En la Autobiografía de San Ignacio de Loyola se narra que,
tras un encuentro con un árabe que no creía en la virginidad de la Virgen
después del parto, sintió el deseo de apuñalarlo. El árabe se despidió diciendo
que iba a una villa próxima. Ignacio de Loyola siguió su camino y de pronto le
hirvió la sangre. ¿Por qué no he sido contundente con este moro -así lo llama
él- blasfemo? ¿No es mi deber devolverle su honra a la Virgen? Y el futuro
santo escribe literalmente que sentía deseos de ir a buscar a aquel moro y
darle de puñaladas por lo que había dicho. ¿Lo apuñalo o no lo apuñalo?, se
preguntaba Ignacio de Loyola sin saber qué decisión tomar. Y, como tomar una
decisión a veces es difícil incluso para un futuro santo, tomó la determinación
de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta el lugar en que se dividían
los caminos. Y al fin lo vio claro: si la mula tomaba el camino de la villa, él
buscaría al árabe y le daría de puñaladas. Pero, si la mula no tomaba el camino
de la villa, sino la dirección del camino real, él dejaría de irse a encontrar
con el árabe. Ignacio de Loyola lo hizo así y cuenta en su Autobiografía
que Dios Nuestro Señor quiso que, aunque el camino de la villa era muy ancho y
muy bueno, la mula tomara el camino real, y dejara el camino de la villa. La Autobiografía
de Ignacio de Loyola es apasionante.