miércoles, 1 de enero de 2020

Compasión


Dos hombres, los dos muy enfermos, ocupaban la misma habitación del hospital. Uno de ellos se sentaba todas las tardes durante una hora a fin de eliminar las secreciones de los pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana de la habitación. El otro enfermo pasaba los días tumbado sobre la espalda. Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus esposas, sus hijos, su trabajo, describían sus casas, sus vacaciones… Y cada tarde cuando el enfermo se sentaba junto a la ventana, éste le contaba a su compañero lo que veía en el exterior. Veía un gran lago donde los patos y los cisnes jugaban en el agua; los niños hacían navegar a sus barcos de papel; las parejas se paseaban y abrazaban bajo los árboles. Otro día le describía con todo detalle un desfile militar y aunque no podía oír la música, podía ver y oír con los ojos de la imaginación. Y así pasaron días y días. Mientras el enfermo le contaba estas cosas su compañero cerraba los ojos y se imaginaba un mundo maravilloso, ahí afuera. Una mañana la enfermera encontró el cuerpo sin vida del enfermo que estaba junto a la ventana. Había muerto tranquilamente durante el sueño. Al cabo de unos días, el otro enfermo pidió la cama junto a la ventana y se lo concedieron. Cuando se encontró solo en la habitación se levantó y se acercó a la ventana para echar su primer vistazo al exterior. Ahora podría ver por si mismo lo que su compañero le había descrito. Con mucho cuidado se estiró y vio un muro. El hombre le preguntó a la enfermera por qué su compañero le había pintado otra realidad tan distinta. Ésta le dijo que era ciego y que ni siquiera podía ver el muro. “Tal vez quiso darle ánimo”, le contestó.
Una buena actitud para empezar el año.