sábado, 13 de mayo de 2017

La voz de Dios




Señor,
¿Cómo hablas? ¿En qué idioma? ¿En qué tono? ¿De qué forma? ¿Es tu palabra una historia, o son las cosas que otros  dicen? ¿Es lo que está escrito o lo que trae el viento? ¿Eres susurro o vendaval? ¿Hablas con un  lenguaje eterno, o de maneras siempre nuevas? Quiero escuchar tu voz, que me envuelva y me ilusione. Que me cale tan hondo que  no pueda seguir sentado. Que esa voz, en mi interior, se convierta en bandera y refugio, en motivo y  juramento.

Tu voz fuera de mí
A veces no me doy cuenta de cómo me hablas en mil detalles: el “¿Qué tal estás?” lleno de cariño de mis padres al teléfono. El “vamos” de un amigo que me ve bajo de ánimo, y quiere hacerme sentir que no estoy solo. El “por favor” de quien pide ayuda y me recuerda que no me duerma, que hacen falta manos. El “ojalá” de quien comparte conmigo sus deseos y sus sueños, y así me invita a seguir creyendo y soñando.  La risa jovial y despreocupada de quien, por un  momento, me contagia la  alegría. La poesía que me sugiere la belleza de tu creación. La protesta de quien denuncia lo injusto, y al hacerlo me recuerda tu mensaje de bienaventuranza.

Tu voz dentro de mí
Puede ser tu voz la que me envuelve cuando, en el silencio, siento que no estoy solo. Cuando se estremecen mis entrañas por ver la imagen dolorosa de alguien que sufre, y en mi interior resuena: “es tu hermano”. Esa emoción que en algunos momentos me embarga al pensar en tu evangelio. La inquietud que me impide cerrar los ojos ante el mal, aunque a veces quisiera hacerlo y olvidarme de todo. La alegría sencilla que, a ratos, hace que se disipen los nubarrones en que yo mismo me sumo. Tu presencia que me acompaña. Ese espíritu que me da fuerzas cuando estaba a punto de rendirme.