lunes, 30 de enero de 2012

DIOS EN PRIMER LUGAR

AMOR DE MADRE

Un artículo del National Geographic mostraba hace unos años una foto impactante de “las alas de Dios”.
Después de un incendio forestal en el parque nacional de Yellowstone, los guardabosques iniciaron una larga jornada, montaña arriba, para valorar los daños del incendio.
Un guardabosque encontró un pájaro petrificado en cenizas, literalmente, posado cual estatua en la base de un árbol. Un poco asombrado por el espeluznante espectáculo, dio unos golpecillos al pájaro con una vara. Cuando lo hizo, tres diminutos polluelos salieron de debajo de las alas de su madre, ya muerta.
La amorosa madre, en su afán de impedir el desastre, había llevado a sus hijos a la base del árbol y los había acurrucado bajo sus alas, sabiendo instintivamente que el humo tóxico ascendería.
Ella podía haber volado para encontrar su seguridad, pero se había negado a abandonar a sus crías. Cuando las llamas llegaron y quemaron su pequeño cuerpo, ella permaneció firme porque había decidido morir para que aquellos que estaban bajo sus alas pudieran vivir...
 
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" -dijo Jesucristo- (Jn 10, 10)

EL CURA

Si predica más de diez minutos… no acaba nunca.
Si predica menos de diez… no se ha preparado.
Si trata temas sociales… es de izquierdas.
Si trata temas morales… es de derechas.
Si está en el despacho… no se relaciona.
Si visita a las familias… no tiene nada que hacer.
Si es cordial… tiene problemas afectivos.
Si es reservado… es antipático.
Si hace arreglos… tira el dinero.
Si no las hace… le interesa poco la iglesia.
Si tiene amigos ricos… vive con los que mandan.
Si se rodea de pobres… es un revolucionario.
Si es joven… no tiene experiencia.
Si es mayor… debería jubilarse. 

domingo, 29 de enero de 2012

MINUTO DE FILOSOFIA

Es mejor ser loado por unos pocos sabios que por muchos necios. 
M. DE CERVANTES

sábado, 28 de enero de 2012

La Naranja

Un ateo dictaba una conferencia ante un gran auditorio defendiendo la inexistencia de Dios.

Después de haber finalizado su discurso, desafió a cualquiera que tuviese preguntas a que subiera a la plataforma.

Un hombre que había sido bien conocido en la localidad por su adicción a las bebidas alcohólicas, pero que había encontrado recientemente liberación y esperanza en Dios aceptó la invitación y sacando una naranja del bolsillo comenzó a pelarla lentamente.

El conferencista le pidió que hiciera la pregunta; el hombre, continuó imperturbable pelando la naranja en silencio, al término de lo cual, se la comió.

Se volvió al conferencista y le preguntó : "¿Estaba dulce o agria?"

"No me pregunte tonterías", respondió el orador con señales evidentes de enojo; "¿Cómo puedo saber el gusto si no la he probado?"

Y aquel hombre regenerado por el amor de Dios respondió entonces:
"Y ¿cómo puede usted saber algo de Dios, si nunca lo ha probado?"

