La invocación a la
venganza o a la violencia resulta particularmente inadecuada cuando
surge en el ámbito de la oración. Por eso, resultan difíciles de interpretar
algunas expresiones de odio y de venganza que encontramos en algunos
Salmos, y que contrastan radicalmente con los sentimientos de amor a los
enemigos que Jesús enseña a sus discípulos (Mt 5,44; Lc 6,27.35).
Por ejemplo, en algunos salmos
de súplica y lamento, el salmista cuando se encuentra perseguido, no
es raro que haga peticiones apasionadas a Dios pidiendo que le salve mediante
la eliminación de sus enemigos. En algunos Salmos esta dimensión vengativa se
hace demasiado presente o incluso predominante (como ocurre en el Sal 109). Unas veces
las expresiones utilizadas por el salmista son moderadas (como “Sean
confundidos y avergonzados los que atentan contra mi vida; retrocedan y sean
humillados quienes traman mi derrota“: Sal 35,4), y pueden asumirse en la
oración; pero otras veces es muy difícil por la brutalidad de las imágenes
empleadas (como cuando dice: “por tu fidelidad, dispersa a mis enemigos,
destruye a todos mis agresores“: Sal 143,12; o cuando dice: “¡Capital de
Babilonia, destructora, dichoso quien te devuelva el mal que nos has hecho!
¡Dichoso quien agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!” Sal 137,8-9).
¿Cómo han de interpretarse
estas expresiones tan duras? ¿Cómo pueden convertirse estos salmos en materia
de nuestra oración? Para ello, la mejor manera para entender estas expresiones
adecuadamente es atender al género literario en el que fueron escritos.
Así que vamos a considerar estos tres importantes aspectos:
1.
¿Quién está rezando? Ora un
hombre que está sufriendo, una víctima. En efecto, se
trata del género literario del lamento. Este género usa con
frecuencia expresiones exageradas y desgarradoras, en las que se describe un
sufrimiento con frecuencia extremo (“traspasaron mis manos y mis pies, puedo
contar todos mis huesos“; Sal 22,17-18 ; “Más que los pelos de mi cabeza son
los que me odian sin razón; numerosos los que me atacan injustamente” Sal
69,5). Además las imágenes utilizadas son claramente alegóricas o simbólicas,
por ejemplo: “romper los dientes de los impíos” (Sal 3,8; 58,7) significa hacer
cesar las mentiras y la avaricia de los orgullosos; “estrellar a los niños
contra la peña“, significa no solo destruir, sino dejar sin posibilidad de que
se repita en el futuro, el mal que destruye la vida; etc. Otra idea que puede
ayudar, es apropiarse de estos salmos no solo para las situaciones
personales, sino convertirlos en la voz de las todas las víctimas a lo largo de
la historia, como el grito de los mártires (Ap 6,10) que pedían a Dios
la desaparición definitiva de la “bestia” .
2.
¿Qué pide el salmista?
“Líbranos del mal”. Con la oración
imprecatoria no se busca hacer algo mágico que surta efecto contra los
enemigos. El orante confía a Dios la tarea de hacer justicia. Hay en esto
una renuncia a la venganza personal (Rom 12,19; Heb 10,30) y, algo más,
se manifiesta la confianza en que la acción del Señor será la adecuada a la
gravedad de la situación y plenamente ajustada a la naturaleza misma de Dios.
Aunque a veces las expresiones utilizadas por el hombre que ora pareciera
decirle a Dios lo que ha de hacer, no es así en verdad, ya que sólo expresan
un deseo: el deseo de que el mal sea destruido, y que los humildes vuelvan
a la vida. Se pide que esto acontezca en la historia, como manifestación de la
revelación del Señor (Sal 35,27; 59,14; 109,27), y para la conversión de los
impíos (Sal 9,21; 83,18-19). De hecho, en algunos casos la persecución contra
el orante es vista como una agresión contra Dios (Sal 2,2; 83,3.13), como si
fuera un desprecio para el Señor (Sal 10,4.13; 42,4; 73,11).
3.
¿Quiénes son los enemigos
del orante? En realidad, la situación
descrita en los Salmos (del genero lamento) es casi siempre un estereotipo.
Por ejemplo, el lenguaje suele ser convencional y, a menudo, deliberadamente
alegórico, de modo que puede aplicarse a una gran variedad de circunstancias y
sujetos. Se hace pues necesaria una interpretación sutil, en el Espíritu, para
ver cómo pueden aplicarse las palabras del salmista a la vida concreta de quien
recita un salmo de lamento, y para reconocer en la historia concreta personal
quién es el enemigo que amenaza (como se hace en Hech 4,23-30). Por ejemplo, el
enemigo no es sólo lo que atenta contra la vida física o la dignidad de la persona,
sino también todo aquello que quebranta la vida espiritual del orante (Mt
10,28). ¿Cuáles son las fuerzas hostiles a las que el creyente tiene que hacer
frente? ¿Quién o qué es el “león rugiente” (Sal 22,14; 1 Pe 5,8) o la “lengua
venenosa de la serpiente” (Sal 140,4), a la que hay que enfrentarse de forma
implacable (Sal 26,5 ; 139,21-22) y de quien se pide a Dios su aniquilación
(Sal 31,18)? “Porque nuestra lucha no es contra la sangre y la carne” afirma
san Pablo (Ef 6:,2). Es del “maligno“, que es “legión” (Mc 5,9),
de quien el orante pide ser liberado, al modo de un exorcismo, por medio
de la poderosa misericordia de Dios. Y como en todo exorcismo, las palabras son
duras, porque expresan la hostilidad absoluta entre Dios y el mal, entre los
hijos de Dios y el mundo de pecado (St 4.4).