La
salvación es reconocer con humildad que todo es un don de Dios y que sin su
gracia no podemos hacer nada...
miércoles, 26 de marzo de 2014
La esperanza

Victor
Frankl, fundador de la corriente psicológica llamada Logoterapia, estando en
los campos de concentración observó y participó en el sufrimiento brutal
provocado por el imperio Nazi. La mayoría de los indefensos llegados al lugar, habiendo
perdido familia, posesiones, libertad, es decir, todo caía en la depresión y
pronto en la muerte. Sin embargo, nos cuenta Frankl, sorprendía que algunos, quizá
muy pocos, resistían al infierno y se mantenían con vida. La pregunta lógica
era ¿por qué?, ¿cuál era la diferencia entre las víctimas? La conclusión de
Frankl era que estos últimos encontraban un sentido, una razón para esperar un
nuevo día. Para algunos la esperanza de volver a encontrarse con su familia, el
regreso a la patria o la promesa de su fe religiosa, los mantenía vivos.
Podemos decir que estos pocos veían lo que para la mayoría era imposible ver.
Temores
- Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.
- Temía fracasar, hasta que me di cuenta de que únicamente fracaso cuando no lo intento.
- Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan.
- Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mí mismo.
- Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.
- Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
- Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
- Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
- Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.
- Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.
- Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más.
- Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.
- Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.
Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.
Ernest Hemingway
martes, 18 de marzo de 2014
Creyente modesto
- El creyente modesto no desconfía, como antes, del no creyente. Opina que también el no creyente puede ayudarle, a su manera, a creer.
- El creyente modesto confiesa que la fe no le da luz sobre todas las cosas, pero sí sobre las más fundamentales.
- El creyente modesto no se siente derrotado. Por el contrario cree que Jesucristo nunca será vencido.
- El creyente modesto sabe que sólo Dios convierte, pero que Dios puede hablar a los demás a través de su vida y de sus palabras. Por eso, el creyente modesto trata de ser un testigo creíble.
Abraham

lunes, 17 de marzo de 2014
La fe y la ciencia

Es
incomprensible que se haya dicho que la afirmación de Dios implica la negación
del mundo y del hombre. Al contrario, es la única manera de poder afirmarlos y
amarlos. Creer es tener el atrevimiento de amarse y de estimar toda realidad
hasta el fondo, aunque uno vea su propia realidad tan endeble y tan precaria, y
las otras realidades tan esmirriadas y vulnerables. Sólo el que mantiene su
inteligencia y su corazón abiertos al infinito que reclaman, llegará a afirmar
el Infinito. La referencia a la conocida frase de San Agustín se hace
inevitable: «Señor, nos has hecho para
Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». El hombre
que se entrega al dinamismo que bulle dentro de sí «no se llena con menos que
infinito», decía San Juan de la Cruz. Y no se diga que quizá todo es sólo una
«gran ilusión», la proyección ilusoria al infinito de deseos y sueños que nunca
se cumplirán. Ciertamente, todos habremos vivido muchas ilusiones religiosas, y
todos habremos intentado construirnos imágenes de Dios que respondan a nuestros
deseos y a nuestros sueños más o menos conscientes o inconscientes. Pero el
creyente, cuando ha hallado a Dios verdaderamente, sabe que ha encontrado al
que es anterior a sí y a todos sus sueños, y que le ha de reconocer como tal
entregándose a El totalmente, incondicionalmente. Dios entonces se impone como
alguien que sobrepasa y anonada todas nuestras posibles expectativas sobre Él.
Dios se nos impone, entonces, no ya como aquello que nosotros necesitábamos,
deseábamos o imaginábamos, sino como alguien que en su soberanía primera y
absoluta se revela como una crítica demoledora de todo nuestro ser y hacer
inauténticos y de todos nuestros deseos pueriles, interpelándonos y
obligándonos a salir de nosotros mismos, para que seamos y deseemos aquello que
por nosotros mismos nunca habríamos sido o deseado. El verdadero creyente,
cuando llega a reconocer a Dios, reconoce que no le puede constituir o
configurar a partir del propio «yo», sino que es al revés: es Dios quien
constituye libre y soberanamente el «yo», que desde aquel momento ya sólo puede
ser vivido y pensado como una realidad surgida de Dios.
JOSEP VIVES
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