jueves, 26 de enero de 2012

Orar es entablar una relación

Así como amar es una relación, un encuentro, una entrevista con otra persona, también orar es una relación, un encuentro, una reunión con el Otro, con Dios. A medida que la calidad de la relación con Dios mejora, nuestra oración se hace más profunda y nuestra vida adquiere más sentido. ¿Con qué sentimientos nos acercamos generalmente a Él? ¿Con temor, ansiedad, vergüenza, ira, aburrimiento, obligación, esperanza, confianza, amor, gozo?
El modo de relacionarnos con Dios depende de la manera habitual en la que nos presentamos ante Él o lo evocamos, de las imágenes que tenemos de Él. Muchas de ellas son negativas, aprendidas en la niñez y, luego, en nuestra familia, educación, cultura y religión. Hasta la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, presenta a veces a Dios como alguien que destruye, castiga, condena y amenaza a los seres humanos. Pero Jesús revela el verdadero rostro de Dios, el amoroso Padre-Madre que nos envía los rayos de sol y la lluvia tanto a los buenos como a los malos sin distinción (Mateo 5, 45), el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada y perdona y da la bienvenida al pecador que vuelve al hogar (Lucas 15).
Dios no lleva cuenta de nuestros fallos. Se echa nuestros pecados a la espalda, por así decirlo: "El amor no apunta las ofensas" (1 Corintios 13, 5). Dios no se mantiene distante y ajeno a nosotros. Está siempre muy cerca de nosotros. Se llama Emmanuel, es decir, Dios-con-nosotros.
Él no nos ama únicamente si somos buenos. Nos ama incondicionalmente y nos acepta como somos, aunque pequemos y nos separemos de Él. "Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5, 8).
Tenemos también otras imágenes deformadas de Dios: la de un mercader con quien queremos llegar a un acuerdo, a un trato ("te prometo esto si tú me das eso"); la de un titiritero que maneja a su antojo a nosotros y a nuestro mundo (¿por qué le echamos la culpa de todas las calamidades y desastres?); la de un curandero a quien acudimos tan sólo en los momentos difíciles.
A menudo no somos conscientes de esas imágenes que tenemos de Dios. Pero aun siendo inconscientes, no sólo influyen en nuestra relación con Dios, sino que también provocan en nosotros actitudes negativas y modos inadecuados de actuar respecto a los demás, a nosotros mismos y con la vida.
En la oración nos damos cuenta de que tenemos estas imágenes distorsionadas, y el primer paso para abandonarlas y reemplazarlas por otras más auténticas del Dios de Nuestro Señor Jesucristo es precisamente ponernos en oración.
Una relación interpersonal crece cuando se llega a conocer mejor al otro, cuando se comparte y convive con el otro, cuando se descubre la belleza, originalidad y misterio del otro, un proceso que suele durar toda la vida. De la misma manera, hay mucho que hacer para estrechar nuestra relación con Dios.
Podemos estar en contacto más a menudo con su Palabra y con las indicaciones que nos hace desde la Biblia y las vidas de sus verdaderos seguidores. Podemos aprender a leer "los signos de los tiempos", los mensajes que nos envía mediante todo lo que ocurre en nuestro mundo. Podemos entregarnos al servicio especialmente de cuantos lo necesitan. ¡Nos enseñarían tanto de Dios! Podemos dar importancia y ser fieles a nuestro encuentro diario con Dios en la oración, en el que Él nos habla al corazón.
De esta forma seremos conscientes, ante todo, de que Dios desea aún más que nosotros una relación profunda y está siempre dispuesto a ayudarnos en nuestro caminar.
San Benito, que murió en el año 543, compuso esta oración corta y sencilla:
Padre misericordioso,
danos sabiduría para descubrirte,
inteligencia para comprenderte,
diligencia para buscarte,
paciencia para esperarte,
ojos para contemplarte,
un corazón para descansar en ti
y una vida para proclamarte
con la ayuda del Espíritu
de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Del libro «Orar es sencillo». De Rex A. Pai, SJ.

jueves, 19 de enero de 2012

Los tres Reyes Magos existen…  

Apenas su padre se había sentado, al llegar a casa,
dispuesto a escuchar como todos los días lo que
su hija le contaba de sus actividades en el colegio,
cuando ésta, en voz baja, como con miedo, le dijo:
«¿Papá?»
-Sí, hija, cuéntame.
-«Oye, quiero... que me digas la verdad».
-Claro, hija. Siempre te la digo , respondió el padre
un poco sorprendido.
-«Es que...», titubeó Cristina.
-Dime, hija, dime.
-«Papá, ¿existen los Reyes Magos?»
El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.
-«Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?»
La nueva pregunta de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña, y tragando saliva le dijo:
-¿Y tú qué crees, hija?
 -«Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado, me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso».
-Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...
-«Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!»
-No, mira, nunca te hemos engañado, porque los Reyes Magos sí que existen , respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina.
-«Entonces no lo entiendo, papá».
-Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar, porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla , dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
Cristina se sentó entre sus padres, ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:
-Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente, guiados por una gran estrella, se acercaron al Portal para adorarlo. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo: "¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían".
"¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo".
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó: "Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito..."

Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió, y la voz de Dios se escuchó en el Portal: "Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?"
"¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas-. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos".
"No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo".
"¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible?", dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
"Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños y conocer muy bien sus deseos?", preguntó Dios.
"Sí, claro, eso es fundamental", asistieron los tres Reyes.
"Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?"
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
"Puesto que así lo habéis querido y para que, en nombre de los tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que, en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen.
También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y, a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del belén, recordarán que, gracias a los tres Reyes Magos todos son más felices".

Cuando el padre de Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó, y dando un beso a sus padres dijo: -«Ahora sí que lo entiendo todo, papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado».

Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano, mientras decía:
-«No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero», y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

lunes, 16 de enero de 2012

Minuto de filosofía

El corazón tiene razones que la razón no conoce. B. PASCAL

¡Lo que es la vida!

En el comedor estudiantil de una universidad alemana
Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
 
Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

UN PROVERBIO

Si te caes siete veces, levántate ocho. PROVERBIO CHINO