había un huerto,
y en el huerto un sepulcro nuevo”.
(Jn 19. 41)
Había un huerto. Un jardín. Huerto
y jardín nos hablan de creación y nos hablan de semillas, de flores y de vida. Es
la lectura que hace Juan del Calvario. El Calvario es el nuevo huerto de la
nueva creación. Del hombre nuevo que nace de la muerte de Jesús. El Calvario es
el huerto donde se siembran las nuevas semillas que serán las flores y los
frutos nuevos de la Pascua. En la muerte de Jesús Dios va a completar la obra
incompleta de la Creación. En el Calvario, en la muerte de Jesús, hasta el
sepulcro es nuevo. No estrenado por nadie. Porque es a partir de su muerte que
también los sepulcros serán todos nuevos. Porque en cada uno de ellos dejará de
escribir su nombre la muerte para escribir el nombre de la vida. Jesús estrena
un sepulcro nuevo donde la muerte no tiene nada que hacer. Un sepulcro que no
ha experimentado la muerte y que por primera vez va a experimentar la vida. Un
sepulcro que no se estrena con la muerte sino que se estrena con la vida. En
él, la vida fue más que la muerte. En él, la muerte quedó vencida por la vida. Por
eso Jesús no tiene un sepulcro propio. Es un sepulcro prestado. Porque desde
entonces, todos los sepulcros están prestados a Jesús para que en ellos venza a
la muerte y anuncie la vida. Todos los sepulcros son suyos, porque en todos, Él
se revela: como el Señor de la vida.
Bernardo Baldeón