Un día,
Santo Tomás de Aquino entró a una capilla a orar delante de un Cristo. Tomás se
arrodilló. En esa misma capilla había otro religioso, había otro fraile, pero
Tomás que no iba buscando ningún ser humano sino sólo la presencia de su
Salvador, ni se dio cuenta de que allí estaba otro fraile. Tomás, que era alto,
corpulento, entró pausadamente a la capilla y se arrodilló para entregarle a
Jesús el fruto de todo su trabajo. Y he aquí un milagro: esa imagen de
Jesucristo le habló a Santo Tomás, y hay constancia porque había otra persona
en esa capilla. El Cristo le habló, con voz que se podía oír, le habló a Tomás
y le dijo: "(en latín)", "has
escrito bien de mí, Tomás". Imagínate que Jesús le dijera eso a uno: "Has hablado bien de mí". ¡Dime
si ese no es el descanso, la alegría, la fiesta más grande del alma, que Jesús
le apruebe a uno la vida! "Has
escrito bien de mí, Tomás", le dice. Le habla como un amigo a su
amigo: "Has escrito bien de
mí". "¿Para ti qué quieres?"
"¿Qué quieres para ti?" -le habló el Cristo-. Tomás, con los ojos
bañados en lágrimas, responde: "yo
no quiero nada, Señor, te quiero a Ti".