En las riberas del lago de Galilea impregnadas de la naturaleza
y del perfume de los campos, Jesús de Nazaret, que amaba las flores, las aves,
el mar, las montañas y la inocencia de los niños, desarrolló su mayor actividad
evangélica con sus milagros y con su predicación suave y dulce del Reino
de Dios o de los Cielos. En su tiempo, en dichas riberas se hallaban las
poblaciones de Cafarnaún, Bethsaida, Magdala, Guinosar, Gerasa y Tiberias,
llenas de vida y encanto, cuyos habitantes, en su mayoría, pescadores y
pastores, gozaban de un magnífico clima. Jesús de
Nazaret, después de ayunar y ser tentado por Satán durante cuarenta días y
cuarenta noches en las montañas de Judea, cercanas a Jericó, y de conocer que
Juan Batista había sido arrestado por Herodes Antipas, viene a Galilea a
proclamar y fundar el Evangelio del Reino de Dios o de los Cielos. En las
orillas de dicho lago, conoce a los hermanos Simón Pedro y Andrés, naturales y
vecinos de Cafarnaúm, y a los hermanos Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo y vecinos de Bethsaida, que eran pescadores. Les invita a
seguirle y ser pescadores de hombres, y ellos dejando sus redes le siguen. Fija su segunda residencia y centro de sus operaciones evangélicas en
la casa de sus discípulos, Simón Pedro y Andrés, en Cafarnaúm, población de
pescadores y pastores donde habitaban con su familia. En dicha población,
además, había una sinagoga judía, un recaudador de impuestos, llamado Leví o
Mateo, y una centuria de soldados al mando de un centurión por ser puesto
fronterizo y camino importante entre Palestina y Siria. El primer sábado de su llegada a esta ciudad, Jesús de Nazaret entra
en la sinagoga y dice a los judíos presentes: Convertíos, porque está cerca
el Reino de los cielos (Mt. 4,17). Cura a un hombre endemoniado que le
increpaba en la sinagoga. Sana a la suegra de Simón Pedro que se hallaba
enferma, al criado enfermo del Centurión y a otros muchos enfermos y
endemoniados que le llevaban al ponerse el sol. Ve a Leví o Mateo en su puesto
de recaudador de impuestos y le invita a seguirle. El dejando su oficio se
convierte en su discípulo y será, en su día, el evangelista que recogerá los
famosos discursos de Jesús de Nazaret, llamados, Logias, en su primer
Evangelio. Todos los sábados ensañaba con autoridad a sus vecinos, de tal
manera, que quedaban asombrados de su sabiduría y de su poder. En sus
predicaciones solía decirle a sus oyentes: Buscad primero el Reino de Dios y
todo lo demás se os dará por añadidura. No tengáis cuidado por el mañana, el
mañana se cuidará de sí mismo. A cada día basta su afán (Mt. 6,19-21). Los
escribas y fariseos enterados del éxito de su predicación, de la promulgación
del Reino de Dios o de los Cielos y de sus muchos milagros entre los vecinos de
los pueblos de las riberas de dicho lago, vienen desde Jerusalén a Cafarnaúm
para tentarle y criticarle, pero Jesús de Nazaret les contesta y les replica
con sus sabias y verdaderas explicaciones bíblicas. En las riberas montañosas occidentales del lago de Galilea, próximas a
Cafarnaúm, y en las orillas de dicho lago predicaba el evangelio del Reino de
Dios o de los Cielos, de amor y de vida eterna a la muchedumbre de gentes que
le seguían desde un barca de sus discípulos, valiéndose de bellos discursos, de
célebres aforismos y de hermosas comparaciones. Curaba a los enfermos, les daba
de comer a los hambrientos multiplicando el pan y el vino. Dio el poder
de primado a Simón Pedro sobre la Iglesia y visitó varias veces a sus
discípulos después de resucitado. Las
mujeres sentían un afecto especial y un amor puro por Jesús de Nazaret.
Querían escucharle, cuidarle y seguirle. Entre ellas, encontramos a María
Magdalena, natural de Magdala, mujer muy vehemente y poseída por siete demonios
(afectada por enfermedades nerviosas), a quien la belleza pura y dulce de Jesús
de Nazaret la curó de su estado exaltado y nervioso. En su agradecimiento, le
siguió en todas correrías evangélicas y le acompañó hasta su muerte en la
cruz, y será el primer testigo de su resurrección. Otras mujeres que le
acompañaron, en su predicción evangélica junto con sus discípulos fueron
Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Santiago y Juan, Juana, mujer de Khouza,
intendente de Herodes Antipas en Tiberias, Susana y otras más.
José Barros Guede