Dice que Nuestro
Señor volvió a su tierra con sus apóstoles. Quería ver como andaba el mundo. Se
encontraron con un hombre al que se le había empantanado el carro en medio de
un lodazal. Estaba enfadado y no paraba de blasfemar. Entonces San Pedro
mira al Señor y le dice: “Señor, ¡castígalo!”,
“Ni hablar” le responde el Señor. “¡Vamos a ayudarle!”. “Pero Jesús, ¿no escuchas todo lo que dice?”.
“Hay que ayudarle” sentenció el
Señor. Tal y como lo ordenó el Señor lo hicieron. Siguen andando y ven a otro
hombre con la rueda de su carro rota y sin poder seguir adelante. Este estaba
encima del carro, de rodillas, y rezaba con mucha humildad: “Señor Dios, Tú que eres bueno, ayúdame, mándame
a tus santos apóstoles y a los ángeles a que me ayuden y me saquen el carro de aquí.”
San Pedro pregunto al Señor: ”¿Vamos a
ayudarle?”, “No” dijo el Señor. “¿Cómo?”
dice Pedro. “Ni hablar, no hay que
ayudarle”. Y siguieron adelante. Cuando estaban ya a cierta distancia
de aquel hombre San Pedro dice a Jesús: “Discúlpame
Señor, pero no entiendo nada. Al primer hombre, que estaba venga a blasfemar, tratando
de sacar su carro, si nos mandaste que le ayudáramos, y a este otro que puso
toda su confianza en nosotros y nos rezaba y nos alababa, a él nos dices que no
le ayudemos”. “Justamente” -dijo el Señor- el otro hacía todo lo que él podía y por eso merecía ser ayudado. Este
otro, en cambio, no se esforzaba, no hacía nada por arreglar su carro, era un
cómodo, quería que nosotros le solucionáramos todo.”
A Dios rogando… y
con el mazo dando.
Vivir como si todo
dependiera de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios.