de nosotros, junto con una esperanza firme de que un día Jesucristo ha de colmar también sus anhelos. La predicación de la Iglesia conserva una palabra del Señor que nos puede hacer meditar: "No basta con decir `¡Señor, Señor!', para entrar en el Reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre" (Mt 7,21). Lo que importa no es sólo la fe - la ortodoxia-, sino la acción –la ortopraxis-.
Kremer, J.

Hijo de Dios



El título de "Hijo de Dios" tiene en la Biblia muchos sentidos. Es de suma importancia la siguiente distinción:
1. El título "Hijo de Dios" le sobreviene al rey desde el día de su entronización por razón de su cargo. Así, en Sal 2,7, citado con frecuencia en el NT. En este sentido, Jesús de Nazaret, como rey mesiánico entronizado en Pascua, podía ser designado "Hijo de Dios", tal como la formulación de Rm 1,4 permite todavía reconocer.
2. Pero "Hijo de Dios" se usa también en el NT muchas veces como designación para expresar el singular origen de Dios como Padre que posee Jesús. Y esto claramente en Jn, pero también en Mt (16,16), en Mc (15,39) y en las cartas paulinas, (Ga 4,4; Rm 8,32). Pero "Hijo de Dios" como designación de origen no tiene nunca en la Biblia el sentido de una procedencia física de Dios, a la manera como, en los antiguos mitos, Hércules pasa como hijo natural de Zeus. Cuando Jesús en la predicación de la primitiva Iglesia, es designado, pues, como "Hijo de Dios", para expresar así su origen divino, este título se usa siempre en sentido análogo, o sea dé forma figurada o metafórica, que intenta expresar, con términos de nuestra experiencia, el origen de Jesús, nunca adecuadamente formulable con palabras humanas. Esto, desgraciadamente, no siempre se observa lo bastante en la enseñanza y en la predicación, y gran parte del rechazo actual de estas afirmaciones bíblicas se dirigen, en última instancia, contra una falsa interpretación mítica del mensaje bíblico. Si los cristianos desde el comienzo han anunciado como misterio central de la fe la filiación divina, auténtica aunque siempre entendida analógicamente, ésta posee para la fe cristiana una significación central y profunda. Si Jesús fue "realmente... Hijo de Dios" (Mc 15,39), en el Gólgota no murió un hombre cualquiera, aunque grande y, si se quiere, el representante ideal de la humanidad, sino aquel que de una forma del todo singular era uno con Dios (Jn 1,1.18) y en el cual Dios mismo ha tomado y toma parte en las miserias de la humanidad. Gracias a Jesús como Hijo y juntamente "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), experimentamos por fin quién es Dios y cuánto le importamos a Dios los hombres, a pesar de nuestros pecados y de mal uso que hacemos de nuestra libertad.
Kremer, J.

La omnipotencia de Dios



La reflexión sobre la omnipotencia divina se encuentra abocada a un dilema. Es una convicción fundamental de la Escritura y de la tradición eclesial la afirmación de que Dios es omnipotente. "A Dios nada le es imposible", dice la Biblia (Gn 18,14; Mt 19,26; Mc 10,27; Lc 2,37; 18,27). Después de haber discutido apasionadamente con Dios sobre el problema del dolor, Job confiesa: "Sé que eres todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable" (Jb 42,2; véase también Is 43,13). Para la Iglesia primitiva, la fe en la omnipotencia de Dios era tan importante que se expresa en el primer artículo del credo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso". En la liturgia se invoca a menudo al "Dios omnipotente". El discurso sobre la omnipotencia de Dios se relaciona con la confianza de los creyentes en que serán salvados. Puesto que el poder de Dios, que nos ama como padre, es superior a todo, podemos albergar la confianza de que nos salvará de los poderes de la perdición. Cuando se tiene poder se puede alcanzar lo que se quiere, se pueden imponer los propios objetivos. Fácilmente el poder puede convertirse en opresión y ejercerse violentamente. De hecho, esto es lo que ha ocurrido hasta ahora. Con el poder se ha oprimido y explotado pueblos, razas, grupos sociales, mujeres. Resulta, pues, sospechoso hablar de la omnipotencia de Dios por las siguientes razones:

1. Un Dios omnipotente parece perjudicar y eliminar la libertad de las personas. Quien tiene poder puede ir contra la libertad de los demás. Un Dios omnipotente aparece como competidor de la libertad humana.

2. Un Dios omnipotente inspira miedo. Parece, más bien, un demonio que atemoriza y no un padre que nos ama maternalmente.

3. Si Dios es omnipotente, ¿no debería haber creado otro mundo y evitar el dolor? He aquí la objeción que siempre se ha levantado contra la idea de un Dios todopoderoso y amoroso. Esta cuestión ha alcanzado una nueva dimensión después del exterminio de los judíos bajo los nazis. ¿Puede hablarse todavía de la omnipotencia de un Dios amoroso después de Auschwitz?


¿Señor de la historia?

Con la creación a partir de la nada, Dios se ha limitado y ha otorgado un espacio a la existencia y a la autonomía del mundo. Al crear Dios el mundo, renuncia a todo poder de intromisión en el transcurso físico de las cosas. También en el otorgamiento de la libertad humana hay una renuncia del poder divino. Puede darse una "llamada de Dios a las almas", "pues la debilidad de Dios sólo se refiere a lo físico".


Jesucristo "imagen del Dios invisible" (Col 1,15)

Jesús actúa con poder divino. A partir de su comportamiento y destino, puede verse cómo Dios actúa poderosamente y cómo hay que entender su poder.

1. Jesús se dirige convincentemente a las personas, con sus palabras y obras, les incita a cambiar e influye en ellas. Así ejerce poder. Pues el poder es la posibilidad de influir en los demás (p. Ej., el poder de la propaganda o de los medios de comunicación). Esta influencia no tiene por qué oprimir o coartar a los demás. En todo caso, Jesús tiene poder sobre las personas al liberarlas de su falta de libertad y otorgarles la confianza de caminar hacia la vida verdadera. Anima las personas para que puedan enderezarse (Lc 13,13; 5,24; Jn 5,8). La liberación de Jesús repercute en todos los ámbitos de la vida humana, incluso en el corporal y el social. Los medios que pone en práctica salvaguardan la libertad y rechazan como tentación otros medios, como el milagro espectacular o el uso de la violencia (Mt 4,1-11; 26,52). Con lo que predica (la incondicional donación de Dios a las personas, especialmente las más perdidas) y con su manera de actuar, Jesús convence y mueve al consentimiento. Jesús actúa con poder al conducir a los demás a una vida liberada.

2. Al dirigirse Jesús a los demás, desarmado y sin violencia, y respetar su libertad, se hace vulnerable. Puede ser mal entendido, rechazado. De hecho, esto fue lo que le aconteció. Para anular su influencia, experimentada como perturbadora, y privarle de todo poder, fue excluido y acosado por quienes recurrían a la violencia. Finalmente, murió en una cruz. La manera de Jesús de ejercer el poder supone, pues, una renuncia al poder.


El verdadero poder de Dios

Dios, al haber creado un mundo con una capacidad autónoma de actuar, ha limitado su poder y debe experimentar muchas cosas que contradicen a su amor a las criaturas. Jesús llora sobre Jerusalén (Lc 19,41). La Biblia presenta un Dios que se compadece y se deja afectar por el dolor de las personas (Os 11,1-11). No deberíamos rechazar por antropomorfa esta manera de hablar: expresa que Dios no quiere lo que sucede muchas veces en el mundo y se deja afectar por ello. De ahí que pueda hablarse de una impotencia a la que Dios se ha entregado al crear el mundo. Dios puede llevar a los hombres a una mayor reflexión y a una vida más profunda. En una catástrofe, puede mover a las personas para que acojan al necesitado. Ninguna situación puede agotar las posibilidades de Dios, que permanece próximo a su mundo y abre un nuevo futuro, incluso en la muerte.


¿Cómo estuvo Dios presente en Auschwitz?

A buen seguro, no quiso esta locura. Sin embargo, en los campos de concentración hubo personas que lloraron juntas, se sostuvieron mutuamente, se consolaron en medio de la desesperación, se pusieron a favor de los judíos, incluso arriesgando sus vidas. ¿No estuvo Dios cerca de tales personas, mostrando que su amor no acaba en la impotencia?


En resumen: el poder de Dios no es ilimitado. Al crear el mundo, Dios acepta también los límites y se muestra dispuesto a aceptar y padecer fatigas. Pero el poder de Dios, como poder del amor, es inagotable y comunica a sus criaturas ser, vida, capacidad de acción y, con ello, autonomía y libertad. "El amor no acaba nunca" (1 Co 13,8).

KUNZ, E.