lunes, 8 de junio de 2015

En las riberas del Lago de Galilea



En las riberas del lago de Galilea impregnadas de la naturaleza  y del perfume de los campos, Jesús de Nazaret, que amaba las flores, las aves, el mar, las montañas y la inocencia de los niños, desarrolló su mayor actividad evangélica con sus milagros y con su predicación suave y dulce  del Reino de Dios o de los Cielos. En su tiempo, en dichas riberas se hallaban las poblaciones de Cafarnaún, Bethsaida, Magdala, Guinosar, Gerasa y Tiberias, llenas de vida y encanto, cuyos habitantes, en su mayoría, pescadores y pastores, gozaban de un magnífico clima. Jesús de Nazaret, después de ayunar y ser tentado por Satán durante cuarenta días y cuarenta noches en las montañas de Judea, cercanas a Jericó, y de conocer que Juan Batista había sido arrestado por  Herodes Antipas, viene a Galilea a proclamar y fundar el Evangelio del Reino de Dios o de los Cielos. En las orillas de dicho lago, conoce a los hermanos Simón Pedro y Andrés, naturales y vecinos de Cafarnaúm,  y a los hermanos  Santiago y Juan, hijos de Zebedeo y  vecinos de Bethsaida, que eran pescadores. Les  invita a seguirle y ser pescadores de hombres, y ellos dejando sus redes le siguen. Fija su segunda residencia y centro de sus operaciones evangélicas en la casa de sus discípulos, Simón Pedro y Andrés, en Cafarnaúm, población de pescadores y pastores donde habitaban con su familia. En dicha población, además, había una sinagoga judía, un recaudador de impuestos, llamado Leví o Mateo, y una centuria de soldados al mando de un centurión por ser puesto fronterizo y camino importante entre Palestina y Siria. El primer sábado de su llegada a esta ciudad, Jesús de Nazaret entra en la sinagoga y dice a los judíos presentes: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos (Mt. 4,17). Cura a un hombre endemoniado que le increpaba en la sinagoga. Sana a la suegra de Simón Pedro que se hallaba enferma, al criado enfermo del Centurión y a otros muchos enfermos y endemoniados que le llevaban al ponerse el sol. Ve a Leví o Mateo en su puesto de recaudador de impuestos y le invita a seguirle. El dejando su oficio se convierte en su discípulo y será, en su día, el evangelista que recogerá los famosos discursos de Jesús de Nazaret, llamados, Logias, en su primer Evangelio. Todos los sábados  ensañaba con autoridad a sus vecinos, de tal manera, que quedaban asombrados de su sabiduría y de su poder. En sus predicaciones solía decirle a sus oyentes: Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura. No tengáis cuidado por el mañana, el mañana se cuidará de sí mismo. A cada día basta su afán (Mt. 6,19-21). Los escribas y fariseos enterados del éxito de su predicación, de la promulgación del Reino de Dios o de los Cielos y de sus muchos milagros entre los vecinos de los pueblos de las riberas de dicho lago, vienen desde Jerusalén a Cafarnaúm para tentarle y criticarle, pero Jesús de Nazaret les contesta y les replica con  sus sabias y verdaderas explicaciones bíblicas. En las riberas montañosas occidentales del lago de Galilea, próximas a Cafarnaúm, y en las orillas de dicho lago predicaba el evangelio del Reino de Dios o de los Cielos, de amor y de vida eterna a la muchedumbre de gentes que le seguían desde un barca de sus discípulos, valiéndose de bellos discursos, de célebres aforismos y de hermosas comparaciones. Curaba a los enfermos, les daba de comer a los hambrientos  multiplicando el pan y el vino. Dio el poder de primado a Simón Pedro sobre la Iglesia y visitó varias veces a sus discípulos después de resucitado. Las mujeres  sentían un afecto especial y un amor puro por Jesús de Nazaret. Querían escucharle, cuidarle y seguirle. Entre ellas, encontramos a María Magdalena, natural de Magdala, mujer muy vehemente y poseída por siete demonios (afectada por enfermedades nerviosas), a quien la belleza pura y dulce de Jesús de Nazaret la curó de su estado exaltado y nervioso. En su agradecimiento, le siguió en todas  correrías evangélicas y le acompañó hasta su muerte en la cruz, y será el primer testigo de su resurrección. Otras mujeres que le acompañaron, en su predicción evangélica junto con sus discípulos fueron Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Santiago y Juan, Juana, mujer de Khouza, intendente de Herodes Antipas en Tiberias, Susana y otras más.
José Barros Guede