lunes, 13 de enero de 2020

Mi alma está sedienta de Ti - Salmo 62


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de Ti;
mi carne tiene ansia de Ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
Porque fuiste mi auxilio, 
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
Sólo quien ama intensamente y se sabe amado puede pronunciar con sinceridad las palabras de este salmo. “Mi alma está sedienta de ti” expresa una necesidad profunda, acuciante, tan honda como la sed física, tan dolorosa, incluso, como el hambre. El salmista aún añade: “mi carne tiene ansia de ti”. El deseo de Dios, de plenitud, de trascendencia, es tan ferviente como el deseo amoroso.
Este cántico nos habla de un amor que quizás nos parece muy alejado de los parámetros de nuestro mundo moderno. Hoy escuchamos que el amor va y viene, que nada dura para siempre; oímos decir que la gente tiene hambre de afecto, de cariño, de reconocimiento. Y también vemos cuántas enfermedades del alma nos aquejan e intentamos vanamente paliar con medicinas, frenesí, ruido, gastos materiales y divertimentos que, al final, sólo consiguen dejarnos exhaustos y más vacíos.
El salmista habla de una sed que siempre aquejará al ser humano porque estamos hechos así, con un pozo interior que sólo puede llenarse de algo inmenso y eterno. Ojalá todos sintiéramos ese deseo dentro y lo reconociéramos. Porque el hombre sediento que está vivo busca la fuente que lo sacie, y no duda en emprender el camino. Es cierto que el mundo le ofrecerá muchas falsas bebidas, falsos alimentos y bálsamos engañosos para saciar su hambre infinita. Pero si el alma está despierta, la sed persistirá y le empujará a continuar buscando. Hasta que, en algún momento, la misma fuente que persigue le saldrá al camino.
Cuando Dios entra en nuestra vida, nuestra alma, árida como tierra reseca, renace. Dios nos sacia, y nos vuelve a saciar, y jamás se cansa de regalarnos sus dones. La vida penetrada por Dios experimenta tal cambio, que la respuesta estalla forma de alabanzas: “Toda mi vida te bendeciré”, “a la sombra de tus alas canto con júbilo”. Si realmente estamos saciados de Dios, eso ha de notarse en una vida llena, activa, pacífica y profundamente alegre.
La unión con Dios no es algo reservado a “los santos y los místicos”. Todos los cristianos —en realidad, todos los seres humanos— estamos llamados a vivir esta experiencia de amor íntimo que nos arraiga en la tierra y nos permite crecer hacia el cielo.

lunes, 6 de enero de 2020

Epifanía: todos los caminos llevan a Dios


Todos los caminos llevan a Dios. Sea el camino de la oración: sea el del estudio de la verdad: sea el de la comunidad y la familia; sea el del servicio y la entrega: sea el de la profesión y el trabajo; sea el del dolor y la enfermedad; sea el del desprendimiento y la solidaridad. En todos los caminos de la vida siempre aparecerá una estrella que nos conduzca hasta Cristo. Necesitamos lucidez para descubrir la estrella, que puede ser algo o alguien muy sencillo, y decisión de seguirla hasta el final. Necesitamos, previamente, lo más importante: hambre de Dios, deseo grande de encontrar a Dios. Los magos son modelo y maestros en la fe, por su apertura a la llamada de Dios, su docilidad para seguirla, su perseverancia en el seguimiento, su acogida en el descubrimiento y su capacidad de cambio o conversión. José María Martín OSA

miércoles, 1 de enero de 2020

Compasión


Dos hombres, los dos muy enfermos, ocupaban la misma habitación del hospital. Uno de ellos se sentaba todas las tardes durante una hora a fin de eliminar las secreciones de los pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana de la habitación. El otro enfermo pasaba los días tumbado sobre la espalda. Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus esposas, sus hijos, su trabajo, describían sus casas, sus vacaciones… Y cada tarde cuando el enfermo se sentaba junto a la ventana, éste le contaba a su compañero lo que veía en el exterior. Veía un gran lago donde los patos y los cisnes jugaban en el agua; los niños hacían navegar a sus barcos de papel; las parejas se paseaban y abrazaban bajo los árboles. Otro día le describía con todo detalle un desfile militar y aunque no podía oír la música, podía ver y oír con los ojos de la imaginación. Y así pasaron días y días. Mientras el enfermo le contaba estas cosas su compañero cerraba los ojos y se imaginaba un mundo maravilloso, ahí afuera. Una mañana la enfermera encontró el cuerpo sin vida del enfermo que estaba junto a la ventana. Había muerto tranquilamente durante el sueño. Al cabo de unos días, el otro enfermo pidió la cama junto a la ventana y se lo concedieron. Cuando se encontró solo en la habitación se levantó y se acercó a la ventana para echar su primer vistazo al exterior. Ahora podría ver por si mismo lo que su compañero le había descrito. Con mucho cuidado se estiró y vio un muro. El hombre le preguntó a la enfermera por qué su compañero le había pintado otra realidad tan distinta. Ésta le dijo que era ciego y que ni siquiera podía ver el muro. “Tal vez quiso darle ánimo”, le contestó.
Una buena actitud para empezar el año.