La fe en Cristo, en verdad, nos abre a un
mundo nuevo, en el que, dejada a atrás la voluntad de venganza, incluso de una
justicia estrecha que devuelve mal por mal, es capaz de responder al mal con el
bien, a la violencia con el valor y la fortaleza de la paciencia, a la
injusticia con la generosidad. No se trata de exigencias morales de imposible
cumplimiento (y, para muchos, incluso indeseables), sino de la expresión de
cómo Dios se comporta con nosotros; y que nosotros, los que creemos en Él,
debemos reflejar en nuestra propia vida, para testimoniar que “ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo
de salvación”.