viernes, 2 de septiembre de 2016

La resurrección de Cristo y la nuestra



El acontecimiento que constituye la garantía y la promesa de nuestra propia resurrección  es la Resurrección de Jesús. Esta es la fe que anima a las primeras comunidades cristianas:  "Aquél que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él" (2 Cor, 4, 14). La fe de las primeras comunidades no ha surgido como desarrollo de las especulaciones  apocalípticas del judaísmo tardío. No es tampoco una certeza de orden metafísico que se  deduce racionalmente de la antropología semita. No proviene tampoco de una especie de  revelación que Jesús habría descubierto a sus discípulos sobre la suerte del hombre  después de la muerte (el creyente no está mejor informado sobre los acontecimientos, los  lugares, y las situaciones del futuro). Tampoco se trata de un optimismo sin fundamento  alguno o de una rebelión irracional contra el destino brutal del hombre que parece acabar  definitivamente en la muerte. La fe cristiana en la Resurrección se funda en la Resurrección de Cristo de entre los  muertos. Es una actitud de confianza y esperanza gozosa que ha nacido de la experiencia  vivida por los primeros discípulos que han creído en la acción resucitadora de Dios que ha  levantado al muerto Jesús a la Vida definitiva. El punto de partida de la fe cristiana es Jesús  experimentado y reconocido como viviente después de su muerte. El Crucificado vive para  siempre junto a Dios como compromiso y esperanza para nosotros. Los primeros cristianos nunca han considerado la Resurrección de Jesús como un hecho  aislado que sólo le afectara a El, sino como un acontecimiento que nos concierne a  nosotros, porque constituye la garantía de nuestra propia resurrección. Si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que no solamente es el Creador que pone en  marcha la vida. Dios es un Padre lleno de amor, capaz de superar el poder destructor de la muerte y dar vida a lo muerto. Si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que la resurrección que los judíos esperaban para el final de los tiempos ya se ha hecho realidad en El. Pero Jesús es sólo el primero que ha resucitado de entre los muertos. El primero que ha  nacido a la vida. El que ha abierto el seno de la muerte y se nos ha anticipado a todos para  alcanzar esa Vida definitiva que nos está reservada también a nosotros. Su resurrección no  es sino la primera y decisiva fase de la resurrección de la humanidad. Uno de los nuestros, un hermano nuestro, Jesucristo, ha resucitado ya, abriéndonos una  salida a esta vida nuestra que termina fatalmente en la muerte. Por eso, la meta de nuestra  esperanza no es simplemente nuestra resurrección, sino la comunión con el Señor resucitado. Cuando los cristianos confesamos nuestra esperanza, vinculamos nuestro destino al de Cristo resucitado por el Padre. La Resurrección de Jesucristo es, por consiguiente, el fundamento, núcleo y eje de toda  esperanza cristiana. El es quien "tiene las llaves de la muerte" (Ap. 1, 18).

 JOSÉ A. PAGOLA