Así como amar es una relación, un encuentro, una entrevista con otra persona, también orar es una relación, un encuentro, una reunión con el Otro, con Dios. A medida que la calidad de la relación con Dios mejora, nuestra oración se hace más profunda y nuestra vida adquiere más sentido. ¿Con qué sentimientos nos acercamos generalmente a Él? ¿Con temor, ansiedad, vergüenza, ira, aburrimiento, obligación, esperanza, confianza, amor, gozo?
El modo de relacionarnos con Dios depende de la manera habitual en la que nos presentamos ante Él o lo evocamos, de las imágenes que tenemos de Él. Muchas de ellas son negativas, aprendidas en la niñez y, luego, en nuestra familia, educación, cultura y religión. Hasta la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, presenta a veces a Dios como alguien que destruye, castiga, condena y amenaza a los seres humanos. Pero Jesús revela el verdadero rostro de Dios, el amoroso Padre-Madre que nos envía los rayos de sol y la lluvia tanto a los buenos como a los malos sin distinción (Mateo 5, 45), el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada y perdona y da la bienvenida al pecador que vuelve al hogar (Lucas 15).
Dios no lleva cuenta de nuestros fallos. Se echa nuestros pecados a la espalda, por así decirlo: "El amor no apunta las ofensas" (1 Corintios 13, 5). Dios no se mantiene distante y ajeno a nosotros. Está siempre muy cerca de nosotros. Se llama Emmanuel, es decir, Dios-con-nosotros.
Él no nos ama únicamente si somos buenos. Nos ama incondicionalmente y nos acepta como somos, aunque pequemos y nos separemos de Él. "Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5, 8).
Tenemos también otras imágenes deformadas de Dios: la de un mercader con quien queremos llegar a un acuerdo, a un trato ("te prometo esto si tú me das eso"); la de un titiritero que maneja a su antojo a nosotros y a nuestro mundo (¿por qué le echamos la culpa de todas las calamidades y desastres?); la de un curandero a quien acudimos tan sólo en los momentos difíciles.
A menudo no somos conscientes de esas imágenes que tenemos de Dios. Pero aun siendo inconscientes, no sólo influyen en nuestra relación con Dios, sino que también provocan en nosotros actitudes negativas y modos inadecuados de actuar respecto a los demás, a nosotros mismos y con la vida.
En la oración nos damos cuenta de que tenemos estas imágenes distorsionadas, y el primer paso para abandonarlas y reemplazarlas por otras más auténticas del Dios de Nuestro Señor Jesucristo es precisamente ponernos en oración.
Una relación interpersonal crece cuando se llega a conocer mejor al otro, cuando se comparte y convive con el otro, cuando se descubre la belleza, originalidad y misterio del otro, un proceso que suele durar toda la vida. De la misma manera, hay mucho que hacer para estrechar nuestra relación con Dios.
Podemos estar en contacto más a menudo con su Palabra y con las indicaciones que nos hace desde la Biblia y las vidas de sus verdaderos seguidores. Podemos aprender a leer "los signos de los tiempos", los mensajes que nos envía mediante todo lo que ocurre en nuestro mundo. Podemos entregarnos al servicio especialmente de cuantos lo necesitan. ¡Nos enseñarían tanto de Dios! Podemos dar importancia y ser fieles a nuestro encuentro diario con Dios en la oración, en el que Él nos habla al corazón.
De esta forma seremos conscientes, ante todo, de que Dios desea aún más que nosotros una relación profunda y está siempre dispuesto a ayudarnos en nuestro caminar.
San Benito, que murió en el año 543, compuso esta oración corta y sencilla:
Padre misericordioso,
danos sabiduría para descubrirte,
inteligencia para comprenderte,
diligencia para buscarte,
paciencia para esperarte,
ojos para contemplarte,
un corazón para descansar en ti
y una vida para proclamarte
con la ayuda del Espíritu
de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
El modo de relacionarnos con Dios depende de la manera habitual en la que nos presentamos ante Él o lo evocamos, de las imágenes que tenemos de Él. Muchas de ellas son negativas, aprendidas en la niñez y, luego, en nuestra familia, educación, cultura y religión. Hasta la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, presenta a veces a Dios como alguien que destruye, castiga, condena y amenaza a los seres humanos. Pero Jesús revela el verdadero rostro de Dios, el amoroso Padre-Madre que nos envía los rayos de sol y la lluvia tanto a los buenos como a los malos sin distinción (Mateo 5, 45), el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada y perdona y da la bienvenida al pecador que vuelve al hogar (Lucas 15).
Dios no lleva cuenta de nuestros fallos. Se echa nuestros pecados a la espalda, por así decirlo: "El amor no apunta las ofensas" (1 Corintios 13, 5). Dios no se mantiene distante y ajeno a nosotros. Está siempre muy cerca de nosotros. Se llama Emmanuel, es decir, Dios-con-nosotros.
Él no nos ama únicamente si somos buenos. Nos ama incondicionalmente y nos acepta como somos, aunque pequemos y nos separemos de Él. "Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5, 8).
Tenemos también otras imágenes deformadas de Dios: la de un mercader con quien queremos llegar a un acuerdo, a un trato ("te prometo esto si tú me das eso"); la de un titiritero que maneja a su antojo a nosotros y a nuestro mundo (¿por qué le echamos la culpa de todas las calamidades y desastres?); la de un curandero a quien acudimos tan sólo en los momentos difíciles.
A menudo no somos conscientes de esas imágenes que tenemos de Dios. Pero aun siendo inconscientes, no sólo influyen en nuestra relación con Dios, sino que también provocan en nosotros actitudes negativas y modos inadecuados de actuar respecto a los demás, a nosotros mismos y con la vida.
En la oración nos damos cuenta de que tenemos estas imágenes distorsionadas, y el primer paso para abandonarlas y reemplazarlas por otras más auténticas del Dios de Nuestro Señor Jesucristo es precisamente ponernos en oración.
Una relación interpersonal crece cuando se llega a conocer mejor al otro, cuando se comparte y convive con el otro, cuando se descubre la belleza, originalidad y misterio del otro, un proceso que suele durar toda la vida. De la misma manera, hay mucho que hacer para estrechar nuestra relación con Dios.
Podemos estar en contacto más a menudo con su Palabra y con las indicaciones que nos hace desde la Biblia y las vidas de sus verdaderos seguidores. Podemos aprender a leer "los signos de los tiempos", los mensajes que nos envía mediante todo lo que ocurre en nuestro mundo. Podemos entregarnos al servicio especialmente de cuantos lo necesitan. ¡Nos enseñarían tanto de Dios! Podemos dar importancia y ser fieles a nuestro encuentro diario con Dios en la oración, en el que Él nos habla al corazón.
De esta forma seremos conscientes, ante todo, de que Dios desea aún más que nosotros una relación profunda y está siempre dispuesto a ayudarnos en nuestro caminar.
San Benito, que murió en el año 543, compuso esta oración corta y sencilla:
Padre misericordioso,
danos sabiduría para descubrirte,
inteligencia para comprenderte,
diligencia para buscarte,
paciencia para esperarte,
ojos para contemplarte,
un corazón para descansar en ti
y una vida para proclamarte
con la ayuda del Espíritu
de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Del libro «Orar es sencillo». De Rex A. Pai, SJ.