De entre todos los instrumentos
musicales no hay ninguno que se pueda comparar al violín: sus curvas elegantes,
su fino mástil culminado en la bella voluta y sus cuatro cuerdas de las que
brotan inigualables melodías cuando se desliza sobre ellas el arco. Pero por
más que lo intente, el violín por sí solo no conseguirá sacar ni una sola nota.
Se retorcerá y luchará toda la noche pero de sus cuerdas no saldrá un solo
sonido. Y es que el violín parece haber olvidado que es un instrumento, el más
bello de todos ellos pero instrumento al fin y al cabo. Todo violín necesita de
las manos del artista, ese músico que lo conoce a la perfección, que lo quiere
y lo cuida con esmero. En sus manos el violín es capaz de interpretar las más
bellas sinfonías que se han escrito en la historia de la música pero sin él no
es más que otro trozo de madera. Si el violín se empeña, y hay violines muy
tercos, acabará por desafinarse, o incluso puede que rompa alguna de sus cuerdas,
pero jamás conseguirá por sí solo sacar un sonido de entre sus cuerdas. En
algunas ocasiones al violín le toca ser solista y de pronto todos los focos
recaen sobre él, otras aparece en cuarteto y entonces debe aprender a
acompasarse con el chelo y la viola, pero la mayoría de las veces se encuentra
en medio de una orquesta, pasando más desadvertido pero disfrutando también de
la variedad de instrumentos que la componen y de la aportación imprescindible
de cada uno de ellos. Lo que nunca se ha visto y nunca se verá es a un violín
sin su músico. No luches, no te desafines, deja que sea Dios el artista el que
haga vibrar tus cuerdas, conviértete en instrumento en sus manos.
jueves, 20 de abril de 2017
jueves, 6 de abril de 2017
Fe y paraguas
Una historia que nos habla sobre la confianza en
Dios
En un
pueblito de zona rural, se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en
la ruina a todos sus habitantes debido a que subsistían con el fruto del
trabajo del campo. A pesar de que la mayoría de sus habitantes eran creyentes,
ante la situación límite, marcharon a ver al cura párroco y le dijeron:
-
Padre, si Dios es tan poderoso, pidámosle que envíe la lluvia necesaria para
revertir esta angustiante situación.
- Está
bien, le pediremos al Señor, pero deberá haber una condición indispensable.
- ¡Díganos cuál es!, respondieron todos.
- ¡Díganos cuál es!, respondieron todos.
- Hay
que pedírselo con fe, con mucha fe, contestó el sacerdote.
- ¡Así
lo haremos, y también vendremos a Misa todos los días!
Los
campesinos comenzaron a ir a Misa todos los días, pero las semanas transcurrían
y la esperada lluvia no se hacía presente.
Un día,
fueron todos a enfrentarlo al párroco y reclamarle:
-
Padre, usted nos dijo que si le pedíamos con fe a Dios que enviara las lluvias,
Él iba a acceder a nuestras peticiones. Pero ya van varias semanas y no
obtenemos respuesta alguna...
- Hijos
míos, ¿han ustedes pedido con fe verdadera?
- ¡Sí,
por supuesto!, respondieron al unísono.
-
Entonces, si dicen haber pedido con fe verdadera... ¿por qué durante todos
estos días ni uno solo de ustedes ha traído el paraguas?
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