
«Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo eso». En el fondo, nos
preocupamos porque no podemos controlar el futuro, porque no sabemos lo
que va a suceder, si va a ser bueno o malo. El destino es caprichoso, y
debemos estar preparados para lo peor. Pero, ¿no podemos controlar el
futuro? Nosotros no, es claro; sin embargo, Dios sí. Él es el dueño del
pasado, del presente y del futuro. Él dirige toda la historia, nuestra
historia. Y Él es un Padre bueno que nos ama infinitamente y quiere
siempre lo mejor para nosotros. Por eso, sólo se agobian por el futuro
los “gentiles”, los que no saben que hay un Dios que ya se preocupa por
ellos. Es verdad que no somos los dueños del mundo, pero somos “los
hijos del dueño” ¿Te preocupa este asunto? A Dios más. Y Él sabe más, Él
puede más, Él quiere lo mejor para ti. Deja que Él se ocupe. No
tengamos miedo a abandonar nuestros agobios en sus manos. Pero, ten
cuidado, a lo mejor cuando menos te lo esperes Él lo solucionará del
modo más sorprendente… Para un hijo de Dios, no tienen cabida las
preocupaciones.
«Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os
dará por añadidura». Sólo debemos preocuparnos por una cosa: llegar al
cielo. Todo lo demás, comparado con esto, es un granito de arena
comparado con una montaña enorme. Un segundo comparado con toda la
eternidad. La santidad es la obsesión de nuestra vida. Todo lo demás,
salud, enfermedades; riquezas, pobreza; honor, desprecios; éxitos,
fracasos… todo es nada en comparación con nuestra salvación. Somos
hijos, nuestro Padre Dios se cuida de todo ello. A nosotros sólo nos
toca ser buenos hijos, y ya está. Así nos lo enseña san Ignacio de
Loyola: «es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas; en
tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad,
riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por
consiguiente en todo lo demás». Por eso, si vivimos así en nuestra vida
tendremos dificultades, muchas; pero preocupaciones, ninguna.
(Mt 6,24-34)