miércoles, 24 de abril de 2013
Cuando me quejo...
Hoy, viajando en autobús, vi a una hermosa muchacha
con cabellos de oro y expresión de alegría;
envidié su hermosura.
Al bajarse la vi cojear...,
tenía una sola pierna,
y apoyada en su muleta sonreía.
Perdóname, Señor, cuando me quejo.
¡Tengo dos piernas y el mundo es mío!
Fui después a comprar unos dulces.
Me atendió un muchacho encantador.
Hablé con él; parecía tan contento
que aunque se me hubiera hecho tarde
no me habría importado.
Ya al salir, oí que me decía:
"Gracias por charlar conmigo .... es usted tan amable.
Es un placer hablar con gente como usted..., ya ve, soy ciego".
Perdóname Señor, cuando me quejo.
¡Yo puedo ver, y el mundo es mío!
Más tarde, caminando por la calle,
vi a un pequeño de ojos azules,
que miraba jugar a otros niños,
sin saber qué hacer.
Me acerqué y le dije: "¿Por qué no juegas con ellos?"
Siguió mirando hacia adelante sin decir una palabra;
entonces comprendí que no me oía.
Perdóname, Señor, cuando me quejo.
¡Yo puedo oír, y el mundo es mío!
Tengo dos piernas para ir a donde quiero ...
Ojos para ver los colores del atardecer ...
Oídos para escuchar las cosas que me dicen ...
Perdóname, Señor, cuando me quejo,
¡Lo tengo todo y el mundo es mío!
martes, 16 de abril de 2013
jueves, 4 de abril de 2013
Cómo ayudar a alguien que ha perdido un ser querido
Si quieres acompañar a un familiar o amigo que ha
perdido un ser querido, y no sabes cómo hacerlo, te propongo una serie de
indicaciones sobre la mejor manera de ayudarle.
La incomodidad nos mueve a recurrir a expresiones
que no ayudan para nada: “Tienes que
olvidar”, "Mejor así, dejó de sufrir”, "El tiempo todo lo cura",
“Manténte fuerte por los niños”, "Es la voluntad de Dios", "Es
ley de vida"… Lo que más suelen necesitan al principio es hablar y
llorar. No decirle que tiene que sobreponerse, ya lo hará a su tiempo. Si no
sabes que decir, no digas nada. Escucha, estate presente, sin pensar que tienes
que dar consejos constantemente o estar levantando el ánimo. Si no sabes que
hacer, colaborar en algunas tareas cotidianas (hacer la compra, ir a buscar a
los niños...) o encargarte del papeleo, puede ser una buena manera de
ayudarlo/a.
Tener
en cuenta las actitudes que no ayudan
No le digas que le comprendes si no has pasado
por una situación similar. No intentes buscar una justificación a lo que ha
ocurrido. No te empeñes en animarle/a o tranquilizarle/a. Posiblemente lo que
necesita sólo es que le escuches. No le quites importancia a lo que ha sucedido
hablándole de lo que todavía le queda. No intentes hacerle ver las ventajas de
una nueva etapa en su vida. No es el momento.
Sentir y expresar el dolor, la tristeza, la
rabia, el miedo…por la muerte de un ser querido, suele ayudar a elaborar el
duelo. Estás equivocado/a si piensas que verle o dejarle llorar y emocionarse
no sirve más que para añadir más dolor al dolor. Estas equivocado/a si crees
que ayudar a alguien que sufre es distraerle de su
dolor. Mediante la vivencia y expresión de los sentimientos, la persona en
duelo suele sentirse aliviada y liberada. No
temas nombrar y hablar de la persona fallecida por miedo a que se emocione. Si
llora, no tienes que decir o hacer nada especial, lo que más necesita en esos
momentos es tu presencia, tu cercanía, tu compañía y tu afecto.
No temas tu mismo llorar o emocionarte. No hay
nada malo en mostrar tu pena, en mostrar que a ti también te afecta lo que ha
pasado, en mostrar que te duele ver a tu amigo/a o familiar en esa situación.
Permitir que hable todo el tiempo y todas las
veces que lo necesite. Una pareja de padres expresaba su pesar con estas
palabras: “Los parientes y los amigos
rehuyen hablar o pronunciar el nombre de nuestra hija, desviando la
conversación hacia cualquier otro tema. Tal vez tengan miedo de alterarnos o
hacernos llorar. Pero, ¿qué pretenden? ¿que la olvidemos o que no lloremos más?”
Comparte con tu familiar o amigo/a recuerdos de la persona fallecida (ver
fotos, contar anécdotas...) Recordar a la persona amada es un consuelo para los
supervivientes. Repetir y evocar los recuerdos es parte del camino que tienen
que recorrer. Hay personas que viven un duelo privado y no les
gusta exteriorizar sus emociones. Respetaremos también su necesidad de no
hablar.
Una viuda se lamentaba: "había más de 400
personas en el funeral de mi marido. Entonces se ofrecieron muchos para
ayudarme. ¿Dónde están ahora, después de tres meses?" El contacto puede
mantenerse de muchas maneras. Puedes hacerle una visita, quedar para tomar un
café o dar un paseo, enviar una carta o un email. Con una llamada telefónica,
por ejemplo, puedes romper su soledad y recordarle que no está solo/a, que
alguien está pensando en él o ella. Las fiestas y aniversarios son momentos
particularmente dolorosos en los que podemos hacer un esfuerzo especial para
estar cerca de la persona en duelo.
lunes, 1 de abril de 2013
Encontrarnos con el resucitado
Según el relato de Juan, María de Magdala es
la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre
desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había
comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final.
¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: “Se han llevado
del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Estas palabras de María podrían expresar la
experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús
resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien
creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando
poco a poco en los corazones?
Es un error que busquemos “pruebas” para
creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil
indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el
Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo
encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.
Juan describe, un poco más tarde, a María
corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a
Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es
el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: “Mujer, ¿por qué
lloras? ¿a quién buscas?”.
Tal vez hemos de preguntarnos también
nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la
causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los
cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que
necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?
Según el relato, Jesús está hablando con
María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su
nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: “¡María!”.
Ella se vuelve rápida: “Rabbuní, Maestro”.
María se encuentra con el Resucitado cuando
se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de
vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la
invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.
No reavivaremos nuestra fe en Cristo
resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no
buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús
conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro
corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.
Pagola, J.A.
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