sábado, 20 de mayo de 2017

El significado de los 7 dones del Espíritu Santo



  1. Sabiduría: Es el don de entender lo que favorece y lo que perjudica el proyecto de Dios. Él nos fortalece nuestra caridad y nos prepara para una visión plena de Dios. El mismo Jesús nos dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20). La verdadera sabiduría trae el gusto de Dios y su Palabra.
  1. Entendimiento: Es el don divino que nos ilumina para aceptar las verdades reveladas por Dios. Mediante este don, el Espíritu Santo nos permite escrutar las profundidades de Dios, comunicando a nuestro corazón una particular participación en el conocimiento divino, en los secretos del mundo y en la intimidad del mismo Dios. El Señor dijo: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh” (Jer 24,7).
  1. Consejo: Es el don de saber discernir los caminos y las opciones, de saber orientar y escuchar. Es la luz que el Espíritu nos da para distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso. Sobre Jesús reposó el Espíritu Santo, y le dio en plenitud ese don, como había profetizado Isaías: “No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra” (Is 11, 3-4).
  1. Ciencia: Es el don de la ciencia de Dios y no la ciencia del mundo. Por este don el Espíritu Santo nos revela interiormente el pensamiento de Dios sobre nosotros, pues “nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Co 2, 11).
  1. Piedad: Es el don que el Espíritu Santo nos da para estar siempre abiertos a la voluntad de Dios, buscando siempre actuar como Jesús actuaría. Si Dios vive su alianza con el hombre de manera tan envolvente, el hombre, a su vez, se siente también invitado a ser piadoso con todos. En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios escribió: “En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia. Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo” (1Co 12, 1-3).
  1. Fortaleza: Este es el don que nos vuelve valientes para enfrentar las dificultades del día a día de la vida cristiana. Vuelve fuerte y heroica la fe. Recordemos el valor de los mártires. Nos da perseverancia y firmeza en las decisiones. Los que tienen ese don no se amedrentan frente a las amenazas y persecuciones, pues confían incondicionalmente en el Padre. El Apocalipsis dice: “No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).
  1. Temor de Dios: Este don nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y en la sumisión a su voluntad, apartándonos de todo lo que le pueda desagradar. Por eso, Jesús siempre tuvo cuidado en hacer en todo la voluntad del Padre, como Isaías había profetizado: “Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh” (Is 11,2).

sábado, 13 de mayo de 2017

La voz de Dios




Señor,
¿Cómo hablas? ¿En qué idioma? ¿En qué tono? ¿De qué forma? ¿Es tu palabra una historia, o son las cosas que otros  dicen? ¿Es lo que está escrito o lo que trae el viento? ¿Eres susurro o vendaval? ¿Hablas con un  lenguaje eterno, o de maneras siempre nuevas? Quiero escuchar tu voz, que me envuelva y me ilusione. Que me cale tan hondo que  no pueda seguir sentado. Que esa voz, en mi interior, se convierta en bandera y refugio, en motivo y  juramento.

Tu voz fuera de mí
A veces no me doy cuenta de cómo me hablas en mil detalles: el “¿Qué tal estás?” lleno de cariño de mis padres al teléfono. El “vamos” de un amigo que me ve bajo de ánimo, y quiere hacerme sentir que no estoy solo. El “por favor” de quien pide ayuda y me recuerda que no me duerma, que hacen falta manos. El “ojalá” de quien comparte conmigo sus deseos y sus sueños, y así me invita a seguir creyendo y soñando.  La risa jovial y despreocupada de quien, por un  momento, me contagia la  alegría. La poesía que me sugiere la belleza de tu creación. La protesta de quien denuncia lo injusto, y al hacerlo me recuerda tu mensaje de bienaventuranza.

Tu voz dentro de mí
Puede ser tu voz la que me envuelve cuando, en el silencio, siento que no estoy solo. Cuando se estremecen mis entrañas por ver la imagen dolorosa de alguien que sufre, y en mi interior resuena: “es tu hermano”. Esa emoción que en algunos momentos me embarga al pensar en tu evangelio. La inquietud que me impide cerrar los ojos ante el mal, aunque a veces quisiera hacerlo y olvidarme de todo. La alegría sencilla que, a ratos, hace que se disipen los nubarrones en que yo mismo me sumo. Tu presencia que me acompaña. Ese espíritu que me da fuerzas cuando estaba a punto de rendirme.