Dios te ha creado con su mirada poética y te invita a la fiesta de la Creación. Te ha dado la palabra para que le hables como a un amigo. ¿No es eso orar? Conversas con Él, con toda amistad, como dos enamorados que se encuentran bien estando juntos. Tal vez te resulte a ti más difícil si no has visto desde tu juventud a gente de tu entorno que oraba y que oraba contigo. Sin embargo, nada te impide, en este momento por ejemplo, cerrar los ojos y decir con tus palabras que crees en Dios:
Señor; creo en ti, enséñame a orar y a amarte. Tú me conoces y me amas tal como soy. Te ofrezco lo que soy y aquellos a los que quiero. Envíame tu Espíritu, Señor; para que dé vida a mi vida. Te alabo por lo que eres, y gracias por tu amor infinito.
Como ves, es muy sencillo. Mantente en su presencia como un amigo con su amigo. Basta con hablarle de manera sencilla, sin buscar bellas oraciones en los libros, sin querer hacer frases bellas, como atestigua santa Teresita en su Historia de un alma:
Para ser escuchada no hace falta leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para esa ocasión. Si fuese así..., ¡qué digna de lástima sería yo!... Fuera del Oficio divino, que tan indigna soy de recitar, no me siento con fuerzas para sujetarme a buscar en los libros hermosas oraciones; me produce dolor de cabeza, ¡hay tantas... , y a cuál más hermosa!... No podría rezarlas todas, y, al no saber cuál escoger, hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende ... (Historia de un alma, G 25r).
Hablo desde que soy pequeño, porque soy un ser de deseo y de relación. La oración expone mi palabra a Dios, a Cristo. A Él todo le interesa, se le puede decir todo. No te censura, es capaz de soportarlo, porque solo Él te escucha de verdad, hasta tu silencio le habla. Está junto a ti, te escucha y comprende lo que sientes. Cuéntale lo que vives o mírale en silencio en la fe. ¿Acaso no es la oración escuchar a Dios que habla a través de nuestras palabras y nuestros silencios tanto como a través de su Palabra y su silencio? Al sabernos escuchados por Dios, recuperamos el hilo conductor que liga nuestra vida a la suya.
Hablar a Dios como a un amigo te revela a ti mismo. Es como si escribieras una carta; te expresas dirigiéndote al otro. Escuchas tu deseo, estás presente a ti mismo. Lo mismo ocurre con la oración. Te hablas a ti mismo hablando a Dios, te escuchas escuchándole, estás presente a ti mismo estándole presente a Él, te despiertas a ti mismo despertándote a Él, te acercas a ti mismo y a los otros acercándote a Él, que es Amor. La oración nos revela nuestra identidad profunda de hijos de Dios y la misión de amor que es la nuestra. ¿No es también la oración de Jesús? Él oraba a menudo a su
Padre antes de emprender alguna acción importante, como subir a Jerusalén para sufrir allí su Pasión.
Los evangelistas nos muestran a Jesús retirándose solo, aparte, para orar en silencio a su Padre, que le mira con amor. ¿Qué le dice a su Padre? Tal vez le dirige la misma petición que a la samaritana: «Dame de beber» (Juan 4,7). O tal vez le alaba por revelar sus secretos a los pequeños. No conocemos verdaderamente el contenido de su oración. Sin embargo, sí sabemos que, para Él, la oración brota de una actitud interior compuesta de fe y de amor a Dios, a quien llama Abba, «papa» en la lengua de Cristo. Jesús nos marca el camino a seguir.
Hablar a Dios como a un amigo te revela a ti mismo. Es como si escribieras una carta; te expresas dirigiéndote al otro. Escuchas tu deseo, estás presente a ti mismo. Lo mismo ocurre con la oración. Te hablas a ti mismo hablando a Dios, te escuchas escuchándole, estás presente a ti mismo estándole presente a Él, te despiertas a ti mismo despertándote a Él, te acercas a ti mismo y a los otros acercándote a Él, que es Amor. La oración nos revela nuestra identidad profunda de hijos de Dios y la misión de amor que es la nuestra. ¿No es también la oración de Jesús? Él oraba a menudo a su
Padre antes de emprender alguna acción importante, como subir a Jerusalén para sufrir allí su Pasión.
Los evangelistas nos muestran a Jesús retirándose solo, aparte, para orar en silencio a su Padre, que le mira con amor. ¿Qué le dice a su Padre? Tal vez le dirige la misma petición que a la samaritana: «Dame de beber» (Juan 4,7). O tal vez le alaba por revelar sus secretos a los pequeños. No conocemos verdaderamente el contenido de su oración. Sin embargo, sí sabemos que, para Él, la oración brota de una actitud interior compuesta de fe y de amor a Dios, a quien llama Abba, «papa» en la lengua de Cristo. Jesús nos marca el camino a seguir.
Del libro «Guía práctica de la oración cristiana». De Jacques Gauthier.