«Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos». Orar es
hablar con Dios. Es conversar con Él, como un hombre habla con su amigo.
Es contarle nuestras alegrías y penas, nuestras preocupaciones y
deseos, nuestros éxitos y fracasos. Pero hablar es siempre cosa de dos.
Si uno sólo habla y el otro sólo escucha, no estamos ante una
conversación, sino ante un monólogo… Por eso, Jesús hoy nos advierte de
la tentación de aquellos «que se imaginan que por hablar mucho les harán
caso». Esto nos sucede cuando convertimos nuestra oración en verborrea,
en repetición mecánica de sonidos, en un aluvión de quejas y peticiones
que dejarían exhausto a cualquiera que nos escuchara. No nos podemos
olvidar que hablar es cosa de dos. Cuando rezamos tenemos muchas veces
que hacer silencio, acallar nuestra voz y escuchar a Dios que nos habla
al corazón. Hoy le pedimos a Dios que nos conceda una oración sencilla y
confiada, humilde y perseverante. Que nuestra oración sea como la de
aquel sencillo campesino de Ars; cuando su santo cura le preguntó por
qué que se pasaba tantas horas ante el sagrario, el hombre respondió
simplemente: «Yo le miro y Él me mira». Esta es nuestra oración.
«Vosotros rezad así: “Padre”». Entonces, no hacen falta muchas
palabras para rezar… De hecho, sólo hace falta una: “Padre”. Lo más
importante que nos ha enseñado Jesús es a dirigirnos a Dios como hijos
suyos, a llamarle con toda sencillez y naturalidad “padre”, “papá”. Esto
es lo que ha revelado Jesucristo: un Dios que es Padre. En esta palabra
se resume toda nuestra oración y nuestra vida. Somos hijos, por eso
debemos acudir constantemente al único que sostiene nuestra existencia.
Somos hijos, por eso necesitamos experimentar todos los días el Amor de
aquel que nos quiere infinitamente, más que todas las madres y todos los
padres de este mundo juntos. Somos hijos, por eso tenemos que aprender a
abandonarnos confiadamente en los brazos de un Dios que nunca nos va a
fallar y que quiere lo mejor para nosotros siempre y en todo momento.
Somos hijos, por eso no podemos sorprendernos de que seamos débiles y
pequeños, pero siempre dispuestos a volvernos de corazón a la casa del
Padre siempre que por el pecado nos alejemos de Él.
«Padre nuestro, que estás en el cielo… y líbranos del mal». ¿Cuántas
veces rezamos el Padrenuestro a lo largo del día? ¿A lo largo de la
semana? Puede ser que esta oración se haya convertido para nosotros en
esas «muchas palabras» de las que habla el Señor… Pero esta oración no
es una oración más. Son unas palabras que salieron de labios del
Salvador. Cada frase, cada palabra, cada sonido ha sido pronunciado por
Cristo, por el mismo Dios en la tierra. Por eso, nunca nos podemos
acostumbrar a rezar con las mismas palabras de Jesús. Al contrario, cada
vez que las repetimos, nuestro corazón se va pareciendo más al Corazón
de Cristo. Así, nuestros sentimientos serán los suyos, nuestros
sentimientos y nuestras peticiones serás los suyos. Hoy, cuando reces el
Padrenuestro, saborea cada una de las palabras y procura que tu mente
concuerde con tu voz al pronunciarlas.
Mt 6,7-15