Cuando yo era pequeño había
siempre un día de otoño en que las noches empezaban a ser más que frescas; al
acostarme notaba con sorpresa y satisfacción que mi madre había puesto una
manta en la cama y ¡qué bien se estaba! No había hecho falta decirle que
teníamos frío. No habíamos pasado ninguna noche con frío. La manta llegaba
puntual a su cita…”. Muchos años después, cuando he sido yo el que he realizado
esa tarea con niños pequeños, me he dado cuenta de la atención, el trabajo y el
cariño que hay tras ese gesto tan sencillo, pero a la vez tan oportuno. ¿Qué
tiene que ver esto con Dios? Pues mucho… Quizá la palabra Providencia le dice
bien poco a un niño y, sin embargo, la Providencia de Dios, ese cuidado
amoroso, que decía el catecismo, es lo de la manta que llega a tiempo, o las
botas de agua que también nos tenía preparadas cuando empezaba el curso por si
llovía… De Dios se puede hablar de muchas maneras, con y sin palabras. Aunque
nuestros hijos sean pequeños, siempre hay maneras de decirles cómo es Dios: un
Padrenuestro al oído cogiendo sus manitas entre las nuestras, o mezclando las
palabras con caricias… Quizá no entiendan las palabras, no importa, más tarde
llegará el momento de entender. Ahora es el momento de “dejarse mojar”, de oír
Padre y saber que Padre es ternura, entrega, presencia… Llegar a lo explícito,
a una fe confesada requiere experiencia de Dios y se hace experiencia desde el
principio, desde lo que somos capaces de captar por todos los sentidos, desde
lo que podemos saber de Dios por sus huellas en la vida diaria. Para el que
sabe ver -y se puede aprender a mirar- todo habla de Dios. Sabremos que Dios es
amor cuando hayamos experimentado el amor, cuando nos hayamos sentido amados
gratuitamente. Podremos confiar en Dios si sabemos lo que es la acogida
incondicional… Tenemos que llenar de contenido las hermosas palabras. Dar vida
a las palabras para que cuando las oigan nuestros hijos tengan imágenes a donde
agarrarse. Hay una palabra que me gusta especialmente, es la palabra
misericordia. Tampoco sabría muy bien definirla, pero me parece que es como
cuando un hijo está columpiándose en una silla, atrás, adelante… ¡Qué te vas a
caer! Se lo repites: ¡te vas a hacer daño! De repente, la caída, el llanto… y,
entre besos, ponemos hielo en el chichón y le hacemos caricias, a veces menos
de las que nos pide el cuerpo por aquello de no perder la autoridad… Luego, por
la noche, ya en la cama, comprobamos que el chichón ha bajado. Volvemos a
besarle. ¡Que se entere que le queremos entre sueños! Digo yo que la
misericordia de Dios debe ser algo así. De Dios decimos que tiene entrañas de
misericordia. Yo creo que hace con nosotros como nosotros con nuestros hijos,
también nos besa entre sueños… aún cuando nos equivocamos.