Se cuenta de dos hermanos que habían heredado un
campo de sus padres y ambos habían construido sus casas allí, distantes unos
doscientos metros. El hermano mayor,
Juan, era soltero y estaba muy feliz con su trabajo en el campo y los diversos
hobbies que tenía. El hermano menor,
Pablo, estaba casado y tenía dos hijos y un hija; también vivía muy feliz con
su mujer y su trabajo. Los dos se dedicaban a la siembra, pero para no tener
inconvenientes de ningún tipo habían separado el campo en dos parcelas iguales
y también guardaban el fruto de la cosecha en graneros separados. Sin embargo,
una noche, Juan pensó que la situación era injusta. Se dijo que él era soltero
y no necesitaba tanto como su hermano que tenía mujer e hijos que mantener. Entonces decidió ir a su granero,
llenar una bolsa grande, cargarla en sus hombros y llevarla, en el silencio de
la noche hasta el granero de Pablo. Casi al mismo tiempo, Pablo también pensó
que la situación era injusta. Se dijo que él era casado y que tenía hijos que iban a cuidar de él en su
vejez. Sin embargo su hermano Juan, por ser soltero, necesitaba contar con más
recursos. Entonces decidió ir a su granero, llenar una bolsa grande, cargarla
en sus hombros y llevarla, en el silencio de la noche hasta el granero de Juan.
Así fue que, cada noche, protegidos por el silencio y la oscuridad, los dos
llevaban una bolsa grande de granos hasta el depósito de su hermano. Claro que, al hacer ambos lo mismo la
cantidad de granos permanecía invariable sin que ellos lo percibieran. Esto fue
así durante mucho, muchísimo tiempo, hasta que una noche coincidieron sus
horarios y se encontraron cargando la bolsa en la mitad del trayecto. No hizo
falta que se dijeran ni una sola
palabra. Juan y Pablo se dieron cuenta de inmediato lo que estaba
haciendo su hermano. Dejaron caer la bolsa a un costado del camino y se dieron
un fuerte y casi diría interminable abrazo.