Más pronto cae un hablador que un cojo’, dice el
refrán. Sabiduría popular que nos enseña una lección que a veces
aprendemos dolorosamente cuando luego de alardear de algo, los hechos nos
desmienten rotundamente. Así le pasó a Pedro. Cuando en la Última Cena
Jesús anunció que todos se iban a escandalizar, Pedro se puso a decir que
él no, que él daría su vida por Jesús. Pero cuando más tarde su Maestro
fue aprehendido, sólo se atrevió a seguirlo de lejos, y cuando alguien lo
reconoció y lo señaló como discípulo de Jesús lo negó vehementemente.
Cayó en lo que había jurado no caer, y la vergüenza lo hizo llorar.
Pero aprendió la lección, como lo prueba cierto texto del Evangelio
que se proclama este domingo en Misa. (ver Jn 21,1-19). En una de las
apariciones de Jesús Resucitado, en la que a la orilla del lago ha
compartido con Sus discípulos un almuerzo a las brasas (cortesía Suya,
que ya tenía algunos peces preparados y les concedió conseguir otros más
en una pesca milagrosa), Jesús le pregunta a Pedro: “¿Me amas más que éstos?” (Jn 21, 15). En su precioso libro
sobre los apóstoles, el Papa Benedicto XVI comenta este pasaje y, como
acostumbra, enriquece increíblemente la reflexión porque aporta
siempre un enfoque nuevo, sabio, profundo, que le permite a uno ver
con nuevos ojos un texto bíblico que creía ya conocer. Dice el Papa con
relación a esta pregunta de Jesús que está planteada con el término ‘agapao’,
que se emplea para referirse a un amor total, a un amor que es total
donación de uno mismo, un amor sin egoísmo, en el que quien ama se
da por completo sin esperar nada a cambio. Dice el Papa que Jesús le
pregunta a Pedro: ‘¿Agapes- me?’, es decir, le pregunta si lo ama con ese amor
capaz de una entrega absoluta. El antiguo Pedro no hubiera tardado en
responder que claro que sí, que lo amaba mucho más que nadie, que su amor
era muy superior al que le tenían los demás. Pero ya no. El nuevo Pedro
aprendió bien la lección. Ya sabe de su debilidad, de su fragilidad, de su
capacidad para caer. Tiene frescos en su memoria el canto de aquel gallo y
el sabor de las más amargas lágrimas que ha derramado jamás. Y por eso ya
no se atreve a responder con presunción, como lo hubiera hecho antes.
Dice el Papa que en su respuesta Pedro no usa el término ‘agapao’ sino ‘fileo’,
que hace referencia a un amor de amistad, pero que no alcanza la
plenitud. Pedro responde: ‘filos-te’, un ‘te quiero’ en el que a la vez
que declara su cariño acepta su propia incapacidad para amar a Jesús como
Él merecería ser amado. Por segunda vez Jesús le pregunta a Pedro si lo ama, y
nuevamente usa el término ‘agapao’ y por segunda vez Pedro responde de la
misma manera, con ‘fileo’. Entonces sucede algo que el Papa hace notar y
que estremece el corazón: Jesús, comprendiendo que no es posible
pedirle más a Pedro, pero dispuesto a aceptar lo que éste puede
buenamente ofrecerle, se abaja, se pone a su nivel, y con toda comprensión,
compasión y ternura le pregunta: ‘¿Fileis-me?’, usando el término que usó
Pedro, como ya no cuestionándole si es capaz de una entrega absoluta como
la Suya, sino contentándose con preguntarle si al menos es capaz de
quererlo aunque sea limitadamente, aunque sea poco. Es profundamente conmovedor
que el Señor, Aquel que lo dio todo por nosotros se conforme con lo que
queramos o podamos ofrecerle desde nuestro pobre corazón humano,
defectuoso y egoísta. Pudiendo exigirlo todo, más aún, mereciéndolo todo, toma
y aun agradece lo que sea que queramos entregarle. Se adapta a nuestra
pequeñez. Bellísima escena en la que podemos reconocernos en Pedro, que se
acepta limitado y reconocidos con Jesús, que lo acepta -y nos acepta-.
Señor:
Tú que lo sabes todo
preguntas si te amo y no sé qué decirte.
Si respondo que sí
Si respondo que sí
me desmienten las veces en que te he defraudado
porque he tenido miedo de escucharte o seguirte.
Si respondo que no
porque he tenido miedo de escucharte o seguirte.
Si respondo que no
de inmediato protesta mi corazón enamorado.
Tú, que lo sabes todo, bien conoces mi amor y cobardía.
No me preguntes ya nada,
Tú, que lo sabes todo, bien conoces mi amor y cobardía.
No me preguntes ya nada,
sólo dame el valor para vivir cada día
sin rehuir Tu
mirada.
Amén.
Amén.
Alejandra María Sosa
Elízaga