Hay cosas en la vida que no se pueden echar atrás, pueden causar grandes heridas o destruir en un segundo lo que en mucho tiempo se quiso construir o cultivar…
La piedra lanzada que llega a golpear; la palabra dicha en un momento de enojo que logra herir, el paso mal dado que hace caer, el vaso que se quiebra, el corazón destrozado, el papel roto en pedazos, las flores que en vida no se regalaron, la ficha mal movida que hizo perder la partida…
Hay quienes viven atormentados y no se perdonan los errores cometidos o el dolor que en algún momento pudieron haber ocasionado; lo que debía haberse hecho y no se hizo, las palabras que no fueron pronunciadas, el abrazo que nunca se dio, el golpe que quizás se lanzó, el vidrio roto, el agua derramada, la hoja quemada; la vida destrozada o acabada, la infancia perdida, la inocencia arrebatada, los vacíos que nunca se llenaron, el hambre y la sed que jamás consiguieron ser saciadas…
Cada segundo de vida no se repite, el tiempo no retrocede, y aunque se quiera volver a empezar, no se puede borrar lo que pasó, por eso hay que pensar muy bien antes de actuar o de hablar.
Quizás suene pesimista esta realidad, pero no podemos ir por el mundo sin rumbo, sin tomar conciencia de lo que se dice y de los pasos que se dan; a veces es necesario caer para aprender a caminar, llegar a perder para lograr valorar…
Hay heridas que el ser humano no puede sanar, vacíos que no se alcanzan a llenar, vasijas que parecen imposibles de reparar; solo el Amor de Dios tiene el poder de saciar, reconstruir y renovar; Él logra apreciar la belleza que nadie jamás vio, ofrecer un Amor restaurador, romper las cadenas que no se habían podido arrancar, borrar un pasado oscuro que la luz del presente no dejaba apreciar. Él abre los ojos de tantos que no ven, hace caminar a los que no lo saben hacer, sólo basta abandonarse en sus manos y ante todo creer.
No todo está perdido, siempre tendremos otra oportunidad, cada nuevo día es una puerta que se nos abre, para mirar al futuro, retomar las riendas del presente y avanzar, hasta la meta cumplir y hacer nuestros sueños realidad.
El amor de Dios es tan grande que todo lo perdona, no deja de confiar en sus criaturas, a nuestro lado siempre está, Él no nos abandona, somos nosotros lo que a veces su mano soltamos; Él está siempre ahí, como Padre amoroso, esperando a que como el hijo pródigo, regresemos al hogar.