sábado, 23 de junio de 2018

Dificultades, muchas; preocupaciones, ninguna

«No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir». Decían los antiguos: “errar es humano”. Pero podríamos añadir con igual acierto: “preocuparse es humano”. Nos pasamos la mitad de nuestra vida preparando, previendo y programando lo que vamos a hacer en el resto del tiempo. Hacemos cientos de planes cada día… y a lo mejor uno entre mil sale como habíamos previsto. No hay nada más incierto que el futuro, y eso a todo hombre razonable le preocupa. Nos pasamos la vida preocupados. Jesús sabe eso; Él nos conoce muy bien. Preocupados por llegar a tiempo a todos lados, por tener mucha salud, por no ganar demasiados kilos de más, por agradar al jefe, por contentar a los hijos, por comprar lo suficiente pero no demasiado, por llegar a fin de mes, por ahorrar para el futuro… ¿Habrá alguna medicina contra esto? ¿Algo parecido a una Relaxina o un Desagobiatil? Existe, pero no hay que ir a la farmacia para encontrarlo.
«Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso». En el fondo, nos preocupamos porque no podemos controlar el futuro, porque no sabemos lo que va a suceder, si va a ser bueno o malo. El destino es caprichoso, y debemos estar preparados para lo peor. Pero, ¿no podemos controlar el futuro? Nosotros no, es claro; sin embargo, Dios sí. Él es el dueño del pasado, del presente y del futuro. Él dirige toda la historia, nuestra historia. Y Él es un Padre bueno que nos ama infinitamente y quiere siempre lo mejor para nosotros. Por eso, sólo se agobian por el futuro los “gentiles”, los que no saben que hay un Dios que ya se preocupa por ellos. Es verdad que no somos los dueños del mundo, pero somos “los hijos del dueño” ¿Te preocupa este asunto? A Dios más. Y Él sabe más, Él puede más, Él quiere lo mejor para ti. Deja que Él se ocupe. No tengamos miedo a abandonar nuestros agobios en sus manos. Pero, ten cuidado, a lo mejor cuando menos te lo esperes Él lo solucionará del modo más sorprendente… Para un hijo de Dios, no tienen cabida las preocupaciones.
«Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Sólo debemos preocuparnos por una cosa: llegar al cielo. Todo lo demás, comparado con esto, es un granito de arena comparado con una montaña enorme. Un segundo comparado con toda la eternidad. La santidad es la obsesión de nuestra vida. Todo lo demás, salud, enfermedades; riquezas, pobreza; honor, desprecios; éxitos, fracasos… todo es nada en comparación con nuestra salvación. Somos hijos, nuestro Padre Dios se cuida de todo ello. A nosotros sólo nos toca ser buenos hijos, y ya está. Así nos lo enseña san Ignacio de Loyola: «es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás». Por eso, si vivimos así en nuestra vida tendremos dificultades, muchas; pero preocupaciones, ninguna.
(Mt 6,24-34)

jueves, 21 de junio de 2018

Angel de la guarda


Ángel santo de la guarda,
compañero de mi vida,
tú que nunca me abandonas,
ni de noche ni de día.

Aunque espíritu invisible,
sé que te hallas a mi lado,
escuchas mis oraciones
y cuentas todos mis pasos.

En las sombras de la noche,
me defiendes del demonio,
tendiendo sobre mi pecho
tus alas de nácar y oro.

Ángel de Dios, que yo escuche
tu mensaje y que lo siga,
que vaya siempre contigo
hacia Dios, que me lo envía.

Testigo de lo invisible,
presencia del cielo amiga,
gracias por tu fiel custodia,
gracias por tu compañía.

"Padre nuestro", la oración confiada de los hijos

«Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos». Orar es hablar con Dios. Es conversar con Él, como un hombre habla con su amigo. Es contarle nuestras alegrías y penas, nuestras preocupaciones y deseos, nuestros éxitos y fracasos. Pero hablar es siempre cosa de dos. Si uno sólo habla y el otro sólo escucha, no estamos ante una conversación, sino ante un monólogo… Por eso, Jesús hoy nos advierte de la tentación de aquellos «que se imaginan que por hablar mucho les harán caso». Esto nos sucede cuando convertimos nuestra oración en verborrea, en repetición mecánica de sonidos, en un aluvión de quejas y peticiones que dejarían exhausto a cualquiera que nos escuchara. No nos podemos olvidar que hablar es cosa de dos. Cuando rezamos tenemos muchas veces que hacer silencio, acallar nuestra voz y escuchar a Dios que nos habla al corazón. Hoy le pedimos a Dios que nos conceda una oración sencilla y confiada, humilde y perseverante. Que nuestra oración sea como la de aquel sencillo campesino de Ars; cuando su santo cura le preguntó por qué que se pasaba tantas horas ante el sagrario, el hombre respondió simplemente: «Yo le miro y Él me mira». Esta es nuestra oración.
«Vosotros rezad así: “Padre”». Entonces, no hacen falta muchas palabras para rezar… De hecho, sólo hace falta una: “Padre”. Lo más importante que nos ha enseñado Jesús es a dirigirnos a Dios como hijos suyos, a llamarle con toda sencillez y naturalidad “padre”, “papá”. Esto es lo que ha revelado Jesucristo: un Dios que es Padre. En esta palabra se resume toda nuestra oración y nuestra vida. Somos hijos, por eso debemos acudir constantemente al único que sostiene nuestra existencia. Somos hijos, por eso necesitamos experimentar todos los días el Amor de aquel que nos quiere infinitamente, más que todas las madres y todos los padres de este mundo juntos. Somos hijos, por eso tenemos que aprender a abandonarnos confiadamente en los brazos de un Dios que nunca nos va a fallar y que quiere lo mejor para nosotros siempre y en todo momento. Somos hijos, por eso no podemos sorprendernos de que seamos débiles y pequeños, pero siempre dispuestos a volvernos de corazón a la casa del Padre siempre que por el pecado nos alejemos de Él.
«Padre nuestro, que estás en el cielo… y líbranos del mal». ¿Cuántas veces rezamos el Padrenuestro a lo largo del día? ¿A lo largo de la semana? Puede ser que esta oración se haya convertido para nosotros en esas «muchas palabras» de las que habla el Señor… Pero esta oración no es una oración más. Son unas palabras que salieron de labios del Salvador. Cada frase, cada palabra, cada sonido ha sido pronunciado por Cristo, por el mismo Dios en la tierra. Por eso, nunca nos podemos acostumbrar a rezar con las mismas palabras de Jesús. Al contrario, cada vez que las repetimos, nuestro corazón se va pareciendo más al Corazón de Cristo. Así, nuestros sentimientos serán los suyos, nuestros sentimientos y nuestras peticiones serás los suyos. Hoy, cuando reces el Padrenuestro, saborea cada una de las palabras y procura que tu mente concuerde con tu voz al pronunciarlas.
 Mt 6,7-15